Mario: Ya sé que tú asesinaste a Peter. De hecho Alicia
ha descubierto que la mujer que te sirve de coartada fue amante tuya. Lo tenías
todo calculado desde el principio…
Ana: ¿Quieres un cigarro? (Niego con la cabeza) Quizás. O tal vez no. ¿Es importante para ti?
(pausa) Yo… he venido a disculparme
por mi comportamiento…
Mario: Ah, es cierto, he de reconocer que pensaba
que pagarías mis dotes de anfitrión de otra manera, fuera de un contexto de
cuerdas y drogas. La resaca, debo añadir, no fue demasiado agradable.
Ana: Me sorprende verte tan calmado. Pensé que me
odiarías, que no me dejarías ni siquiera entrar en tu casa.
Mario: Pequeñas afinidades, la química de mi cerebro
también falla de vez en cuando. Además, tengo curiosidad, ¿cómo conseguiste
desaparecer en tu performance? Fue algo increíble.
Ana: Si fueras un niño me pedirías que lo
repitiera, ellos todavía creen en la magia, no buscan el truco.
Mario: Cuando era un niño estaba obsesionado con
Sherlock Holmes, siempre he buscado la lógica en todo. Responde al menos a una
pregunta, ¿por qué volviste a mi casa?
Ana: (Sonrisa
maliciosa, da una última calada y aplasta el cigarrillo en el cenicero) Podría
justificarlo diciendo que tenía que recoger algo incriminatorio. Pero no sería
cierto: ya tenía coartada. De hecho hubiera sido perfecto que descubrieran el
cadáver cuando estábamos en Valencia. (Pausa)
Simplemente quería volver a verte. Desde que te vi en Londres estaba…
Mario: (Extrañado) Disculpa,
¿Londres?
Ana: La realidad no es decepcionante, sólo
desangelada, gris. No me reconociste, lo noté en cuanto te vi en el portal. Por
eso no hablé contigo, había pensando tantas veces en ese momento que al darme
cuenta de tu tibieza comprendí que todo había estado –de nuevo- sólo en mi
cabeza. No, no me mires así, deja que me explique. Fue hace unos meses. A pesar
de todo lo que me hacía estaba totalmente enganchada a Peter. Había miedo, pero
también otras cosas. Esa noche me había dejado en la calle. Sin llaves,
documentación o dinero. Estaba desesperada. Y de pronto te vi, ahí, en un
banco, discutiendo con esa chica.
Mario: Joder. Sí, Laura, hace tres meses. Una ex.
Fui a verla. Masoquismo sentimental.
Ana: No sabía los detalles de vuestra historia,
pero era como tantas otras. Y cuando te alejaste y ella se echó a llorar pensé
que todo había acabado ahí. Por lo que pude entender ella ya estaba con otro.
Todo se reducía a un recambio. Sin embargo tú no te fuiste, sacaste el móvil y
la llamaste.
Mario: Seguía enamorado, no quería que todo se
redujera a esa despedida, quería tener un buen recuerdo. No podía dejar que
todo acabase así.
Ana: Estabais a cinco metros hablando por el
móvil. Escuché lo que decías, como la prometiste que la recordarías siempre
porque era especial, magnifica…
Mario: Los decadentes somos así, nos terminamos
creyendo nuestra propia impostura. Somos unos necios amantes de la nostalgia.
Ana: Quizás. Pero me gustó tu forma de perder. Tus
palabras. Los dados a veces se equivocan, es difícil respirar cuando intentas
escapar a través de los sueños.
Mario: O tal vez la sensación de impotencia debilita
hasta el grado de denigrarte. Es lo que tiene tener poca autoestima. Y algún
trauma.
Ana: Todos tenemos algún trauma, ¿sabes por qué
seguía con Peter a pesar de todo? Llevaba años sin tener un orgasmo. Desde los
diecisiete años. Y de pronto, casi sin esperarlo, tuve uno con él. Con dolor.
Imagina lo trastornada que me dejó esa idea. Desde la universidad he estado con
muchos hombres. He idealizado. He usado. Y al final, cuando ya me conformaba,
de pronto sucedió con un hombre que me pegaba.
Mario: Joder, la sexualidad de las mujeres es… un
momento… ¡ya te recuerdo! Pero es normal que no te reconociera, estás muy
cambiada, en aquel momento parecías enferma, demasiado delgada, tus ojeras, tu
ropa…
Ana: (Sonríe) Me salvaste y
ni siquiera te diste cuenta. Te seguí después hasta aquel bar. Vi como bebías
solo. Quería entrar, hablar contigo. Pero no me atrevía. No sabía como
abordarte. Era la una de la madrugada cuando saliste tambaleándote. Y me quedé
en blanco, estaba ahí, en medio de la calle, tú acercándote y no sabía que
decirte. Entonces, justo cuando estabas a mi altura te pregunté: “¿Dónde está la salida?” Me sentí
estúpida, dudaba incluso que me hubieras escuchado. Pero tú te paraste, me
miraste fijamente durante unos segundos, y no sé cómo, pero comprendiste lo que
quería decir. Y me diste un abrazo. Un largo y cálido abrazo. Había pasado
tanto tiempo desde que la última vez que alguien me había abrazado... Luego me
sonreíste y seguiste tu camino. Pero de alguna forma… me despertaste. No hay
otra palabra para expresarlo. Dejé a Peter. Volví a Madrid. Y de pronto, justo
tres meses después, volví a encontrarte en aquel portal sin ni siquiera
pretenderlo…
***
Es tímida y viciosa, como si hubiera dos mujeres en su interior
empujando en direcciones opuestas. Acaricia y luego muerde hasta hacerme
sangrar. Mis dedos de pianista recorren el vórtice de sus caderas, desbrozando
su ropa interior. Lujuria. Desesperación. Poesía gastada, como un gesto de
galantería en la primera cita. Me araña la espalda. Intenso someterla. Desollamos
nuestros labios. Calor. Sudor. Flujos mezclándose, descendiendo por sus muslos.
Salvaje penetración de violador. Caricias llenas de cínico romanticismo.
La anorgasmia sobrevuela sobre nosotros, pero me siento ajeno a los
retos. Los detesto. Me separo de ella, deslizo los dedos por su cuerpo
recorriéndolo, penetrándola. Gime. Se arquea. Reacciona a los estímulos, todo
sigue adelante, in crescendo. Pero justo antes de llegar, una puerta en su
cabeza se cierra, la frustración empaña sus ojos. Oh, mi pequeña y jodida
muñeca rota.
Empieza a chuparme la polla. Alargo la mano, abro un cajón de la
mesita de noche y saco la petaca. Bebo con rabia. Todo ese pelo encrespado
subiendo y bajando, como una maldición griega sobre mi cuerpo, devorando con
avidez al monstruo purpura, quedándose sin resuello. Su coño lubrica siguiendo
el guión establecido, pero ella no lo conseguirá. El dolor y el placer
indisociables. Sigo bebiendo.
La pongo a cuatro patas. Separo sus labios y se la meto sin contemplaciones.
La cojo del pelo con saña, enredándolo en mi muñeca, y aumento el ritmo. Su
culo se mueve con lucidez. Afilo la petaca. Sigo insistiendo sobre su cuerpo,
me dejo llevar, sus pezones son punzones de hielo, me agarro a ellos en una
caída de siglos. Muerdo su cuello, largo y elegante. Ahoga un gemido. La saco
totalmente, acaricio la entrada de su coño y luego brutalmente se la hundo con
fuerza. Abducir su boca con mi lengua, todo el peso de mi cuerpo
inmovilizándola. Mis manos rodeando su cabeza, lubricando una mezcla espuria de
lenguaje obsceno y frases de amor. Me rodea con sus piernas, usa las uñas.
Intento sujetar su violencia. La cama hace demasiado ruido. Todo gira. La sed
continúa. Mi polla es un hierro al rojo vivo que nos convulsiona. Las sinapsis
crepitan, pavesas de lujuria cegando nuestros ojos. Quiero llenarla pero es un
océano ilimitado.
Todo sigue, y sigue, y sigue. Una hora. Quizás dos. Sudor. Oscuridad.
Calor. Amor. Odio. Dolor. Colisión. Abismo inescrutable. Cierta lucidez ilumina
la escena justo antes del orgasmo, ese fugaz y turbador sosiego. Movimiento
espasmódico de amor blanco que vierte encrucijadas genéticas en su interior. Nos
separamos. Ana suspira débilmente. Al rato me acoge en un abrazo lleno de
posdatas. Fingimos y cerramos los ojos.
Horas después el cuchillo atraviesa mi costado. No importa. El fracaso siempre fue mucho más doloroso.
Fin capítulo 32.
Fin capítulo 32.
En un principio este capítulo cierra el primer arco argumental de la trilogía. Tenemos pensado escribir dos epílogos para atar cabos y concretar que sucede con Alicia, Ana, Mario y Miguel. Cuando Nuria y yo tuvimos la idea de escribir la novela nos comprometimos a treinta capítulos en un mes, y aunque tenemos ideas de sobra, alargar esta primera parte de forma innecesaria tampoco tiene demasiado sentido. Con todo, como somos contradictorios, no os extrañe ver más capítulos de forma intermitente. De momento espero que hayáis disfrutado tanto como nosotros.
ResponderEliminarUn abrazo ;)
Creo que me he perdido algo porque no he entendido bien el final.
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