viernes, 28 de marzo de 2014

Azalea (cuento)

Azalea era una nube feliz, siempre sonriente. Cuando era Azalea la que llovía todos sabían que era porque lloraba de la risa.

Le gustaba dejarse llevar por el viento, sobre todo por el que viene del mar, húmedo y con olor a salitre. Le hacía cosquillas, y le gustaba su sabor salado. Ese viento siempre la llenaba de lluvia, y entre las cosquillas y la humedad, Azalea siempre acababa lloviendo de la risa, lluvia en grandes gotas felices que regaban los campos, que limpiaban las aceras.

Pero lo que más le gustaba a Azalea era un pequeño pueblo de pescadores, junto al mar. En sus calles siempre había niños jugando, libres, alegres. Sus risas eran contagiosas. Las casas eran pequeñas, blancas, relucientes bajo el sol. Cada vez que podía, Azalea se acercaba a aquel pueblo, a observar a sus habitantes, a recorrer con la mirada sus calles estrechas empedradas.

Un día, Azalea pensó que hacía mucho que no visitaba su pequeño pueblo, y se dejó empujar por un viento que venía del norte. Casi pasó de lejos, porque no lo reconoció. ¿Cómo podía su pueblecito haber cambiado tanto?

De repente se encontró con un pueblo bullicioso, lleno de gente extraña con ropa colorida y cámaras de fotos colgando del cuello. Había coches por todas partes, bocinazos, gritos. Los niños andaban bien cogidos de las manos de sus padres, y no parecían muy alegres, y mucho menos libres.

Pero lo que más asombró a Azalea fueron los edificios. Al lado de las pequeñas casas, o hasta en lugar de las pequeñas casas, había edificios delgados y altísimos, cubiertos de cristales, que reflejaban la luz del sol y cegaban a Azalea.

Tan deslumbrada estaba por aquellos enormes espejos alargados que se quedó enganchada en la punta de uno de aquellos rascacielos.

Al principio no supo qué ocurría, quería huir, pero algo se lo impedía. Luego se dio cuenta de que estaba atrapada por aquel monstruo, y empezó a tirar y tirar, pero no conseguía más que desgarrarse por algunas partes, poco más. Así fue como Azalea lloró por primera vez en su vida de tristeza.

Lloró y lloró, descargando pequeñas y finísimas gotas de agua sobre aquel pueblo. Al principio los habitantes y los veraneantes lo agradecieron, tras semanas de agotador calor, pero pasaron los días y Azalea seguía llorando. Sus amigos los vientos venían para empujarla, pero sólo conseguían cargarla de más lluvia, que caía sin descanso. Las calles se inundaron, nadie podía tumbarse en la playa a tomar el sol, ni pasear por el pueblo tranquilamente, y mucho menos tomar algo con los amigos en una terraza. Entonces los turistas comenzaron a marcharse.

Cuando no quedó en el pueblo más que la gente que vivía todo el año, empezaron a preguntarse por qué no dejaba de llover. Y de repente se fijaron en la gran nube gris y triste que había en la punta de un edificio. Miles de nubes habían venido a ayudarla, pero al no conseguirlo, lloraban de tristeza con la pobre Azalea.

Los habitantes se dieron cuenta de que la culpa era de aquellos enormes edificios, y cuando los miraron bajo el cielo gris, ya no les parecían tan fantásticos, ni tan buena idea. Descubrieron que añoraban los días felices y tranquilos de antes de que se volviesen locos y construyesen más allá de lo imaginable.

Fue entonces cuando decidieron destruir todos aquellos edificios. Demolieron hasta el último, ese en el que estaba enganchada Azalea. Para cuando quedó libre, el pueblo era casi el que solía ser, y Azalea no podía dejar de sonreir, agradecida.

jueves, 20 de marzo de 2014

Perder toda fe



Lo jodido de perder la fe es el vacío. Con esto no contaba, con este frío no contaba.

Yo antes creía. Creía en demasiadas cosas, supongo. Creía en Dios. Sí, creía en Dios. No era ese tipo de creencia ciega y no cuestionada de la fe normal. Yo creía, supongo, por necesidad.


Al principio todos creemos por una cuestión cultural. Mi madre es creyente practicante. Supongo que por eso creía cuando era pequeña. Iba a misa con ella, todo me parecía mágico, tan ostentoso y ceremonial. Era como ver una y otra vez la misma representación teatral. Creer era fácil. Era lo que tenía que hacer.

Luego empecé a tener dudas. Pasé una crisis de fe de la hostia, de esas brutales, con sermones y visitas obligatorias al párroco. Al final resultó el más cuerdo de todos. Es sano que tengas dudas, me dijo. La fe debe sustentarse en el lado crítico. Si superas esta crisis de fe y sigues creyendo saldrás fortalecida. Si no la superas no pasará nada, Nuria. El mundo no acaba aquí.
La superé, y convertí los padresnuestros en parte de mi rutinas para poder seguir. Desde entonces tengo la firme convicción de que las religiones tienen mucho que ver con el TOC. Muchas beatas parecían tener el mismo comportamiento de repetición rutinaria que yo, casi obsesiva. Pero yo era consciente. No podía evitarlo, como los pares, como los giros de la cucharilla al mover el café. Rutinas. 


En mi facultad ser creyente y confesarlo era… curioso. He mantenido más discusiones sobre mi fe allí que en ningún sitio. ¿Dónde encaja la evolución con tu Dios? ¿Cómo puedes creer siendo de ciencias puras, viendo pruebas? Un compañero decía que mi libre interpretación de la biblia rozaba lo blasfemo. Yo entendía todo como metáforas, no como realidades. Adán y Eva: metáfora, una puta parábola inventada para explicar a pobres analfabetos (perdón). ¿La Iglesia? Una buena idea en principio, que luego se fue pervirtiendo porque la gestionaban personas. En ella no creía. 

Y así, con mi libre versión del catolicismo, fue sobreviviendo mi fe. Porque la necesitaba. Necesitaba pensar que había algo más, un lugar en el que volvería a encontrar a mi abuelo, o a Alejandro, o… Bueno, eso. Me jodía pensar que todo acababa aquí. Y además me tranquilizaba confiar en alguien cuando no veía salida. Pedía ayuda, prometía cosas absurdas. Confiaba. Rutinas que me mantenían entera.
Era todo más fácil cuando creía. Sí, era más fácil.


Ahora ya no creo. Quiero creer, pero no me sale, igual que ya no me sale creer en el amor, o en los parasiempres.
 En algún lugar me dejé la fe, y ya no puedo recuperarla.

Hace poco entré en una iglesia. Mi hija quiere tomar la comunión. Todas sus amigas lo hacen. Y me parece importante dejarle elegir hacerla, igual que le dejaría elegir no hacerla. Ya veremos si dentro de unos años es capaz de conservar su fe, si quiere conservarla. 

Así que allí estaba yo, como había estado tantas otras veces. Era algo divertido, cantaban, el cura no era aburrido. Pero no podía con aquellas ganas de salir corriendo, de acabar con aquel teatro. Me parecía una falta de respeto estar allí sin creer una puta palabra. Qué ganas de levantarme e irme. Algo muy físico.
Entonces fui consciente de que ya era algo irrecuperable, de que ya no podría recuperar ese estado de “inocencia”.  Igual que en tantas cosas.

No hay amor, no para mi, ya nunca sentiré esa emoción, ese saberme capaz de vencer a dragones, esa invencibilidad que se siente cuando se está enamorado.
Y ya no hay quien me salve. Ya no hay un sitio mejor al que ir después de esto.


Era más fácil cuando creía. En todo. Era más fácil. Joder.

Losing My Religion by REM on Grooveshark   Losing my religion - REM
( Ya, ya, no habla de religión, más bien de desquiciarse. Igual tiene más que ver con la pérdida de fe en el amor, supongo)

Nota: La imagen no es por faltar el respeto. Es una tumba real del cementerio de mi lugar. No creeré, pero sigo visitando a mis muertos.