Alicia: Muriendo, ¿sabías que hay muchos tipos de muerte?
Javier: (Me mira a la
cara desconcertado) Sí, creo que has
estado muerta. Tienes los ojos más tristes.
Entro en su casa. Todo
sigue igual. Desorden. Ordenadores. Hay varios teléfonos sonando en la
habitación contigua. Las paredes llenas de mapas y anotaciones. Sonrío mientras
me quito el abrigo: no ha cambiado nada.
Javier me observa
obsesionado, excitado. Un puto fetichista fuera de control. Sobre todo entre
estas cuatro paredes. Me desnuda de forma violenta con la mirada y eso me excita.
Quizás por la tenue sensación de peligro, no lo sé.
Javier: (Suspicaz) ¿A qué has venido? ¿Qué coño quieres Alicia? Siempre
quieres algo…
Alicia: (Estamos
sentados juntos en un amplio sofá destartalado que preside el salón) Igual que tú. Todos queremos algo. Todo tiene un
precio. La información quizás sea lo más caro de conseguir (la falda se me ha subido un poco, el zapato se descuelga de mi pie y
zozobra. Su mirada queda imantada) Estoy buscando a alguien…
Javier: Eres una bruja. (Empieza
a acariciar mis pies, delineando la línea del talón con sus dedos) quizás
la próxima vez esto no sea suficiente, ¿has visto "From Dusk Till
Dawn" de Tarantino? La próxima vez quizás bebamos tequila juntos. Pero me
alegra volver a verte. Me excita este reencuentro. Humbert está contento.
Humbert necesita más detalles…
Unos minutos después salgo
descalza de su casa. Tras un par de llamadas me ha dado una pista fiable sobre
Ana. También me ha puesto al corriente sobre Peter. Y sobre el viaje a
Valencia. Me ha facilitado detalles que ni siquiera la policía conoce. Bien.
Todo resulta inquietante y coincido con su comentario final: ten cuidado con
ella.
Me agrada caminar descalza.
Antes, cuando pasaba las vacaciones en mi pueblo, me gustaba hacerlo por la
noche. Disfrutaba hollando las huellas de los gatos, sintiendo la arena, la
piedra, el cemento, el agua, no sé, como si de esa manera pudiera anclarme
sutilmente a una realidad que por aquel entonces me resultaba demasiado ajena.
Sin embargo en la ciudad es peligroso. La suciedad te engulle. Te hiere. Me subo
al coche y conduzco hasta el piso de Miguel.
Pensamientos peligrosos. Hace
unos meses recorrí este mismo camino volviendo de un concierto, la noche que
compartí con mi poeta. Que absurdo utilizar ese adjetivo posesivo. Existía un
paraíso de palabras al que fui invitada pero, ¿fue realmente mío? No lo creo.
Enseguida las medidas fallaron, era como Alicia en el libro, cada vez más
pequeña en ese jardín fastuoso que poco a poco dejaba de pertenecerme. Pero
durante esa noche fui feliz con él. Saboreé la felicidad, porque la felicidad
vivía en su boca, en su lengua acariciando mis pezones, en sus manos
recorriendo mi espalda mientras me hendía en su carne, mientras mi pelo se
alborotaba sobre su cuerpo. Podría haber andado toda la noche descalza con él y
nada me hubiera herido porque sobrevolaba por encima de todo. Eran alas de
perfecta felicidad, cosidas con esperanza, con placer, con palabras, con
libertad, como si mi vida se hubiera conducido entre penumbras para llegar a
este momento y poder saborearlo, alzándome por encima del vértigo.
Y eso fue todo. Nada más. Ahora
soy como la escultura del Ángel Caído del Retiro, mirando de forma obsesiva
hacía el cielo. ¿Realmente existió ese cielo? No. Sombras chinescas donde el
foco de luz fue el ideal de la distancia. Del tiempo limitado. De un concierto.
De una caricia en el cuello. Lo sé. Pero no he vuelto a sentir nada parecido.
Nada. Y si me quito también eso, ¿qué me queda? ¿Una vida sin pasión, sin una
sola poesía dedicada? Dios, me ahogo solo de pensarlo. Tengo treinta y siete
años. Ya he pasado la adolescencia. Ya me he desangrado en la responsabilidad
adulta. No quiero mirar atrás y ver sólo el cadáver de Momo desdibujándose a lo
lejos.
Aparco el coche. Subo los
tres pisos. Miguel hace una mueca al verme entrar.
Miguel: ¿Sabes que vas descalza?
Alicia: (Sarcástica) Gracias por decírmelo, lo había olvidado.
Miguel: (En su mirada
hay reproche e impaciencia) ¿Has conseguido
que te cuente algo?
Alicia: ¿No lo consigo siempre?
Miguel: (Su tono es
seco) Date una ducha mientras preparo
algo de cena. Seguro que estás cansada.
Alicia: Por favor Miguel, ya sabes que es como un juego, nada
peligroso. No me juzgues.
Miguel: No me gusta Javier. Algún día llegará más lejos
contigo y entonces… (Deja de hablar y
sigue troceando pimientos)
Suspiro. No quiero
discutir ahora. No con él. Me doy una ducha. Agua caliente, casi al extremo. Quiero
sentir algo en mi piel. Me acaricio ligeramente, ¿cuánto hace que no…? Cabeceo.
Da igual. No importa. Salgo al salón. Solo llevo una camiseta y las bragas.
Como siempre. Me tumbo en el sillón y enciendo un cigarrillo. Me gusta observarle
mientras cocina. Siempre que lo hace parece feliz. Canta una canción que no
conozco con un tono casi inaudible.
Miguel: (Se gira y su
rostro se agita) Joder Alicia,
vístete, me dice sin apartar la mirada.
Alicia: Como si nunca me hubieses visto en bragas…
Miguel: (Se acerca,
noto su respiración acelerada, ansiosa) Hay
cosas a las que nunca puedes llegar a acostumbrarte. Y verte así es una de
ellas.
Me siento incomoda.
Extraña. Me visto y bajo a la calle a comprar una botella de vino. Necesito
respirar. Me acomodo en un banco para pensar, centrarme. Nunca había visto a
Miguel de esa forma. Cuando llegué descalza del vertedero estaba en shock.
Miguel me desvistió, me metió en la ducha y me frotó con una esponja hasta que
el olor a muerte desapareció. Me vistió, me tumbó en la cama y me abrazó hasta
que dejé de temblar. Me cuidó, como lo ha hecho siempre. Mi hermano, así lo
veía, como si fuese mi hermano. Pero ahora me doy cuenta que para él ha sido
diferente. Joder Alicia, siempre estropeando todo, siempre haciendo daño.
Quiero evadirme. Miro el
correo en el móvil. Nada. Ningún mensaje. Normal. Estoy acostumbrada a no
recibir respuestas.
A mi lado se ha sentado un
chico. Mueve las manos de forma extraña, le observo de reojo. Con la mano
derecha se frota la ceja derecha, luego se toca la nariz, después la radio que
tiene sobre las piernas, luego el pecho. Sube la mano izquierda, pecho, ceja,
pecho tres veces, y vuelve a empezar. Cualquiera que lo viese pensaría que son
movimientos aleatorios. Yo sé que sigue un patrón. El TOC te acaba invalidando
si no consigues controlarlo. Ese chico no puede hacer nada, porque cualquier
cosa, un trabajo, una conversación, una relación, implica salirse del patrón,
tendría que volver a empezar pero esta vez con retraso. A veces es mucho más
leve, pero aun así condiciona tu vida. Veintidós golpecitos de cuchara a la
taza de café, los zapatos en la posición correcta. Pisar una hoja seca y buscar
con cierta desesperación otra para que sean pares. Siempre pares. Puede que
consigas fingir normalidad, pero tu mente sigue buscando la hoja, contando los
putos golpecitos, colocando los zapatos para poder dormir, descansar. Vivir.
Suspiro. Últimamente lo
hago mucho. Me levanto. Lo dejo atrás. Cuando vuelvo Miguel ya ha terminado de
preparar la cena. Hay una cierta tensión, evita mirarme.
Miguel: (Rompe el
silencio) Venga, siéntate y come.
Estás demasiado delgada.
Alicia: (Con alivio) Joder Miguel, pareces mi madre.
Me mira a los ojos y sonríe. Respiro.
Me mira a los ojos y sonríe. Respiro.
Fin capítulo 19.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta lo que quieras, opina.