martes, 28 de mayo de 2013

Zum Geburtstag...

http://m.youtube.com/watch?v=8nGR9sIgEWE

Pasa el tiempo y no avanzo. Me quedo en este mismo maldito punto, en este mismo lugar. Por eso ya no me gustan las fechas especiales, porque me recuerdan que estoy en standby, que han pasado 3 años y sigo anclada.
Y pasa una nochevieja más y yo siento que muero por dentro. Y llega otro cumpleaños y noto que la vida pasa por delante sin apenas rozarme.
Pero entonces algo ocurre, algo que me recuerda que sí estoy avanzando, aunque lo hago tan despacio que a veces me olvido.
Hace 3 cumpleaños pasé uno de los días más tristes de mi vida. Casi nadie lo recordó. Y no era extraño. Yo era un ser aislado que casi no tenía amigos. Sólo mis amigas de la facultad que aguantaban estoicamente que yo no pudiese quedar nunca, que cuando lograba escaparme un rato fuese siempre mirando el reloj, que ellas se quedasen y yo me fuese siempre antes. Y mi hermana, que es la mejor amiga que se pueda tener.
Fue triste, fue como darme cuenta de lo aislada que estaba, de cómo me había apartado de todo.
El año pasado fue distinto. Doce en punto, mensaje de un amigo, de alguien para quien soy importante. Y luego mi mail lleno de mensajes, un café con una amiga, avances.
Anoche un amigo interrumpió su vida para llamarme, para hacerme sentir que importo. Hasta los decadentes tienen corazón. Este más.
Después un post lleno de mariposas al mail, una nana. Gracias María. Dos posts de cumple, eres genial.
Y luego un regalo increíble, un dibujo que es más yo que yo misma. Gracias Lázaro, me encanta.
Después... después alguien que me hace reír a pesar de mi ánimo triste cumpleañero. Y me dice cosas preciosas y me hace ver que sí avanzo. Mereces mil cuentos.
Y por la mañana ese Te quiero mucho mucho con esa voz... esa voz.
Y una canción de cumpleaños a dos voces de mis enanas muertas de la risa.
Y mensajes, y llamadas, ...
Sí avanzo. Ahora tengo gente importante. Ahora conduzco, y si me pierdo me encuentro sola, sin asustarme. Soy capaz de tomar decisiones y no pido permiso para cualquier cosa. Ahora puedo tener amigos. Ahora los tengo. Ahora importo. Qué coño, sí avanzo.
Hoy he visto mi vida pasar ante mis ojos. Casi muero el día de mi cumpleaños. Estoy mayor y me he resbalado en la ducha, juas. Sigo entera.
Así que feliz cumple a mi misma.

lunes, 27 de mayo de 2013

Comunión, familia, hasta los ovarios de los días de borrasca



  días de borrasca by Héroes del Silencio on Grooveshark

Fin de semana. Quiero huir. Salir corriendo sin mirar atrás. Llevo una semana robándole más horas de las admisibles al sueño, y he pasado de dormir 5 ó 6 horas a dormir una media de 4 mal dormidas. Mucho que estudiar, mucho que trabajar, y la comunión…
Así que quiero huir, pero no puedo, la vida me reclama. Voy a mi lugar en el mundo, a asistir a la comunión de mi sobrina. Economía de guerra, comida en casa, cocinada por mi madre y mi hermana, regalos hechos por mi, traje prestado. Y sí, es todo más barato, pero se trabaja lo indecible, coño. Al fin, comunión, taconazos, todo listo, todo menos mi fe, que me la dejé en algún recodo del camino. Soy la madrina, así que me siento en el primer banco. Sermón del cura que me dio la primera comunión (sí, sí, pleistoceno medio). Yo aguantando el tipo, la crisis de fe atacando, pidiéndome que huya, que es una falta de respeto permanecer sentada dudando de todo. Y aquel buen hombre hablando de cómo pedía Jesucristo a los judíos que comiesen su carne. Y luego aplicándoselo a mi pobre sobrina, media hora hablando de “ahora que vas a comer su carne, que va a entrar en tu cuerpo y va a pasar de tu estómago a todo tu ser…”. Y yo convencida de que suena todo muy obsceno, a apología del canibalismo o algo así. Y en un momento toma cierto matiz sexual en mi mente perversa. Joder, Nuria, córtate un poco y deja de pensar burradas. Luego resulta que toda la iglesia ha pensado lo mismo, mientras mi sobrina ponía cara de vomitar de un momento a otro. El fotógrafo voluntario, ateo convencido, haciendo fotos de pie al lado del cura, su cara toda una declaración de ideales, mi hermana que lo ve, le da un ataque de risa, y me informa, sabedora de mi risa fácil e incontrolable, para no ser la única que se descojona. Hacemos un esfuerzo ímprobo y aguantamos el tipo. Sobrevivimos a la risa, a la falta de fe creciente, y a mi me da por pensar que era más fácil todo cuando creía. Creía en Dios. Creía en la bondad, creía en el amor. Ahora no creo en nada, y todo es más jodidamente duro. Alguien se acerca a mi y yo empiezo a pensar en que se acerca a lo que se acerca, y ya da un poco igual cómo se acerque, si con un follamos o un poema. Ya no creo en nada. Ya no creo en nadie.


 Y luego la familia, y luego la familia, y luego la familia. Yo, tímida irredenta, vergonzosa, asocial, al ver a tanta gente sufro una transformación inesperada y aparece sin avisar la Nuria del curro, esa máscara sociable que uso para vencer al pánico que me da hablar con la gente. En mi familia nadie la conoce. Todos se quedan descolocados, y empieza el acoso y derribo, no sea que Nuria salga victoriosa. Mírala, ha bebido (ni de coña!!), mírala, está cambiando, claro, eso es la vida esa que quiere llevar. Un excompañero de trabajo, amigo de mi hermana, que sólo conoce a la Nuria sociable, los mira descolocado, sin entender bien la situación. Y yo… Yo huyo en cuanto acabo de recoger todo. ¿Te vas? Claro, no me da la gana discutir hoy. Y ahí queda mi fama de borde, intacta. No ha cambiado tanto, no, escucho decir a mis espaldas.


Me pongo los vaqueros, las botas de montaña con los cordones de calaveritas y huyo a la naturaleza, a perderme rodeada de mariposas, de libélulas, margaritas y arañas.


La música estallando en mis oídos, porque necesito cantar a gritos. Héroes nunca fallan. Cualquier día huyo a la montaña de forma permanente con mis enanas. Allí no soy borde, ni cervatilla, ni estoy asustada, ni doy miedo. Allí soy yo. Fin.


 Cuestiones de familia by Love of Lesbian on Grooveshark Sal y vinagre by Iratxo on Grooveshark

martes, 21 de mayo de 2013

Epílogo - ¿Dónde te escondes? (Alicia)



Silbo, siempre silbo. No es muy femenino, opina mi padre. Ya, como no usar nunca falda. Yo creo que la feminidad no vive en una prenda, ni en comportarse como todos esperan. Es algo distinto. No necesito mostrar nada a nadie. Vivir de cara al mundo es agotador, no vale la pena. 

En el mp3 suena “Los lunes de Octubre”. Hay canciones que hay que cantar, que piden a gritos vivir en tu voz. Hay canciones que hay que gritar, que se meten en tu cabeza, que te invaden. Inundan todo y no necesitas oírlas para sentir que las escuchas, porque siguen sonando en tu cabeza. Hay canciones que tienen una importancia difícil de explicar. Hace años decidí dejar de sufrir por un hombre al escuchar una canción. Fue un momento de claridad en mitad de la tormenta. De repente fue como si al escuchar la canción lo viese a él como nunca antes lo había visto, humano, miserable, un capullo.

Cuando estaba con Julio le molestaba demasiado esa canción. Pareces triste, decía. Estoy triste, contestaba yo. Pues no lo parezcas…
Una vez colgué la canción en Facebook. No me preguntó por qué yo me cuestionaba dónde estaba la felicidad. Lo único importante era que no pareciese infeliz. Aparentar. La vida al fin y al cabo se reduce a eso. Aparentar normalidad, aparentar felicidad. No llorar, tampoco reir muy alto, no silbar, no gritar… Nunca fui lo suficientemente perfecta. Nunca se me dio demasiado bien aparentar.
Alejo el pensamiento cantando, gritando casi.

Hoy me perdí en mil recuerdos.
Que no dejan dormir.
¡Cuánto veneno!
Para sonreir son malos tiempos.
Otoño ya esta aquí.
¡Cuantos tormentos!
¿Dónde coño te escondes, felicidad?
Los lunes de octubre dónde estarás.
¿Dónde coño te escondes, felicidad?
Me condenas a muerte de soledad.
Para caminar valen los sueños.
Y no me quedan más.
Llévame a hombros.
Es tarde ya para tus besos.
Fuí perro para tí.
No quiero besos

Bailo, doy saltos mientras friego los platos. Por la ventana abierta entra el sonido de una radio: “Encontrado en Alfafar el cadáver de Julio V. C. en circunstancias similares que dos casos anteriores. Psicosis en Valencia ante la posibilidad de un asesino en serie…”. Yo ni escucho, sólo existe la canción.   
De repente escucho un sonido a mis espaldas, me giro sobresaltada y avergonzada. Miguel me observa apoyado en el marco de la puerta. Noto cómo mis mejillas arden. Sonríe, se acerca y empieza a cantar conmigo, casi gritando, mientras me coge por la cintura.
Era aquí. Aquí era donde se escondía…


Los lunes de octubre by La Fuga on Grooveshark

viernes, 17 de mayo de 2013

Tregua (post post)


A veces la vida, esa pequeña hija de puta, te da una tregua. El día que cumplía el último (por ahora) ultimátum laboral, ya rendida, recibí una llamada. Me llamaban por un currículum que mandé hace (creo) más de 4 años sin esperanza alguna. No, no, no era un contrato, o sí. Me ofrecían contratarme unas horas, tal vez un día por semana durante este mes y como mucho mitad del otro. ¿A que parece poco? Joder, pues en un día así me pareció un milagro.
Luego claro aparecieron las dudas, porque yo soy yo, y dudo de mis capacidades más que nadie. No iba a ser capaz, estaba segura. Y cagarla en un sueño no es lo mismo que cagarla en un trabajo de mierda, de esos que son más pesadilla que cualquier otra cosa.
El ultimátum no se cumplió, parece que en el cara a cara impresiono (lástima que no dure mucho), y cuando vinieron de Madrid para tomar la decisión, el tío que tenía que decidir acabó dándome un abrazo, juas. Mi fama de borde se tambalea por momentos.
Así que la vida, esa cabrona que a veces aprieta y ahoga, que pisotea mientras yo le sonrío (porque sí, he decidido que si me putea pienso reirme de ella), esa en la que mi voluntad está (dicen) equivocada, esa en la que si me quiero comunicar con quien vivo tiene que ser por carta, porque el cara a cara no sirve, me hunde, esa en la que cada dos semanas estoy en la cuerda floja, esa en la que todos mis ahorros han desaparecido de la mano de un cínico mentiroso, esa en la que me da por perseguir imposibles, por verbalizar más de lo razonable,...Esa, la puta vida, decidió darme una tregua.


Hoy ha empezado mi tregua, unas horas trabajando en un sueño. Acojonada, muerta de miedo, pero sonriendo. Me dirijo al grupo que tengo que guiar, niños de primaria, 25. Voy a ser vuestra guía, me presento. Es mi primera visita. Y la profesora me mira con cara de lástima infinita, como el que observa al animal dirigirse al matadero, y en un arranque de empatía me advierte: "Bueno, pues buen comienzo. Si sobrevives a estos serás ya una veterana". Pero yo sonrío. Mírame vida hija de puta, sigo sonriendo.
Y sí, eran traviesos, había un matón en potencia, ha diluviado a mitad de visita, las hienas se han negado a hacer acto de presencia,... Pero ha sido una tregua. Ha sido divertido. Ha sido la hostia.
Profe agradecida, buenas puntuaciones, niños que me dan besos cuando me marcho. Coño, tan mal no ha ido.
Hoy sí, hoy sí. Hoy sonrío en serio. Una pantera se ha girado y me ha mirado directamente a los ojos. Un lémur casi me ha rozado, una jirafa me ha sacado la lengua, esa lengua azul, a un palmo de la mano. Hoy sí. Gracias por la tregua

. Amor castúo by Extremoduro on Grooveshark Estoy Muy Bien by Extremoduro on Grooveshark

Capítulo 32 - No hay pasión sin cierta crueldad. (Mario)

Llaman a la puerta. Antes de abrir ya sé quien es: Ana. Hago un gesto de invitación. Ella ni siquiera me saluda, mira al interior, hace una pausa y al final se decide a entrar. Se sienta en el sillón del salón y enciende un cigarro. Me acomodo a su lado mientras espero a que se enfríe mi té verde. La miro. Está preciosa, estilo gótico sin estridencias, maquillaje suave, falda corta, blusa gris escotada que permite vislumbrar un tatuaje cerca de la clavícula. Y sus ojos de subyugante y sempiterna tristeza, dos pozos de cristal sucio celeste. Suspiro. Joder, ¿por qué me siento tan nervioso? Tengo que tomar la iniciativa.

Mario: Ya sé que tú asesinaste a Peter. De hecho Alicia ha descubierto que la mujer que te sirve de coartada fue amante tuya. Lo tenías todo calculado desde el principio…
Ana: ¿Quieres un cigarro? (Niego con la cabeza) Quizás. O tal vez no. ¿Es importante para ti? (pausa) Yo… he venido a disculparme por mi comportamiento…
Mario: Ah, es cierto, he de reconocer que pensaba que pagarías mis dotes de anfitrión de otra manera, fuera de un contexto de cuerdas y drogas. La resaca, debo añadir, no fue demasiado agradable.
Ana: Me sorprende verte tan calmado. Pensé que me odiarías, que no me dejarías ni siquiera entrar en tu casa.
Mario: Pequeñas afinidades, la química de mi cerebro también falla de vez en cuando. Además, tengo curiosidad, ¿cómo conseguiste desaparecer en tu performance? Fue algo increíble.
Ana: Si fueras un niño me pedirías que lo repitiera, ellos todavía creen en la magia, no buscan el truco.
Mario: Cuando era un niño estaba obsesionado con Sherlock Holmes, siempre he buscado la lógica en todo. Responde al menos a una pregunta, ¿por qué volviste a mi casa?
Ana: (Sonrisa maliciosa, da una última calada y aplasta el cigarrillo en el cenicero) Podría justificarlo diciendo que tenía que recoger algo incriminatorio. Pero no sería cierto: ya tenía coartada. De hecho hubiera sido perfecto que descubrieran el cadáver cuando estábamos en Valencia. (Pausa) Simplemente quería volver a verte. Desde que te vi en Londres estaba…
Mario: (Extrañado) Disculpa, ¿Londres?

Ana: La realidad no es decepcionante, sólo desangelada, gris. No me reconociste, lo noté en cuanto te vi en el portal. Por eso no hablé contigo, había pensando tantas veces en ese momento que al darme cuenta de tu tibieza comprendí que todo había estado –de nuevo- sólo en mi cabeza. No, no me mires así, deja que me explique. Fue hace unos meses. A pesar de todo lo que me hacía estaba totalmente enganchada a Peter. Había miedo, pero también otras cosas. Esa noche me había dejado en la calle. Sin llaves, documentación o dinero. Estaba desesperada. Y de pronto te vi, ahí, en un banco, discutiendo con esa chica.
Mario: Joder. Sí, Laura, hace tres meses. Una ex. Fui a verla. Masoquismo sentimental.
Ana: No sabía los detalles de vuestra historia, pero era como tantas otras. Y cuando te alejaste y ella se echó a llorar pensé que todo había acabado ahí. Por lo que pude entender ella ya estaba con otro. Todo se reducía a un recambio. Sin embargo tú no te fuiste, sacaste el móvil y la llamaste.
Mario: Seguía enamorado, no quería que todo se redujera a esa despedida, quería tener un buen recuerdo. No podía dejar que todo acabase así.
Ana: Estabais a cinco metros hablando por el móvil. Escuché lo que decías, como la prometiste que la recordarías siempre porque era especial, magnifica…
Mario: Los decadentes somos así, nos terminamos creyendo nuestra propia impostura. Somos unos necios amantes de la nostalgia.
Ana: Quizás. Pero me gustó tu forma de perder. Tus palabras. Los dados a veces se equivocan, es difícil respirar cuando intentas escapar a través de los sueños.
Mario: O tal vez la sensación de impotencia debilita hasta el grado de denigrarte. Es lo que tiene tener poca autoestima. Y algún trauma.
Ana: Todos tenemos algún trauma, ¿sabes por qué seguía con Peter a pesar de todo? Llevaba años sin tener un orgasmo. Desde los diecisiete años. Y de pronto, casi sin esperarlo, tuve uno con él. Con dolor. Imagina lo trastornada que me dejó esa idea. Desde la universidad he estado con muchos hombres. He idealizado. He usado. Y al final, cuando ya me conformaba, de pronto sucedió con un hombre que me pegaba.

Mario: Joder, la sexualidad de las mujeres es… un momento… ¡ya te recuerdo! Pero es normal que no te reconociera, estás muy cambiada, en aquel momento parecías enferma, demasiado delgada, tus ojeras, tu ropa…
Ana: (Sonríe) Me salvaste y ni siquiera te diste cuenta. Te seguí después hasta aquel bar. Vi como bebías solo. Quería entrar, hablar contigo. Pero no me atrevía. No sabía como abordarte. Era la una de la madrugada cuando saliste tambaleándote. Y me quedé en blanco, estaba ahí, en medio de la calle, tú acercándote y no sabía que decirte. Entonces, justo cuando estabas a mi altura te pregunté: “¿Dónde está la salida?” Me sentí estúpida, dudaba incluso que me hubieras escuchado. Pero tú te paraste, me miraste fijamente durante unos segundos, y no sé cómo, pero comprendiste lo que quería decir. Y me diste un abrazo. Un largo y cálido abrazo. Había pasado tanto tiempo desde que la última vez que alguien me había abrazado... Luego me sonreíste y seguiste tu camino. Pero de alguna forma… me despertaste. No hay otra palabra para expresarlo. Dejé a Peter. Volví a Madrid. Y de pronto, justo tres meses después, volví a encontrarte en aquel portal sin ni siquiera pretenderlo…

***

Es tímida y viciosa, como si hubiera dos mujeres en su interior empujando en direcciones opuestas. Acaricia y luego muerde hasta hacerme sangrar. Mis dedos de pianista recorren el vórtice de sus caderas, desbrozando su ropa interior. Lujuria. Desesperación. Poesía gastada, como un gesto de galantería en la primera cita. Me araña la espalda. Intenso someterla. Desollamos nuestros labios. Calor. Sudor. Flujos mezclándose, descendiendo por sus muslos. Salvaje penetración de violador. Caricias llenas de cínico romanticismo.

La anorgasmia sobrevuela sobre nosotros, pero me siento ajeno a los retos. Los detesto. Me separo de ella, deslizo los dedos por su cuerpo recorriéndolo, penetrándola. Gime. Se arquea. Reacciona a los estímulos, todo sigue adelante, in crescendo. Pero justo antes de llegar, una puerta en su cabeza se cierra, la frustración empaña sus ojos. Oh, mi pequeña y jodida muñeca rota.

Empieza a chuparme la polla. Alargo la mano, abro un cajón de la mesita de noche y saco la petaca. Bebo con rabia. Todo ese pelo encrespado subiendo y bajando, como una maldición griega sobre mi cuerpo, devorando con avidez al monstruo purpura, quedándose sin resuello. Su coño lubrica siguiendo el guión establecido, pero ella no lo conseguirá. El dolor y el placer indisociables. Sigo bebiendo.

La pongo a cuatro patas. Separo sus labios y se la meto sin contemplaciones. La cojo del pelo con saña, enredándolo en mi muñeca, y aumento el ritmo. Su culo se mueve con lucidez. Afilo la petaca. Sigo insistiendo sobre su cuerpo, me dejo llevar, sus pezones son punzones de hielo, me agarro a ellos en una caída de siglos. Muerdo su cuello, largo y elegante. Ahoga un gemido. La saco totalmente, acaricio la entrada de su coño y luego brutalmente se la hundo con fuerza. Abducir su boca con mi lengua, todo el peso de mi cuerpo inmovilizándola. Mis manos rodeando su cabeza, lubricando una mezcla espuria de lenguaje obsceno y frases de amor. Me rodea con sus piernas, usa las uñas. Intento sujetar su violencia. La cama hace demasiado ruido. Todo gira. La sed continúa. Mi polla es un hierro al rojo vivo que nos convulsiona. Las sinapsis crepitan, pavesas de lujuria cegando nuestros ojos. Quiero llenarla pero es un océano ilimitado.

Todo sigue, y sigue, y sigue. Una hora. Quizás dos. Sudor. Oscuridad. Calor. Amor. Odio. Dolor. Colisión. Abismo inescrutable. Cierta lucidez ilumina la escena justo antes del orgasmo, ese fugaz y turbador sosiego. Movimiento espasmódico de amor blanco que vierte encrucijadas genéticas en su interior. Nos separamos. Ana suspira débilmente. Al rato me acoge en un abrazo lleno de posdatas. Fingimos y cerramos los ojos.

Horas después el cuchillo atraviesa mi costado. No importa. El fracaso siempre fue mucho más doloroso.

Fin capítulo 32. 

We Ask You to Ride by Wooden Shjips on Grooveshark

jueves, 16 de mayo de 2013

Capítulo 31 (Cara B) - Once vigas (mi borrador)



Estaba obsesionada con aquel cuento. Creí que de verdad podría encontrarme, ver las cosas bellas que me esperaban mirando a los espejos. Sonaba real cuando Alicia lo decía. La última vez que Alicia me lo contó fue una tarde de verano. Mi madre insistía en que durmiésemos la siesta, aunque Alicia se quedase en nuestra casa. Afuera se escuchaban las cigarras en el patio, y el calor era pegajoso e insoportable. Yo, incapaz de dormir sabiendo que Alicia estaba despierta, siempre despierta,me acerqué a la cama dónde pasaba el tiempo tumbada mirando al techo. Me tumbé a su lado y le pregunté qué hacía. Contar las vigas del techo, contestó. Once, hay once vigas, once opciones. Son demasiadas, susurró. Creo que pensó que no la escucharía, o no entendería. Mil veces había contado aquellas mismas vigas, once putas opciones para morir. O muy pocas, contesté. A veces necesitas más de once veces para reunir el valor y hacerlo de verdad. Me miró a los ojos, sorprendida. Creo que pudo ver la muerte allí al fondo. Me cogió de la mano, un poco asustada, nerviosa pensando que podía leer sus pensamientos. Tal vez sólo nos parecíamos más de lo que quería reconocer. Le pedí que me contase de nuevo aquel cuento. Empezó a hablar y el cuento fue surgiendo solo, no parecía que ella interviniese, mientras yo apretaba cada vez más fuerte su mano. Estaba emocionada, no podía evitar temblar un poco. Sólo esperaba que no notase mi respiración agitada, mi temblor excitado. Sentir su aroma, su calor, su mano cálida apretada sobre mi mano helada… Hubiese podido morir en ese instante. Hubiese debido morir en ese instante, feliz, mientras su voz me envolvía.
Alicia vino un día a casa. Estoy sola, le dije, pasa. Toma, te he traido esto, cuando lo vi me acordé de ti. Y puso algo en mi mano. Abrí la palma y miré el camafeo que había en ella. No creía lo que veía. Al abrirlo y ver los dos espejos, sonreí mientras las lágrimas resbalaban por mis mejillas. Me contó que lo había encontrado en un mercadito en el puesto de un viejo huraño. En su interior dos niños miraban con ojos de muerte, desde otro siglo. Siempre le dieron miedo las fotos antiguas, dijo, caras vacías, sin gestos, sin sonrisas forzadas, mirando solemnes a la cámara. Es como ver rostros sin ojos, sin expresión, susurró. Arrancó las fotos, y las sustituyó por una pegatina que parecía un espejo. Al terminar, el camafeo parecía aquel del cuento, con dos pequeños espejos. Me acerqué, quería abrazarla, decirle que quería abrazarla para siempre, que ella lo era todo, que cuando estaba cerca no podía pensar, y notaba cómo me recorrían miles de hormigas. Pero no pude, no pude. No podía hablar, no podía evitar mirarle los labios, y querer vivir en ellos. La besé, el beso más dulce que he dado nunca. Mi primer beso. Alicia me puso el camafeo alrededor del cuello, levantó mi pelo, me lo abrochó, mientras sus dedos nerviosos rozaban mi nuca, estaba tan excitada. La abracé,… Y entonces llegó María. Nos separamos nerviosas, incómodas de repente. Nunca hablamos de ello, nunca volví a sentir aquella intimidad, aquella conexión. No me volví a quitar el camafeo, jamás.
 Peter me obligó a quitármelo. Había soportado todo. Había aceptado todo. Eso no. Supliqué. Lloré. No sirvió de nada. Tuve que hacerlo. Él me obligó.
 Entonces la encontré. Era perfecta. Su pelo largo y castaño, sus ojos de ese verde extraño, con matices marrones. Ojos tristes. Cuando la besé tembló, fue genial. Pero no era ella. Nunca era ella. Daba igual lo que dijesen sus ojos. Cuando habló con la policía me dio un día. Un día más. Nuestro aniversario será un poco antes. Un día antes, sonrió. Y yo le devolví la sonrisa. Pero no era ella.
Cuando llegué a Madrid me llevó a un hospital. Necesitaba tiempo. Un poco más de tiempo, para poner mis ideas en orden. Natalia… Natalia me trató tan bien. Ella me entendió. Mario me llevó al mar, a apenas 2 kilómetros de mi casa.Nunca supo lo cerca que estuvo de hacerme feliz. Nunca lo sabrá. Aquel viaje, la música, sus explicaciones, su voz, su voz...
 Alicia me busca. La he visto, he visto cómo se reunía con María. El mismo hormigueo, las mismas ganas de abrazarla…



Alicia:

Miguel ha encontrado a la coartada de Ana. Cuando ha abierto la puerta, le he escuchado musitar desconcertado: ¿Alicia? Estoy aquí, he contestado. Entonces he salido al pasillo y la he visto. Ha sido extraño, sus ojos, mis ojos, el color del pelo,… Cuando Miguel ha abierto se ha quedado impresionado. No me extraña.
 Ángela ha sonreído al verme, como si me conociese, como si todo cobrase sentido. Era una sonrisa amarga, triste. Me ha utilizado, sólo he sido eso, alguien útil, alguien prescindible, ha susurrado. Conoció a Ana en Londres. Ana siempre le había atraído, y ella veía cómo la observaba, como si mirase a un fantasma, como si ella fuese única. Cuando se acercó a ella aquel día parecía perdida. la abrazó, temblaba. Pensé que era ella, que era ELLA, que sería para siempre. ¿Has sentido alguna vez eso? Joder, ¿cómo pude creer que alguien como ella…? Me pidió un día más, sólo eso. Le hubiese dado mil años. Aun se los daría. Pero supongo que ella sólo quería ese puto día, sólo eso. No era yo, no era a mi a quien abrazaba. Sólo un puto día, sólo eso. ¿Sabes lo mejor? ¿Sabes lo más triste? Que se lo volvería a dar. No voy a retractarme. No lo haré. Que se quede ese maldito día. Por lo menos me recordará por algo. Al menos fui yo la que le regaló la libertad.

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Capítulo 31 - Vigas y Camafeo (Ana)

Siempre me he sentido culpable por ser débil. Camus escribió: “Sabes bien que nunca pienso, soy demasiado inteligente para hacerlo” Quizás ahí radique mi problema, ¿tengo ganas de vivir y ser feliz? Todo el mundo diría que sí, pero, ¿empieza el amor en una necesidad? ¿Dónde comienza la realidad y donde lo sugerido? ¿Qué es importante y que no? ¿Quien lo dictamina: la sociedad, la moral, o nuestras taras? ¿Cómo descubrirlo?

Cuando tenía quince años mi felicidad era Alicia. Nuestro cuento. Aún recuerdo la última vez que me lo contó. Las cigarras en el patio, el verano con su calor pegajoso e insoportable, mi madre obligándonos a dormir la siesta. Alicia siempre en la buhardilla, despierta, mirando fijamente las vigas.

Me tumbé a su lado, en la cama. Le pregunté –aunque ya lo sabía- que es lo que hacía. Contar las vigas del techo, contestó. Once, hay once vigas, once opciones. Son demasiadas. Habló sin pensar, apenas consciente de mi presencia. O muy pocas, contesté. A veces necesitas más para reunir el valor y hacerlo de verdad.
Me miró a los ojos sorprendida. Hubo un latido de afinidad, de cariño intenso cuando me cogió la mano. Pero no quería asustarla. Reí tontamente y le pedí que me volviera a contar el cuento de la princesa. Alicia cerró los ojos, empezó a hablar lentamente y la historia surgió de nuevo. Apretaba con fuerza su mano rezando para que continuara, para que no se percatara de mi respiración agitada, mi excitación, mi arrobamiento. Y fue entonces cuando me rendí a la evidencia: me había enamorado, sí, brutalmente, sin paliativos. Sentirla tan cerca, su perfume, el crisol de su voz envolviéndome con calidez, derritiendo los inviernos sentimentales que habían atenazado siempre mi cuerpo… sí, ahí estaba mi felicidad, en ese instante eterno.

Un par de días después Alicia volvió a mi casa. Toma, te he traído esto, cuando lo vi en un mercadillo me acordé de ti. Y puso un camafeo en la palma de mi mano. No podía creerlo, era como el del cuento, aunque solo tenía un pequeño espejo en el interior, en el lado izquierdo había un retrato muy antiguo: dos niños mirando con ojos de muerte desde otro siglo. Siempre me dieron miedo las fotos antiguas, caras vacías, sin gestos, sin sonrisas forzadas, mirando solemnes a la cámara…aunque quizás tú prefieras dejarlo.
Le pedí que me lo pusiera. Sonrió, echó mi pelo a un lado y rodeándome con sus brazos empezó a abrochármelo. Sus dedos rozaron mi nuca… estaba tan excitada. Quería abrazarla, decirle todo, que cuando estaba cerca no podía pensar, que sentía mi cuerpo ajeno, solo suyo. En un impulso me acerqué a esos labios, mi hogar, y la besé, mi primer beso, el beso más dulce que he dado en mi vida. Fue un segundo, quizás dos, pero sentí como Alicia me correspondía, como nuestros cuerpos se acercaban ansiosos. Pero entonces escuchamos la puerta abrirse. Maria había vuelto a casa. Nos separamos nerviosas. Sentí también algo más, incomodidad en su mirada. Corrí a mi habitación y no salí en toda la tarde.

¿Era lesbiana? No, me gustaban los hombres, sólo me sucedía con ella, con su físico, recordando su voz. Quizás era una exaltación sexual de la admiración que sientes en la adolescencia por alguna amiga. Quizás sufría por la distancia emocional que me imponía mi madre. No lo sé, intentaba en vano buscar una explicación coherente. Pero mis sentimientos tenían de todo menos coherencia. Nunca llegamos a hablar de ello, en parte porque ella se fue a la universidad y empezó a salir con hombres. Incluso se distanció de mi hermana, ya no había excusas para volver a vernos. Pero no volví a quitarme el camafeo jamás.

Sufrí obsesionada dos años más. Hasta que a los diecisiete conocí a Ángela. Era perfecta: el mismo pelo largo y castaño, ojos de ese verde extraño con motitas marrones. Cuando la besé con los ojos cerrados temblamos las dos. Le cedí mi cuerpo virgen, esa sensación de ser un punto anónimo suspendido en la nada, y ella me penetró con sus labios, con sus dedos arqueados, dibujando con saliva palabras de amor sobre mi piel.
Pero cuando moría en su cuello, cuando la mordía y apretaba su cuerpo contra el mío, en lo único que pensaba era en Alicia. Cuando entré en la universidad lo dejamos, no era justo para ella continuar así. No llegamos a perder el contacto, pero nunca más volvimos a acostarnos.

En la universidad lo intenté con varios chicos. Los quería, me excitaban, disfrutaba del sexo. Pero era como si algo se hubiera apagado en mi interior, como si fuera nieve que se derrite al sol de un recuerdo imborrable. Huellas en el desierto que se deshacen a si mismas. No era capaz de llegar al orgasmo. Me acostumbré a ello, siempre había pensado que había algo mal en mi interior, tampoco me sorprendía. Y aunque con Ángela si que había conseguido llegar, no volví a encontrarme con ninguna mujer que me excitase lo suficiente para querer intentarlo.

Años después, cuando regresé de Londres, volví a pensar en Ángela. Mi pobre y dulce amante. Ella lo sabía. Había visto la foto de Alicia en el camafeo cuando estábamos juntas. Incluso llegó a seguirla: quería fijarse en sus gestos, la inflexión de su voz, la ropa que usaba. Intentó parecerse a ella en todo. Pero era imposible. Sus ojos, esos ojos llenos de melancolía, vigas, dolor, llanto, de risa verde sobreponiéndose a todo, eran imposibles de copiar.

Ángela me mira ahora con una sonrisa amarga, triste. Es demasiado elegante para verbalizar su dolor. Pero sé lo que piensa: lo has vuelto a hacer, me has utilizado, sólo he sido para ti una sombra de pasión, algo prescindible, una coartada. Y tiene razón. Lo peor es que me ama. Siempre me ha amado.

La vida a veces es como un puzzle de sentimientos en el que todos perdemos y nadie consigue encajar. 

Fin capítulo 31.

Just One More Day by Otis Redding on Grooveshark

domingo, 12 de mayo de 2013

Capítulo 30 - El Cuento (Alicia)

Miguel: Cuéntame algo más de Ana, ¿fuisteis amigas en el colegio?
Alicia: Realmente no, era amiga de María, su hermana. Ana era tres años más joven que nosotras, cuando estaba a punto de entrar en el instituto nosotras ya pensábamos que íbamos a estudiar en la universidad, los chicos… otro tipo de cosas. Además a Ana le afectó la adolescencia, empezó a volverse más hermética, más irascible, a vestir de negro. Pero recuerdo que justo antes de entrar en el instituto, en verano, estuvimos las tres muy unidas. Yo tenía por aquel entonces ínfulas de escritora y convencí a María para crear un taller literario en su casa y convertirnos en las nuevas Brontë. El caso es que escribíamos durante horas y luego leíamos nuestros relatos o cuentos en voz alta. Ana siempre estaba por ahí con algún libro en la mano y era un publico perfecto. De hecho estaba obsesionada con mis cuentos, uno en particular le encantaba y siempre me suplicaba que se lo leyera. Yo siempre intentaba cambiar detalles, hacerlo vivo. Pero ella se enfadaba, decía que así estaba perfecto y que solo conseguía estropearlo. Era realmente divertido.
Miguel: (Sonriendo) ¿Escritora eh? Eres una caja de sorpresas. Podrías contármelo…
Alicia: No…ha pasado ya muchos años, apenas lo recuerdo…
Miguel: (Acariciándola) Por favor, no te hagas de rogar…
Alicia: (Suspiro) Esta bien…pero luego no quiero críticas negativas, ¿de acuerdo? Vamos a ver… ¿cómo empezaba…?

**

La princesa abrió los ojos. Estaba tumbada en su cama, pero la habitación no parecía la misma, era más colorida y luminosa. De pronto la puerta se abrió y entraron varios gnomos. Uno a uno se acercaron y le dieron un beso. El último, justo antes de besarla, le entregó un sobre. Despertó: allí no había nadie. Estaba sola como siempre, atrapada en su habitación, en el ala izquierda del enorme castillo. Su padre la mantenía encerrada porque temía que le pudiesen hacer daño, o que la raptasen para hacerle daño a él. Lo peor es que nunca estuvo segura de qué opción era la que más temía su padre. Vivía atemorizado por su propia seguridad y parecía que no le importaba demasiado lo que su hija sintiese.

Aquella princesa que vivía sola y veía el mundo a través de la ventana abrazó su almohada, y justo cuando se desbordaban sus lágrimas sus dedos tropezaron con un pequeño sobre. Tal vez no había sido un sueño. En el interior encontró una carta y una llave diminuta color cobre con dibujos grabados. La carta decía: esta es la llave que abre el baúl que contiene todas las cosas buenas que te esperan, tienes que buscarlo. Ve más allá de las montañas y disfruta del camino. Saltó de la cama entusiasmada, ¡Sí, por fin una aventura! Pero enseguida se desanimó, ¿cómo saldría de la habitación? Siempre estaba cerrada con llave, solo las doncellas tenían una copia. Pero, quizás… Probó con la llave de cobré y sorprendida comprobó que giraba con facilidad a pesar de ser demasiado pequeña. Al salir no se encontró con nadie en los pasillos. Quizás fuera demasiado temprano. Pero tampoco se cruzó con los guardias que vigilaban las puertas del castillo. ¿El gnomo había hechizado a todos? Sonrió feliz, empezaba a creer que la magia sí existía.

Cruzó el jardín y se encaminó al bosque que había al lado del castillo. Sólo lo había visto desde la ventana y al llegar le pareció enorme. Observaba todo fascinada: las piedras, el cuarzo brillando en el suelo… ¿o no era cuarzo? Había leído en algún libro que había una piedra que brillaba igual, pero no recordaba cómo se llamaba. Empezó a pensar que jamás había vivido: había estudiado el mundo, las cosas que lo componían, pero nunca las había sentido. Empezó a acariciar la corteza de los arboles, a sentir su tacto rugoso. Era tan distinto al tacto al que estaba acostumbrada, era tan diferente al tacto de la seda, del organdí de sus vestidos. Le pareció real, vivo, como si al tocar la corteza sintiera la historia de cada árbol. Las hojas crujían bajo sus pies y le pareció un sonido maravilloso, incluso más que las melodías que le hacía escuchar su padre. Siguió caminando y escuchó el sonido de un río sonreír a lo lejos. El aire olía a tierra húmeda. Se sintió libre.

En la orilla vio a una niña. Estaba asustada, ella nunca había hablado antes con otra niña. Se acercó y la saludo con la mano: Hola, ¿cómo te llamas? Yo… yo soy la princesa. La otra niña la miró maliciosa: ¿tú la princesa? Y empezó a reírse. Sin embargo se pusieron a jugar, porque los niños siempre saben jugar aunque no lo hayan hecho nunca antes. Inventaron juegos que no existían, rieron, cantaron… Pero de vez en cuando la otra niña se burlaba de ella y eso la entristecía. No entendía por qué tenía que hacerlo. Pasaron muchos días, era su amiga, y quería seguir jugando con ella, sonriendo, pero recordó que el gnomo había escrito que tenía que disfrutar del camino, así que intentó ser fuerte, se despidió de ella, y continuó hacia adelante.

El camino se empezó a tornar un poco más oscuro, no había tanta luz. La nieve se acumulaba en la copa de los arboles. Le gustaba el invierno, sentir la nieve derritiéndose entre sus dedos. Salió del bosque y pasó al lado de un huerto. ¿Dónde vas niña?, le preguntó un hombre. Voy a buscar un baúl, contestó.
¿Un baúl? Qué tontería, dijo el hombre. Quédate conmigo, mi hija se ha marchado y la echo de menos. Aquí tendrás una casa y comida, te enseñaré a cultivar y nos haremos compañía.
Necesitaba comer, refugiarse, así que aceptó. Aprendió a hacer pan, a cultivar, pero el hombre la trataba como si fuese una criada en vez de su hija. Ella era una princesa, ¿por qué no era capaz de verlo? Entonces recordó que ella también había tratado así a sus criadas, hastiada como estaba de estar encerrada en aquella habitación del castillo. Se arrepintió tanto…

Pero había cosas que le agradaban. Le gustaba barrer, como si al hacerlo también limpiase, ordenase su interior. También le gustaba ver el rocío en las hojas por la mañana, sobre todo en los tréboles de tres hojas. No le gustaban los tréboles de cuatro hojas, desconfiaba de su buena fortuna. Dos veces le había regalado su padre uno diciéndole que le traerían suerte, pero había sufrido una mala suerte infinita. Le gustaba ver las flores, observar las flores más pequeñas, esas que nadie apreciaba. Pero un día volvió de nuevo la sensación de que estaba perdiendo el tiempo. Aún tenía que buscar su baúl, descubrir las cosas buenas que tenían que ocurrirle. Dejó una nota: gracias por todo. Tengo que buscar mi baúl. Y partió temprano.

Olía a primavera, a flores. Los gamoncillos ya habían florecido. De repente vio una pequeña casa y sintió curiosidad. Se acercó y tocó a la puerta. ¡Qué sorpresa al ver que quien le abría era el gnomo! Has tardado un poco, ¿has disfrutado el camino?, le preguntó. Sí, he disfrutado, aunque también he estado a veces triste. Pero he aprendido mucho, y he visto mucha belleza, contestó ella. Si has aprendido cosas, has visto belleza y has disfrutando, entonces un poco de tristeza no está tan mal. Te ayuda a apreciar mejor la felicidad.

Tal vez el gnomo tuviera razón. Ven, pasa, tienes que descansar, el camino ha sido largo. Mañana te acompañaré. Tenemos que escalar aquella montaña. Al otro lado está la cueva donde se encuentra el baúl que guarda todas las cosas buenas que te esperan. Comieron, rieron. Al día siguiente partieron hacia la montaña. Escalaron, les costó trabajo. Pero el esfuerzo acumulado en las piernas no le pareció demasiado. Le molestaba el vestido, así que lo cortó. Total, ya estaba viejo y raído. Ahora no parecía una princesa. Pero sabía que seguía siendo aquella niña que disfrutaba con la música, con el tacto suave de sus vestidos, ¿qué más daba si ahora escalaba montañas con un gnomo? Ella en su interior se sentía una princesa.

Llegaron a lo alto de la montaña, bajaron con ayuda de unas cuerdas por una pared escarpada que había al otro lado y entraron en la cueva. Bajo la luz de la antorcha vieron aquel pequeño baúl de madera oscura. Era un baúl perfecto, único, con su nombre grabado. Con nerviosismo sacó la llave que había guardado durante todo el camino y lo abrió. Se sintió un poco decepcionada: en su interior solo había un pequeño camafeo. Al cogerlo se abrió, dentro tenía dos pequeños espejos.

Gnomo, me has engañado, ¿dónde están todas las cosas buenas que me esperan? Y el gnomo contestó: no sabes mirar todavía. Obsérvalo de nuevo. Y al abrirlo otra vez y verse reflejada en los dos espejos recordó todo su viaje y lo que había aprendido. Y se dio cuenta de la verdad: todas las cosas buenas que podían sucederle dependían sólo de ella, de la belleza que existía en su interior, y de la forma en que era capaz de percibir el mundo a través de esa misma belleza.

Y al entenderlo le sobrevino una alegría desconocida. Abrazó a su amigo, ese gnomo que todos tenemos y que siempre lleva razón, y juntos, cogidos de la mano, volvieron a bajar la montaña. Todavía había muchas aventuras que vivir.

Fin capítulo 30.

viernes, 10 de mayo de 2013

Capítulo 29 - No es tu sonrisa, es mi recuerdo (Ana)

Mi problema ha sido siempre la soledad. Es cierto que soy inmadura, cobarde, efímera, idiota, inestable, insegura, fervientemente egoísta. Soy muchas cosas. Pero también existe mucha soledad en mí, siempre me he sentido –a pesar de mi familia- aislada, ajena. La primera vez que empecé a sentirlo fue cuando perdí la fe. Estaba segura de que existía algo, sentía una presencia. No rezaba: hablaba con él por las noches, le contaba como había sido mi día. No siempre. A veces. Cuando lo necesitaba.

Pero una noche que estaba sola en casa –debía de tener nueve años-, tuve la necesidad de algo más tangible. Entonces fui a la habitación de mi hermana, que a pesar de tener tres años más que yo todavía conservaba sus osos de peluche, cogí uno, volví a mi cama y dormí abrazada a él. Y a la noche siguiente lo noté: silencio. Como si se hubiera orquestado una versión infantil del becerro de oro. Es una idiotez, todo mecido por la imaginación de mi mente infantil, pero más que comprender sentí que el amor de mi dios era como el de mis padres: mezquino, egoísta, supeditado a unas reglas. Quizás todo tuviera que ver con el hecho de que en ese momento estuvieran a punto de divorciarse. El típico chantaje emocional en que parece que los hijos son muebles, dividendos, algo que repartir.

Al final no se separaron y siguieron jugando a la familia feliz. En cuanto a mi fe, todavía quedaban rescoldos, pero a los dos años tuve que hacer la comunión y ahí desapareció del todo. A mí me gustaba ir a la iglesia los domingos, sí, había que levantarse y sentarse cada cierto tiempo y las historias del cura eran en su mayoría muy parecidas unas a las otras, pero era una iglesia de pueblo y si no eras muy ruidoso te dejaban jugar con libertad. Podías ir de un lado a otro, aspirando el olor a incienso, mirando los santos, tocando la madera del confesionario, de los asientos. 

Pero sobre todo lo que me gustaba era ir al margen del presbiterio y quedarme observando fascinada la mesa con las hileras de velas. El calor, la cera, el rito de mujeres enlutadas acercándose con manos artríticas encendiendo otra vela con la mecha de la anterior. Podía quedarme horas mirando los cirios consumiéndose. Como si hubiera algo más complejo que aún no podía comprender pero que de igual forma me serenaba.

Pero poco antes de hacer la comunión cambiaron todo eso por una consola llena de bombillas que se encendían al echar dinero, monedas, como una tragaperras. Me sentí horrorizada, y lo peor fue ver a esas mujeres haciendo lo mismo, como si nada hubiera cambiado. Fue desolador. Una semana después me confesé, comí con desagrado la hostia sagrada de pan ázimo y todo terminó. No volví a entrar en una iglesia nunca más.

No me había ido mal en la escuela. Pero luego las cosas cambiaron. Mi hermana empezó a ir al instituto y me quedé sola con el cambio de clase. Y por alguna razón, o quizás por ninguna en particular, un grupo de chicas empezó a hacerme la vida imposible. Me insultaban, me rompían los apuntes, me tiraban del pelo. Intenté pedir ayuda, pero los profesores no podían estar siempre ahí. Y mis padres tenían sus propias preocupaciones, no le dieron demasiada importancia. Fueron dos años. Y sé que suena a excusa, todos hemos tenido adolescencias jodidas. Quizás yo soy más débil. Pero sentí físicamente como me replegaba dentro de mí. La soledad cada vez más profunda. No sabía como reaccionar. Estaba cubierta de hielo y las heridas no resbalaban, se incrustaban conmigo dentro del frío.

Me refugié en la lectura, en mundos de ficción donde los protagonistas eran fuertes, sabían como actuar y qué decir en cada momento. Llevaban otra vida. Me volví una romántica. No sé, cultura pop, aquella frase de El Cuervo: “Las casas se queman, las personas mueren, pero el amor verdadero es para siempre” Releía Cumbres Borrascosas, diseccionaba Dirty Dancing. Pero no me atrevía a acercarme a ningún chico. Estaba en el instituto y me sentía invisible. Quizás lo fuera. Empecé a vestir de negro, me dejé el pelo largo para que me cubriera la cara. Empecé a leer compulsivamente cualquier cosa relacionada con vampiros. Y escribía relatos sobre ellos, naufragaba en deseos de vivir como una sombra inmortal, transformarme en una niebla que se elevase por encima de todos. Sublimaba mi ansiedad sexual, porque todo el mito del vampirismo se basa en liturgias eróticas: el cuello, la sangre, la entrega. Había una parte de mi cerebro que me llamaba inmadura. Pero me sentía feliz.

Fue divertido. Pero al final la Nada me consumió. No quería, no podía darle un nombre a la Emperatriz. Porque la magia no existía. Y sentía que para avanzar tenía que mutilar esa parte de mí. Y así lo hice.

Llegó la universidad. El sexo. Oh, sí. Al final abrirse de piernas resultó sencillo. Sencillo. Sencillo.

Pero hay algo que echo de menos, que solo he sentido parcialmente. Follar es genial. Maravilloso. Pero follar con quien amas y ser correspondida debe de ser el éxtasis. Porque no es solo la poesía de una voz en tu oído. No es convertir un ejercicio gimnástico en algo trascendente. Tampoco es dejarte llevar por la química fastuosa de tu cerebro. Ni un sentimiento de propiedad. Ni la Naturaleza reclamando su legado. Tampoco es buscar el desasimiento, la entrega brutal, la piel desgarrada. Tampoco es rozar un cuello lleno de empatía y pensar que su olor es el mejor perfume que existe. No. Es todo eso a la vez, multiplicado por mil. Estoy segura. Es la única fe que conservo. Algo que todavía no he vivido. Algo que todavía estoy buscando.

Fin capítulo 29.

Where the Wild Roses Grow (feat. Kylie Minogue) by Nick Cave & The Bad Seeds on Grooveshark

jueves, 9 de mayo de 2013

Pequeña explicación al caos

He vuelto. Bueno, como dicen por ahí, nunca me he ido del todo. Me escondí en el blog de un buen amigo, a escribir sin nadie que me recordase que quiero dar pena y llamar la atención. No, no fue una pataleta, fue dolor de verdad, del que no esperas, de ese que te pilla desprevenida. Me alejé, y quise escribir algo distinto. Y sí, es una novela. Yo escribo los capítulos de Alicia (menos Desencuentros, que tuve un día tan malo que me cargué de golpe a los protagonistas y mi compañero de escritura tuvo a bien resucitarlos en mi nombre). El resto los escribe Mario, de Hermosa Decadencia. Ha sido un cambio escribir bajo el nombre de Alicia, salir del bucle de tristeza. Y pueden decir lo que quieran, pero en esos capítulos que he escrito hay más de mi de lo que me gustaría admitir, sólo que allí me calzo tacones y me hago la dura... casi como en mi vida real. Algunos, los que también le leeis a él, me descubristeis enseguida, por lo visto soy reconocible (me encanta). Al resto perdón por la ausencia.
Seguiré con la novela, y si a alguien le molesta lo que allí escribo, que me salga de mi registro o que escriba sobre sexo... pues lo siento. Seguiré porque está siendo divertido, y porque me gusta. Cuando pueda escribiré esos posts tristes a los que os tengo acostumbrados, porque ahí fuera la vida sigue, y a veces ahoga un poco. Necesito respirar un poco, y aquí, excepto el problemilla de los últimos posts, he respirado siempre, y he sido muy feliz con vuestra compañía.
No espero que leais los capítulos, pero ahí están por si os apetece.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Capítulo 28 – Dead Woman (Alicia)

Mientras espero en uno de los sillones del banco a que las pantallas me indiquen dónde ir observo al resto de personas que esperan: ancianos impacientes que se mantienen en pie, demasiado cerca de la persona a que están atendiendo, como si de esa forma fueran a terminar antes. Al final uno de ellos se sienta en un sillón bajo la mirada furiosa de una mujer a la que no solucionan un problema. Gente que resopla, no está la cosa para llegar tarde al trabajo por culpa de estos inútiles. B017, ya sólo faltan dos, pienso, mientras susurro B019, B019, como si así me fuesen a llamar más rápido. A002… Mierda, con esto no había contado, pueden haber cincuenta personas delante y nunca lo sabrías, supongo que por eso lo hacen.

Un hombre pasa por al lado de un cartel que anuncia que “regalan” una cafetera si ingresas a mil años treinta mil euros. El cartel es una gran taza de cartón. Al pasar el hombre desmonta sin querer con el codo el asa de la taza, que cae al suelo planeando silenciosa. La mira sorprendido y de una certera patada la manda debajo de los sillones mientras esboza una mueca parecida a una sonrisa iracunda. Supongo que todos necesitamos pequeños triunfos, imaginar al trabajador del banco buscando el asa bajo el sillón. Pequeños triunfos inútiles, de eso vivimos.

Salgo a la calle, camino por aceras cubiertas de cuerpos, cadáveres que piden limosna sin saber que ya están muertos. Tal vez ya lo estamos todos.

María me ha llamado. Ha venido a Madrid a hablar con Ana y quiere verme. Camino sin prisa hacia la cafetería en la que hemos quedado. Me gusta caminar a esa hora en la que todo parece posible, en la que el aire fresco y los barrenderos se afanan por hacer que la ciudad resucite. Al pasar al lado de un contenedor de escombros veo un cuerpo desnudo, restos de la estatua que había en la entraada de un club cercano. Lo estarán reformando, pienso. Estuve hace tiempo por un caso. Era uno de esos clubs que parecen haber estado siempre ahí, en los que el tiempo se ha detenido. Cuando se abría la puerta se respiraba oscuridad y sordidez. Terciopelo rojo ajado en los sillones, lámparas rojas, el resto pintado de negro. Mujeres un tanto decrépitas en la barra, sentadas en taburetes viendo cómo se les pasa la vida entre un polvo y otro…

Sí, necesitaba renovarse. Al pasar por la puerta veo que están montando las estanterías de una franquicia de una perfumería. Sonrío al ver las paredes pintadas de rojo con sombras de flores en negro, impidiéndole desprenderse del todo de su antigua personalidad. Joder, hasta a las putas les ha afectado la crisis…

María me recibe con la mirada triste. Algo no va bien.
María: Ayer vi a Ana. Llamó a mis padres para tranquilizarles. Alicia, les llamó a ellos…
Alicia: ¿No habló primero contigo? Que extraño, siempre ha recurrido a ti, nunca a ellos. (Pausa) ¿De qué habéis hablado, te ha aclarado algo?
María: Estaba muy calmada, displicente incluso, como si hablar de ello fuera una molestia innecesaria. Me ha asegurado que ha sido todo un malentendido, que la última vez que vio a Peter fue en Londres. Alicia… es mentira. Conoces la relación que tenemos, somos hermanas, pero también hemos sido amigas, confidentes, ha cambiado mucho en estos ocho meses pero aún sé cuando miente. Lo hizo ella. Sé que lo hizo.
Alicia: (Bajando la voz) ¿Vas a hablar con la policía?
María: Es mi hermana, no puedo. Y en cuanto a Peter… es difícil decir esto en voz alta, pero viste su ficha policía: era un monstruo, ha salvado a otras mujeres de pasar por ese infierno. Pero ya no la conozco, no sé de qué es capaz, ¿podrías seguirla durante un tiempo, investigar en qué está metida?
Alicia: María…
María: Lo sé, ¿crees que no me cuesta pedírtelo? Mis padres ni siquiera se han percatado, han vuelto a Valencia ajenos a todo, satisfechos por el deber cumplido. Pero… ¿te acuerdas de aquél cuento que te inventaste cuándo éramos pequeñas? Ella estaba obsesionada y te hacía contárselo una y otra vez. Joder Alicia, es Ana, nuestra Ana. Algo le ha sucedido. Ayúdanos.
Alicia: (Pausa) De acuerdo. 

Fin capítulo 28.

Dead Man, Acoustic Theme by Neil Young on Grooveshark

Capítulo 27 – La Fiesta (Mario)

Aún no he terminado de vestirme cuando Alicia llega a mi casa. Le invito a que suba y le sirvo una copa de vino. Lleva una chaqueta de algodón negro con hebillas frontales y lazada. Hago un gesto. Con un suspiro entreabre la tela: está exultante, top imitando un corsé negro, falda escasísima, botas altas, esposas a modo de cinturón. Yo no me he molestado demasiado, pantalón de cuero, camisa negra de escarola… lo importante es el collar con cadena que llevo en el cuello y que marca mi condición de sumiso. Tengo sentimientos encontrados, pero es la mejor forma de pasar inadvertido.

Alicia: Estoy nerviosa…
Mario: No te preocupes, no esperes ver parejas follando, fisting, lluvia dorada... Todo es mucho más elegante, como un local normal pero con más de un cuarto oscuro. Quédate arriba, en la zona de baile, yo me encargaré de bajar abajo, a la mazmorra.
Alicia: ¿Mazmorra? (suspiro) Prefiero no conocer más detalles. Cojamos un taxi, no quiero estar con esta ropa en la calle más tiempo del necesario.

Una lástima, está tremendamente atractiva. Miguel es un hombre con suerte. Cogemos ese taxi. Nada más llegar vemos a Natalia en la puerta. Está vibrante, una autentica dominatrix. Todavía ejerce influencia sobre mí, no creo que eso desaparezca nunca. Nos da unos pases y entramos. Deciden ir juntas y buscar algún conocido de Ana en la planta de arriba.

Miro a mí alrededor y sonrío, quizás sean reminiscencias de mi etapa gótica adolescente pero me encanta la estética BDSM, resulta perturbador ver a tantas mujeres desbrozando su rol de sumisión o dominación con unas botas altas, un uniforme, llevando solo ropa interior por exigencia de su Amo. Imagino el sonido del azote, como se humedecen ante el dolor posesivo de la fusta o el látigo pequeño recorriendo su cuerpo, azotando piernas, pechos, sexo, consiguiendo que lleguen al orgasmo sólo con eso. Esa clase de poder me fascina.

Suspiro. Concéntrate. Bajo las escaleras, voy a la zona de juegos, al jardín de tortura como les gusta llamarlo aquí. Abro la puerta que da al interior. Sí… ese olor a cuero, sudor, sexo, almizcle, lo echaba de menos. Es pronto pero ya hay varios grupos divirtiéndose, esclavas cedidas a otros Amos, la cera caliente cayendo sobre sus cuerpos, sus pezones atrapados por unas pinzas con cadena. Avanzo lentamente contaminando la mirada, enfebrecido, queriendo unirme. Alicia me manda un whatsApp escandalizada: arriba están haciendo una subasta con varias chicas. Le respondo que es un juego normal, ellas también disfrutan, todo está consensuado. Me responde con un emoticón de perplejidad.

Una joven Domina me mira con arrogancia mientras practica trampling con su sumiso, clavándole sus tacones rojos en la entrepierna y el estómago. Un juego intenso. Supongo que estar rodeado de este atrezzo de cruces de San Andrés, jaulas y látigos provoca que resulte más fácil dejarte llevar. Al fondo dos dominantes someten a su desnuda sumisa. Antes la han exhibido por todo el local con un cepo en el cuello y las manos. Dejan su culo expuesto sobre una especie de potro moderno o silla de spanking y empiezan a azotarla con fuerza. Pequeños gritos. Piel encarnada.

El pitido del móvil me saca del sopor: Alicia ha encontrado a Ana. Subo lo más rápido que puedo. Cuando llego han apagado las luces, en un pequeño escenario están cubriendo con cuerdas y nudos a una chica: van a alzarla, una performance de bondage de suspensión. Las cuerdas son de algodón, teñidas de un rojo agrio. Hace juego con la pintura que cubre su cuerpo, cicatrices, lágrimas de sangre que recorren su cara, sus pechos y se pierden entre los muslos. Reconozco a la mujer: Ana.

Alicia se pone a mi lado, de momento no podemos hacer nada. Terminan los nudos: profesionales, clásica posición hogtied, aseguran la cintura y el torso con manos y pies y la alzan desde un solo punto. Poleas. Música de fondo, ¿Carmina Burana? Flashes. Sube un metro, dos… Se alza por encima de todos nosotros, el pelo cubriéndole la cara, las manos a la espalda, las piernas formando un ángulo recto, su cuerpo convertido en arte. La música in crescendo, gira en el aire y se pone boca abajo. Abre los ojos y me mira fijamente, a mí, como si fuera consiente de mi presencia desde que entré en la sala. Sonríe. La música nos cabalga. Su cuerpo sigue girando. Hay varios focos iluminándola. Estamos todos extasiados. Hasta Alicia está impactada por la belleza del momento. De pronto la música se agrieta, los focos se apagan, sólo queda uno a ras de suelo golpeándola con una intensa luz roja, iluminando el maquillaje visceral de su rostro mientras gira cada vez más deprisa. Pasan unos segundos y va poco a poco apagándose. Fin. Murmullos. Alicia intenta acercarse al escenario. Se encienden las luces de improviso cegándonos: no hay nadie en el escenario. Es imposible, no hay ninguna salida, ni siquiera una ventana. La gente sale de su aturdimiento y empieza a aplaudir.

Alicia: Joder, ¿dónde está?

Natalia habla con el responsable de la fiesta. Se muestra hermético: Ana le envió unos vídeos con la performance para participar. Aparte de eso no sabe nada de ella. Es como un fantasma de la red que aparece en cualquier evento europeo, participa y luego desaparece. Alicia está desquiciada. Justo cuando empieza a subir el tono de la conversación recibe una llamada de Miguel.

Alicia: No es un buen momento, Ana ha estado aquí y nadie quiere ayudarnos…
Miguel: No importa. Acabo de hablar con la policía: han retirado los cargos. Ana se presentó esta mañana en comisaria y tiene una coartada solida. Habló desde allí con sus padres, locuaz y alegre al parecer. Estamos fuera. Ya no hay caso. 

Fin capítulo 27.

II. Fortune plango vulnera (Fortuna Imperatrix Mundi) by Carmina Burana on Grooveshark