Son las doce y media cuando suena el móvil. Numero oculto. Aun así respondo: “¿Hola?” Nadie contesta. Al rato cuelgan. No es la primera vez que sucede esta semana. Quizás no tenga importancia. Quizás no haya nadie detrás de ese número. Una centralita. Un relato de Bolaño. Quizás solo sea el silencio que hay detrás de una relación.
Las relaciones... decía el señor Iribarren –y cito de memoria: “Enamorarse no tiene mayor mérito, lo difícil, no conozco ningún caso, es salir entero de una historia de amor”
Las hombres. Omnipresentes. Recuerdo a Peter recitando: "Juntos podemos ver la belleza de las almas, escondidas como diamantes en el reloj del mundo" Ahora solo son una pequeña debilidad en mi
vida que se macera en un segundo plano. Ya he tenido suficiente. De momento.
Es difícil llegar a ese silencio elegante al final de una relación,
cuando te has percatado de que todo ha terminado y solo queda claudicar, cuando
verbalizar solo es el eco estanco de un portazo, de una nota de despedida. Porque
sabes que las siguientes conversaciones, a pesar de toda tu paciencia y buenas
intenciones, siempre van a terminar mal. Porque siempre hay uno de los dos que
se siente más frustrado, más herido, inseguro o dependiente, siempre hay un
desequilibrio de necesidades y sentimientos. Porque es jodido renunciar a un
amigo, a un amante, a todo el tiempo compartido y que podríais compartir más
adelante, es duro luchar contra el apego y el miedo, contra la duda del punto
sin retorno.
Por eso no hay necesidad de elegir entre amor o poema, solo hay que
saber rendirse al silencio. Todo queda atrás, se intercambian los bancos de
memoria. La intimidad es un dado trucado que gira mientras tomas distraído la
siguiente copa. Luego, con la distancia adecuada, se crearán más recuerdos,
pero sólo seréis dos turistas tomando una copa en un bar, dos desconocidos que
encuentran tirada en la acera una charla banal.
Ah, mi querido Ginsberg, déjanos beber de las negras aguas del Leteo, déjanos olvidar.
Ah, mi querido Ginsberg, déjanos beber de las negras aguas del Leteo, déjanos olvidar.
Fin capítulo 11.
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