Esto es mi particular explicación al caos, al abandono, a este puto desastre.
¿Por qué cerré el blog? Echaba de menos comentar, leer, escribir, pero a la vez, no sé, a ratos me sentía demasiado atada. Y, asumámoslo, cada vez escribía (escribo) un poco peor. Además me harté de tener altares a gente que ya no está por voluntad propia. Me harté del ridículo continuo de dejar claro quién es importante cuando yo no importo una mierda. Y cerré. Y no. Porque esta es mi casa, mi motel, mi bar de copas, el sillón al lado de la chimenea en el más frío invierno, el montón de hojas secas sobre el que saltar en otoño. Esto, vosotros, habéis sido mi mayor apoyo en estos dos años y pico. Y no, no exagero. Y yo voy y cierro, en pleno ataque de locura. Un exabrupto que no merecéis.
Dicho esto, reabro básicamente para contaros cómo estoy, por si a alguien le interesa. Porque a quien ha estado en las malas merece saber de las buenas.
Mi trabajo es genial. Me encanta el ambiente, y me tratan muy bien. Tuve una compañera bastante tocapelotas, pero al asignarme a mi puesto definitivo sólo hablo con ella por teléfono muy de vez en cuando. De compartir despacho con la bruja malvada (una esnob que vivía en una crítica continua a todo bicho viviente, y que opinaba que era una infamia criar niños en un piso pequeño; y yo la miraba con un poco de pena, porque mejor un piso pequeño y mucho amor que un piso enorme vacío de todo lo importante) a estar rodeada de gente que me apoya. No es lo que esperaba a los 20, desde luego, pero es un sueldo, y por ahora me permite un nivel de independencia económica que ni había soñado.
Luego está el tema de mi muro particular, ese contra el que me golpeo continuamente sin conseguir moverlo ni un milímetro. Pues con la ayuda de María he podido saltarlo.
Después de peregrinaje por abogados, juzgados, etc, al final él me reclamaba custodia compartida y una compensación por abandonar el piso (sí, amigos, eso en Valencia tiene base legal) que superaba lo que me tenía que pasar de pensión de las dos niñas si la custodia era mia. Creo que todo era para asustarme y ver si así me echaba atrás y decidía seguir con él. Cuando me vio en el juzgado, decidida y con testigos, decidió que llegar a un acuerdo era mejor opción. Yo encantada, claro. No me apetecía llegar a aquello, ni que mi hija tuviese que ir a decir que papá sí trabaja. Al final le tengo que pagar, pero menos, y la custodia es mia. Le propuse (para que tuviese más tiempo para estar con las enanas) que el fin de semana que le tocaban se las quedase hasta el lunes y le dijo a mi abogado que no. Fue un “quita, bicho” en toda regla. Así que las tendrá de viernes tarde a domingo noche.
Ahora estoy esperando a que se vaya, que no tiene pinta de que vaya a hacerlo voluntariamente en los días fijados, confiando como confía en que no llamaré a la policía.
Y mientras sigue manipulando y mintiendo, diciendo que ha pagado deudas que no ha pagado, y negándose a darme el número de cuenta para que le haga los ingresos.
Y el resto igual, con una pérdida total de fe en el amor. Y con ganas de pasear en bragas por casa, que hace tres años que no puedo.
Os sigo leyendo, a ratitos, aunque no diga nada. Y os echo de menos.
Un besazo en los morros a todos. Y si os da mucho asco un abrazo.