viernes, 12 de septiembre de 2014

Explicaciones que no me habéis pedido

Esto es mi particular explicación al caos, al abandono, a este puto desastre.

¿Por qué cerré el blog? Echaba de menos comentar, leer, escribir, pero a la vez, no sé, a ratos me sentía demasiado atada. Y, asumámoslo, cada vez escribía (escribo) un poco peor. Además me harté de tener altares a gente que ya no está por voluntad propia. Me harté del ridículo continuo de dejar claro quién es importante cuando yo no importo una mierda. Y cerré. Y no. Porque esta es mi casa, mi motel, mi bar de copas, el sillón al lado de la chimenea en el más frío invierno, el montón de hojas secas sobre el que saltar en otoño. Esto, vosotros, habéis sido mi mayor apoyo en estos dos años y pico. Y no, no exagero. Y yo voy y cierro, en pleno ataque de locura. Un exabrupto que no merecéis.

Dicho esto, reabro básicamente para contaros cómo estoy, por si a alguien le interesa. Porque a quien ha estado en las malas merece saber de las buenas.
Mi trabajo es genial. Me encanta el ambiente, y me tratan muy bien. Tuve una compañera bastante tocapelotas, pero al asignarme a mi puesto definitivo sólo hablo con ella por teléfono muy de vez en cuando. De compartir despacho con la bruja malvada (una esnob que vivía en una crítica continua a todo bicho viviente, y que opinaba que era una infamia criar niños en un piso pequeño; y yo la miraba con un poco de pena, porque mejor un piso pequeño y mucho amor que un piso enorme vacío de todo lo importante) a estar rodeada de gente que me apoya. No es lo que esperaba a los 20, desde luego, pero es un sueldo, y por ahora me permite un nivel de independencia económica que ni había soñado.

Luego está el tema de mi muro particular, ese contra el que me golpeo continuamente sin conseguir moverlo ni un milímetro. Pues con la ayuda de María he podido saltarlo.
Después de peregrinaje por abogados, juzgados, etc, al final él me reclamaba custodia compartida y una compensación por abandonar el piso (sí, amigos, eso en Valencia tiene base legal) que superaba lo que me tenía que pasar de pensión de las dos niñas si la custodia era mia. Creo que todo era para asustarme y ver si así me echaba atrás y decidía seguir con él. Cuando me vio en el juzgado, decidida y con testigos, decidió que llegar a un acuerdo era mejor opción. Yo encantada, claro. No me apetecía llegar a aquello, ni que mi hija tuviese que ir a decir que papá sí trabaja. Al final le tengo que pagar, pero menos, y la custodia es mia. Le propuse (para que tuviese más tiempo para estar con las enanas)  que el fin de semana que le tocaban se las quedase hasta el lunes y le dijo a mi abogado que no. Fue un “quita, bicho” en toda regla. Así que las tendrá de viernes tarde a domingo noche.

Ahora estoy esperando a que se vaya, que no tiene pinta de que vaya a hacerlo voluntariamente en los días fijados, confiando como confía en que no llamaré a la policía.
Y mientras sigue manipulando y mintiendo, diciendo que ha pagado deudas que no ha pagado, y negándose a darme el número de cuenta para que le haga los ingresos.

Y el resto igual, con una pérdida total de fe en el amor. Y con ganas de pasear en bragas por casa, que hace tres años que no puedo.

Os sigo leyendo, a ratitos, aunque no diga nada. Y os echo de menos.
Un besazo en los morros a todos. Y si os da mucho asco un abrazo.

jueves, 15 de mayo de 2014

Recuerdos...


El martes empecé en el nuevo trabajo. Por ahora estoy haciendo la formación, pero me está gustando lo que veo. El primer día me dieron un libro para que lo leyese. Es sobre comunicación. Por lo visto dan muchos libros para que los leas y hagas una valoración. Y, yo qué sé, será que no estoy acostumbrada a que la gente le de valor a los libros, pero me ha gustado esa política de empresa.

El libro es corto, una historia. A través de esa historia vas descubriendo con el protagonista cómo mejorar la comunicación. Habla del valor de las historias, de los cuentos, y de cómo los mejores comunicadores, la gente que al final nos marca, son gente que no intenta convencerte, que respeta tus opiniones, que explica su visión sin necesidad de enfadarse.


Y entonces me he acordado de él. En realidad lleva unos días rondándome. Mi madre opina que cuando los muertos te rondan la memoria es porque quieren luz. Recuerdo una época en que soñaba constantemente con mi primo, y cada vez que lo decía mi madre encendía una vela. A mi me hacía gracia. Ahora estoy pensando en encender una. Me estaré haciendo mayor.


Mi tío murió hace casi tres años. Ya he hablado de él, seguro. Siempre recuerdo las mismas cosas. Pero es que era importante, siempre fue importante.
No recuerdo que nunca levantase la voz. Era pequeño, de mi altura, y delgado. De joven siempre estuvo enfermo. Lo dieron por un caso perdido, una enfermedad grave de los pulmones con una tasa de mortalidad muy alta en aquella época. Cuando mi tía decidió casarse con él fue un drama, porque pensaron que se casaba con un moribundo. Pero siempre fue un superviviente. Se recuperó, llevó una vida normal, hasta que hace casi 3 putos agostos le dio un infarto y se murió. Recuerdo la escena a cámara lenta, cuando entré a su habitación y lo supe muerto, aunque tardó 4 días en morir. Es extraña la memoria en momentos así. Recuerdo detalles absurdos.

Cuando me dijeron que había muerto (realmente) estaba en el parque con mis hijas. Me senté en el suelo y no podía casi respirar. Intentaban hablarme y yo estaba lejos, en aquellos veranos en la sierra de Madrid.

Mi padre y mi tío eran apicultores, y todos los veranos íbamos a una aldea de la sierra de Madrid con las colmenas. Nos cedían la escuela, y durante todas las vacaciones vivíamos allí. Aprendí a caminar corriendo detrás de unas gallinas en La Hiruela. Eso me contaba mi tío muerto de la risa. Creían que nunca aprenderías a caminar, y un día saliste corriendo, decía.


Mi tío se sentaba contigo y sólo con mirarte a los ojos sabía qué te pasaba. Te contaba una historia, algo que aparentemente no tenía nada que ver con lo que a ti te preocupaba. Pero, joder, siempre tenía que ver, siempre encerraban sus historias la respuesta. Y además tenía la rara capacidad de saber escuchar. Y, si pensaba que estabas haciendo algo mal, sólo te hacía un par de preguntas para que tú llegases a esa conclusión y rectificases. Cuando era adolescente me jodía tanto que hiciese eso…
Con el tiempo aprendí el valor que tenían sus charlas conmigo. Nunca imponía, pero te hacía recapacitar.
Y tenía aquel sentido del humor tan particular. Cuando reía lo hacía como lo hacen los niños, con todo el cuerpo, sin pudor.


Levo días recordando cuando “cortaban” las colmenas (sacaban los panales), siempre me traía un trozo de panal. Yo me metía pedazos en la boca, y al masticar la cera crujía y estallaba en chorros de miel. Y él sonreía al ver la miel chorreando por mis muñecas. Ten cuidado con las abejas, decía, a ver si esta vez no llegamos. Todo porque cuando tenía 5 ó 6 años descubrimos en mitad de la montaña que yo era alérgica a las picaduras de abeja y casi no llega a llevarme viva al consultorio más cercano.
La memoria es extraña. Será que le echo de menos.


Hoy me he dado cuenta de que me encantaría ser así, contar historias como él lo hacía, convencer sin tener que intentarlo.
Y también he caído en la cuenta de que para ser un comunicador cojonudo no hace falta citar a mil autores. Transmitir es algo más. Que te llegue lo que cuentan, que te golpee por dentro no tiene que ver con palabras grandilocuentes, ni con la perfección.

Ojalá golpear los sentidos con palabras. Ojalá.


jueves, 1 de mayo de 2014

Ahogarse en tristezas y que la vida te haga el boca a boca

Hace unos días escribí en mi otro blog algo jodidamente triste. Voy a colgarlo, pero no para que sintáis pena, si no para que os hagáis una idea de cómo estaba en ese puto momento. Algunos ya lo habéis leido, lo siento.

Hasta que se suspendió la vista por la demanda de divorcio llevaba todo con sentido del humor, tenía bajones, pero pasaban enseguida. Desde que se suspendió el juicio he ido en caida libre. No recuerdo nunca, ni en la puta adolescencia, con todos los problemas que tuve, nada así. Nunca me había sentido tan invalidada por la tristeza. Sólo hubiese llorado, sólo eso, los dos últimos meses. Pero no puedo llorar. Porque es como abrir compuertas, no hay término medio, no son unas pocas lágrimas y seguir. No, si empezaba a llorar sabía que no podría parar. Pero cuando lloro me convierto en un monstruo, ojos hinchados, congestionada. Y no puedo trabajar así. Y mis hijas tampoco merecen ver tanta tristeza.


El último mes no he conseguido llegar ni a la mitad del objetivo de producción en mi trabajo. Lo intento, pero es como si hubiese olvidado cómo se hace.

Este es el post (siento compartir tanta tristeza): Sonríe chica triste.





 (Imagen de Albert Soloviev) 


¿Cómo sabes que has tocado fondo? No lo sabes, nunca lo sabes. Puedes pensar, chica triste, que has llegado al límite cuando te das cuenta de que te da igual vivir o morir. O tal vez creas, tú, la de la media sonrisa que esconde abismos, que es cuando llegas a la conclusión de que el mundo seguiría girando sin ti, que nada cambiaría demasiado. Y puede que sí, que hayas llegado al límite. Pero la vida es una zorra a la que le gusta jugar, y apuesta con la tristeza a que aún puedes caer un poco más bajo, a que aún te cabe más desesperanza en los ojos, esos que ya nunca son verdes.


Y entonces te das cuenta de que ese fondo que pensabas usar para tomar impulso, y salir con la sonrisa ya puesta, aunque los labios tengan marcas de tanto morderlos, es una puta piedra en la profunda capa de fango que cubre el fondo. Todavía queda lo peor, aún queda notar cómo la piedra se hunde bajo tus pies y el fango te va manchando el cuerpo. Y la tristeza es un puto lodo demasiado pegajoso como para limpiarlo a base de sonrisas desesperanzadas. 

Puede que al principio intentes no hundirte, pero al final dejas de luchar, y el fango encharca tus pulmones, alvéolos incapaces de cumplir su función. Y te ahogas, chica triste. Te ahogas sin remedio, como un pez boqueando en mitad del vacío, incapaz de respirar ausencias.


Puede que caigan lágrimas, desbordando el monzón interior, y puede que ya ni puedas levantar las manos para limpiar las mejillas con el dorso, en ese gesto de tristeza rabiosa y contenida. Puede que te apetezca llorar quince días seguidos, como aquel puto diciembre, cuando creíste, pequeña ilusa estúpida, que no te podrías levantar más, que no se podía estar más triste. Pero la vida se lo tomó como un reto, y se propuso demostrarte que aún se podía, que aún no te habías acercado siquiera al fondo.


Y entonces sonríes, chica triste, sonríes al recordar esa sensación de imbatibilidad que tenías cuando estabas enamorada, cuando creíste, pequeña niña absurda, que alguien te podía amar.


Y ahora, chica triste, seguro que follarías. Te convertirías en perra en celo, follarías rabiosa y llena de ira, intentando alejar a tristeza. Ahora morderías, arañarías, gemirías joderes, lamerías. Ahora besarías, chica triste. Pero ya ni eso haces. Ya no hay nadie a quien besar.
Ríndete chica triste. Estás jodida. Estás perdida. Ya ni siquiera sueñas.




Y una mierda. Dame un día. Un día y me rehago. Dame un día. Pero que sea largo.

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Esto era el post. Y juro que cada palabra es cierta. Imaginad cómo estaba.


Recibo una llamada para una entrevista de trabajo. Ni recuerdo cómo ha llegado mi currículum allí, pero qué más da. Voy a la entrevista: psicotécnico (nunca había hecho uno así, y me divirtió mucho, era como ir resolviendo acertijos, un misterio), dos "Reading", una carta en inglés, un test de personalidad y una carta en castellano.
En la entrevista un montón de niñas monas y yo, que debo ser de las mayores, y seguramente la menos maquillada. Acojonada, cada vez más acojonada.
Había una chica que se llamaba Nuria, y tenía mi primer apellido. Sonrío. Me gustan las casualidades.


A los dos días suena el teléfono. Quieren verme para una entrevista personal. Yo inmediatamente pienso que se han confundido de Nuria, siempre con la autoestima bien alta. Pero voy a la entrevista. Allí me dicen que les ha impresionado mi nivel de inglés (juas), diez sobre diez en los reading. ¿Sorprendida? dice una de las entrevistadoras. Y sigue la entrevista en inglés. Ahí queda patente lo oxidado que está mi inglés hablado. Les juro que yo en septiembre (cuando necesitan el inglés) vuelvo a mi nivel de inglés. Eras buena estudiante, ¿verdad Nuria? pregunta sonriendo. Yo me pongo roja, como si me hubiesen pillado copiando e intentase justificarme.
Hace cuatro años que les envié mi currículum.


Una llamada, cuando ya no la espero. Y de repente la vida decide besarme con lengua. Se abre una ventana de par en par. Tengo un trabajo. Un trabajo sin vender nada, sin objetivos. Un trabajo con alta en la seguridad social. Y si cuando acabé la facultad me hubiesen dicho que estaría dando saltos en mitad de una calle al escuchar que me contratan para trabajar de recepcionista me hubiese descojonado. Pero la vida ha cambiado mis expectativas.

Si supero los seis meses de prueba seré indefinida. Podré ser autosuficiente. No sé si alguien imagina qué significa esto para mi. Es la puerta hacia la libertad, hacia la salida.

Y pienso salir dando un portazo. Y que se joda Tristeza.


                                      (Un regalo que me ha hecho un amigo, y joder, me encanta)

 


lunes, 28 de abril de 2014

No pensar, aunque la realidad nos golpee en la cara



Hace pocos días estaba trabajando en un centro de salud, intentando hacer socios para la ong. Una mujer de unos 60 años que hablaba con mi compañera empezó a intentar convencernos de lo que ella creía, incluyéndome en la conversación hablando cada vez más alto.
 
Es mentira, decía, que haya niños pasando dificultades en España. Es todo una patraña, una mentira para que nos pongamos en contra de todo. Lo han dicho en la tele, seguía cada vez más alto. Lo he visto en uno de esos canales que dicen la verdad.
Yo le pregunté si no veía necesidad a su alrededor, pero ella seguía con su discurso absurdo. Como no puedo permitirme discutir en el trabajo, y además es inútil intentar hacer ver la realidad a alguien que se niega a verla, me di la vuelta y salí a seguir trabajando en la calle.

El centro de salud está en uno de los barrios más pobres de Valencia. Enfrente hay una “escoleta”, una escuela infantil, despintada y con pinta de hundirse en cualquier momento. En el bar de la esquina hay 3 tíos sentados en la acera, gritando burradas sin que nadie parezca asombrarse. El barrio está visiblemente deteriorado. Como es festivo escolar hay niños en la calle. No, no parece que les sobre nada.

Llevo toda la mañana escuchando historias tristes. Hay zonas donde la gente te cuenta más dramas, donde los ancianos se ponen a llorar mientras te cuentan cómo alimentan a sus nietos. Toda la puta vida trabajando nena, toda, para tener que ver a mis hijos así de jodidos. Y así uno tras otro. El día anterior mi compañera me mandó un mensaje contándome que le había dado 5 euros a una familia a la que había parado, desolada ante la situación por la que pasaban.

Si alguien me contesta esa estupidez de que en España todo va de puta madre en pleno centro de Valencia, donde hay gente con mucho dinero y una nula conexión con la realidad, o delante de aquel centro comercial pijo donde una mujer me dijo que estaba pasando una situación crítica (Mira teta dónde he tenido que venir a comprar, me dijo señalándome El Corte Inglés, como si fuese una casa de caridad), me reiría. Sí, me reiría pensando en cómo puede estar tan alejada la gente de la realidad mientras no les golpee de lleno la miseria.


Pero esta mujer se choca con la pobreza en cada esquina de su barrio. Seguro que hay vecinos suyos pasándolo francamente mal, como aquella chica que me contaba que la alimentaban sus vecinas, a ella y a su hija. Menos mal que hay gente buena, me contaba. Menos mal que llevo toda la vida viviendo ahí y me conocen. Siempre me suben tuppers con comida, o se quedan con la nena cuando tengo entrevistas de trabajo.
Por eso no entiendo cómo puede creer lo que dice esa “tele que dice la verdad”. No puedo, me cabrea, me dan ganas de salir a la calle con ella e ir señalándole miserias.

Que los informes de pobreza infantil en España los han hecho organizaciones tan poco de izquierdas y radicales como Cáritas, coño.
 

Desde pequeños no nos han enseñado a pensar. No se premia pensar por ti mismo, más bien al contrario. Nos enseñan a seguir puntos, a colorear con el color “correcto”, a memorizar fechas, datos que olvidaremos en cuanto acabemos el examen.  No pienses fuera de la norma, no formules preguntas que requieran que el profesor tenga que replantearse sus métodos o sus enseñanzas.

Tuve un profesor en la facultad, una eminencia de la genética, uno de los fundadores de mi facultad. Era un viejo sabio con una capacidad nula para transmitir sus conocimientos. Leía su libro en clase. Eso era lo que iba a entrar en el examen. Ay de ti si cambiabas una coma, si decías lo mismo pero con una frase distinta. Estabas jodido y suspendido. Memoria pura y dura. No recuerdo prácticamente nada de aquella asignatura.

El examen más difícil que he hecho nunca fue con libros y apuntes. Fue en Ecología. Y uno piensa a priori que con libros un examen es fácil. Pero había que pensar, fue un reto. El examen más difícil que he hecho, el que más me gustó, en el que mejor nota saqué. Mi memoria no es buena. Soy mucho mejor con la lógica.
Pero no todos los profesores son así, no todos están dispuestos a plantear retos, a tener que pensar ellos mismos corrigiendo. Ese profesor fue la excepción, un oasis en un desierto inmenso de profesores que no querían personas pensantes, si no loros de repetición.

Así que no aprendimos a pensar, a dudar, a observar. Nos dicen algo, lo dice un medio en el que creemos, y ni nos planteamos si es o no cierto. Mucha gente cree a pies juntillas lo que dicen  en algunos medios, aunque la realidad les golpee en cada esquina. Hay gente que prefiere no pensar. Que otros lo hagan por nosotros.
Y vaya mierda.
No vemos lo vulnerables que nos volvemos.


Ellos dicen mierda by La Polla Records on Grooveshark

 Patrias by El Hombre Viento on Grooveshark

viernes, 28 de marzo de 2014

Azalea (cuento)

Azalea era una nube feliz, siempre sonriente. Cuando era Azalea la que llovía todos sabían que era porque lloraba de la risa.

Le gustaba dejarse llevar por el viento, sobre todo por el que viene del mar, húmedo y con olor a salitre. Le hacía cosquillas, y le gustaba su sabor salado. Ese viento siempre la llenaba de lluvia, y entre las cosquillas y la humedad, Azalea siempre acababa lloviendo de la risa, lluvia en grandes gotas felices que regaban los campos, que limpiaban las aceras.

Pero lo que más le gustaba a Azalea era un pequeño pueblo de pescadores, junto al mar. En sus calles siempre había niños jugando, libres, alegres. Sus risas eran contagiosas. Las casas eran pequeñas, blancas, relucientes bajo el sol. Cada vez que podía, Azalea se acercaba a aquel pueblo, a observar a sus habitantes, a recorrer con la mirada sus calles estrechas empedradas.

Un día, Azalea pensó que hacía mucho que no visitaba su pequeño pueblo, y se dejó empujar por un viento que venía del norte. Casi pasó de lejos, porque no lo reconoció. ¿Cómo podía su pueblecito haber cambiado tanto?

De repente se encontró con un pueblo bullicioso, lleno de gente extraña con ropa colorida y cámaras de fotos colgando del cuello. Había coches por todas partes, bocinazos, gritos. Los niños andaban bien cogidos de las manos de sus padres, y no parecían muy alegres, y mucho menos libres.

Pero lo que más asombró a Azalea fueron los edificios. Al lado de las pequeñas casas, o hasta en lugar de las pequeñas casas, había edificios delgados y altísimos, cubiertos de cristales, que reflejaban la luz del sol y cegaban a Azalea.

Tan deslumbrada estaba por aquellos enormes espejos alargados que se quedó enganchada en la punta de uno de aquellos rascacielos.

Al principio no supo qué ocurría, quería huir, pero algo se lo impedía. Luego se dio cuenta de que estaba atrapada por aquel monstruo, y empezó a tirar y tirar, pero no conseguía más que desgarrarse por algunas partes, poco más. Así fue como Azalea lloró por primera vez en su vida de tristeza.

Lloró y lloró, descargando pequeñas y finísimas gotas de agua sobre aquel pueblo. Al principio los habitantes y los veraneantes lo agradecieron, tras semanas de agotador calor, pero pasaron los días y Azalea seguía llorando. Sus amigos los vientos venían para empujarla, pero sólo conseguían cargarla de más lluvia, que caía sin descanso. Las calles se inundaron, nadie podía tumbarse en la playa a tomar el sol, ni pasear por el pueblo tranquilamente, y mucho menos tomar algo con los amigos en una terraza. Entonces los turistas comenzaron a marcharse.

Cuando no quedó en el pueblo más que la gente que vivía todo el año, empezaron a preguntarse por qué no dejaba de llover. Y de repente se fijaron en la gran nube gris y triste que había en la punta de un edificio. Miles de nubes habían venido a ayudarla, pero al no conseguirlo, lloraban de tristeza con la pobre Azalea.

Los habitantes se dieron cuenta de que la culpa era de aquellos enormes edificios, y cuando los miraron bajo el cielo gris, ya no les parecían tan fantásticos, ni tan buena idea. Descubrieron que añoraban los días felices y tranquilos de antes de que se volviesen locos y construyesen más allá de lo imaginable.

Fue entonces cuando decidieron destruir todos aquellos edificios. Demolieron hasta el último, ese en el que estaba enganchada Azalea. Para cuando quedó libre, el pueblo era casi el que solía ser, y Azalea no podía dejar de sonreir, agradecida.

jueves, 20 de marzo de 2014

Perder toda fe



Lo jodido de perder la fe es el vacío. Con esto no contaba, con este frío no contaba.

Yo antes creía. Creía en demasiadas cosas, supongo. Creía en Dios. Sí, creía en Dios. No era ese tipo de creencia ciega y no cuestionada de la fe normal. Yo creía, supongo, por necesidad.


Al principio todos creemos por una cuestión cultural. Mi madre es creyente practicante. Supongo que por eso creía cuando era pequeña. Iba a misa con ella, todo me parecía mágico, tan ostentoso y ceremonial. Era como ver una y otra vez la misma representación teatral. Creer era fácil. Era lo que tenía que hacer.

Luego empecé a tener dudas. Pasé una crisis de fe de la hostia, de esas brutales, con sermones y visitas obligatorias al párroco. Al final resultó el más cuerdo de todos. Es sano que tengas dudas, me dijo. La fe debe sustentarse en el lado crítico. Si superas esta crisis de fe y sigues creyendo saldrás fortalecida. Si no la superas no pasará nada, Nuria. El mundo no acaba aquí.
La superé, y convertí los padresnuestros en parte de mi rutinas para poder seguir. Desde entonces tengo la firme convicción de que las religiones tienen mucho que ver con el TOC. Muchas beatas parecían tener el mismo comportamiento de repetición rutinaria que yo, casi obsesiva. Pero yo era consciente. No podía evitarlo, como los pares, como los giros de la cucharilla al mover el café. Rutinas. 


En mi facultad ser creyente y confesarlo era… curioso. He mantenido más discusiones sobre mi fe allí que en ningún sitio. ¿Dónde encaja la evolución con tu Dios? ¿Cómo puedes creer siendo de ciencias puras, viendo pruebas? Un compañero decía que mi libre interpretación de la biblia rozaba lo blasfemo. Yo entendía todo como metáforas, no como realidades. Adán y Eva: metáfora, una puta parábola inventada para explicar a pobres analfabetos (perdón). ¿La Iglesia? Una buena idea en principio, que luego se fue pervirtiendo porque la gestionaban personas. En ella no creía. 

Y así, con mi libre versión del catolicismo, fue sobreviviendo mi fe. Porque la necesitaba. Necesitaba pensar que había algo más, un lugar en el que volvería a encontrar a mi abuelo, o a Alejandro, o… Bueno, eso. Me jodía pensar que todo acababa aquí. Y además me tranquilizaba confiar en alguien cuando no veía salida. Pedía ayuda, prometía cosas absurdas. Confiaba. Rutinas que me mantenían entera.
Era todo más fácil cuando creía. Sí, era más fácil.


Ahora ya no creo. Quiero creer, pero no me sale, igual que ya no me sale creer en el amor, o en los parasiempres.
 En algún lugar me dejé la fe, y ya no puedo recuperarla.

Hace poco entré en una iglesia. Mi hija quiere tomar la comunión. Todas sus amigas lo hacen. Y me parece importante dejarle elegir hacerla, igual que le dejaría elegir no hacerla. Ya veremos si dentro de unos años es capaz de conservar su fe, si quiere conservarla. 

Así que allí estaba yo, como había estado tantas otras veces. Era algo divertido, cantaban, el cura no era aburrido. Pero no podía con aquellas ganas de salir corriendo, de acabar con aquel teatro. Me parecía una falta de respeto estar allí sin creer una puta palabra. Qué ganas de levantarme e irme. Algo muy físico.
Entonces fui consciente de que ya era algo irrecuperable, de que ya no podría recuperar ese estado de “inocencia”.  Igual que en tantas cosas.

No hay amor, no para mi, ya nunca sentiré esa emoción, ese saberme capaz de vencer a dragones, esa invencibilidad que se siente cuando se está enamorado.
Y ya no hay quien me salve. Ya no hay un sitio mejor al que ir después de esto.


Era más fácil cuando creía. En todo. Era más fácil. Joder.

Losing My Religion by REM on Grooveshark   Losing my religion - REM
( Ya, ya, no habla de religión, más bien de desquiciarse. Igual tiene más que ver con la pérdida de fe en el amor, supongo)

Nota: La imagen no es por faltar el respeto. Es una tumba real del cementerio de mi lugar. No creeré, pero sigo visitando a mis muertos.

viernes, 28 de febrero de 2014

Una serie de catastróficas ...

 Esto es una de esas gilipolleces que hago, una breve explicación que no puede justificar ausencias, pero igual así me entendeis un poco. Y además necesito descargar esto que me provoca ataques incontrolados de risa, de lo absurdo que es.



A veces la vida parece empeñada en descojonarse en tu cara, y la hija de puta tiene un sentido del humor perverso, de esos que me encantan si no fuese porque viendolo desde dentro no tiene ni puta gracia. Es una especie de sucesión de hechos absurdos. Mi pequeña serie de catastróficas desdichas (sí, como aquella película que siempre me hace sonreir).


Yo solicité justicia gratuita, porque no puedo permitirme pagar un abogado, costas, etc. Al tiempo me asignaron a una abogada muy mona y muy absurda. Imbécil, eso también. Es una especie de pija que se hace la simpática, pero que usa muchos tecnicismos y habla demasiado rápido para que no sepas qué coño dice. Igual ni siquiera ella lo sabe.
Ella redactó un borrador de demanda. Yo, que no tengo ni idea, porque no tuve la feliz ocurrencia de estudiar derecho (no, yo tenía que ser poco previsora y poco práctica y estudiar biología, joder), le mandé a María el borrador. Ella puso el grito en el mail y me pidió que no le dejase presentar eso, que me dejaba en una situación penosa.
Llamadas a la inútil, a mi (también bastante inútil), y al final, desesperada, María decide redactar ella la demanda y convencer a la boba de que la presente. Ella, encantada de ahorrarse trabajo (eso sí, primero tuvo que resolver dudas sobre si podía pedir medidas cautelares ella misma, ay), presenta el trabajo de María como propio, y tan contenta.
Hasta aquí todo un poco absurdo, pero vale.
Fecha para la vista: 3 de marzo. Luz al final del puto tunel eterno.
Harta de no tener noticias llamo a mi querida letrada de oficio y me cuenta ("Ay, Nuria, a punto estaba de llamarte", como siempre que la llamo, juas) que igual no hay vista, que hay un jaleo de competencias.

María al rescate de nuevo. Me asesora, llama al juzgado,... Al final voy donde ella me dice y averiguo:
Mi abogada se equivocó de juzgado al presentar la demanda (aunque ella sigue convencida de que no, miles de explicaciones llenas de tecnicismos me ha dado, y si al final deciden que sí, hemos ahorrado tiempo, dice. Ayyyyyyyy). Vale, pensareis, pero en el juzgado no la admitirían. ¡Error! (horror).
El día que se presentó mi demanda la encargada de admitirla a trámite se rompió un pie (sí, ese mismo día), y se cogió la baja. Los compañeros estaban desbordados, se liaron porque no era lo que ellos hacían, o yo qué sé. La admitieron.

Bueno, pero alguien se daría cuenta. Pues no. O sí. El juez dio el visto bueno, el fiscal igual. Me dan fecha para la vista, informan a mi no-querido aun (y parece que hasta el fin de los tiempos) marido, que me dice que la retire, que yo le quiero. Pero al final solicita abogado viendo que yo no cedo. Su abogada, claro, es más útil que la mia, y dice "eh, que esta tía se ha equivocado de juzgado" (bueno, mucho más formal, pero eso).

Y aquí estoy. Jodida. Que me rompen a pedradas la luz del final del tunel, coño.
Menos mal que está María. Algo muy bueno he tenido que hacer para tenerla.

Ahora intentamos que me asignen otro abogado, a ver si este...



Y no, no os preocupeis. Estoy entera y bien, descojonada de la risa por tanta mala suerte.

Vida, te vas a tener que esforzar más en putearme para extirparme la risa. Es un defecto congénito. Venga, que te espero. Soy la de la sonrisa.


miércoles, 12 de febrero de 2014

Que treinta años no es nada




Los que lleváis tiempo por aquí ya me habéis leído sobre mi abuelo. Al final acabo escribiendo siempre sobre las mismas cosas.
Mi abuelo murió cuando yo tenía 8 años, él 63. Se marchó, el muy cabrón y me dejó huérfana de vida. Nunca nadie me entendió como él, nunca tuve esa conexión con nadie.

No era una persona fácil, se empeñan en decirme. Me cuentan historias para apoyar lo duro que fue. Hijo de puta, eso le he oído llamarle a mi tía. Tendrá sus razones, las escucho y la entiendo. Pero cada uno vive las cosas según las siente, y conmigo siempre fue la persona más increíble del mundo. Nunca hay una única versión de las historias. Las cosas suceden, pero no son las mismas para ti que para mi. Nunca las viviremos igual, nunca las contaremos igual.

Mi abuelo estuvo en la guerra, sufrió, dicen. Lo único que le escuché contar al respecto fue que cuando llegaron, vencidos y famélicos, creyeron que podrían comer hasta saciar el hambre acumulada durante meses, pero no podían comer. Apenas comían algo sólido vomitaban, desacostumbrado el estómago como lo tenían. Me contó que había estado quince días comiendo sopa que se hacía con algo parecido a los canónigos que cogía a la orilla de un río. Si miraba al cielo me caía de espaldas, me contó entre carcajadas. Siempre fue capaz de reírse de sus desgracias, de reir a carcajadas por puta que se pusiese la vida. Creo que es la mejor herencia que me dejó, aparte de mis manos y la espalda ancha. No heredé sus ojos azules, ni su pelo rubio. Los remolinos sí, puto pelo rebelde.

También heredé su melancolía, creo. Y decían que el mal genio. Si me viese ahora lloraría conmigo por mi falta de carácter. O me daría de hostias. O le daría de hostias a él hasta sacarlo de mi vida. Siempre tuvo un carácter fuerte. Enfadado daba miedo. Eso decían. A mi no. Yo lo admiraba más cuando ponía a alguien en su lugar sin ni siquiera perder los nervios. Su voz sonaba a tempestad. Nunca le hizo falta elevarla demasiado.
Sufrió una vida de mierda. Perdió a tres hijos, dos de ellos inválidos, presas de una enfermedad degenerativa que acabó con ellos en la adolescencia. Perdió al amor de su vida pronto.
Pero siempre se buscó la vida. Era un superviviente.

 
Le recuerdo regando el suelo de tierra de su casa, jugando a las cartas junto a la chimenea, empeñado en enseñarme trucos, guiños, reglas que saltar. Si no se hubiese muerto llevándose mis ganas de jugar a las cartas ahora seguramente podría vivir de ello. Pero aquella puta tarde, mientras esperaba a que se lo llevasen sentada en aquel tronco muerto, acariciando la cabeza de su perro, supe que nunca más podría jugar. Ni sonreir igual. Nunca nadie me hizo sentir tan segura y valiosa. Nunca nadie me cantó La Zarzamora con la risa y el llanto en la voz.

Durante años fui la vergüenza de mi familia, nunca supe comportarme como esperaban. La mayor parte del tiempo ni sabía qué coño esperaban de mi. El día de Todos los Santos me obligaban a vestirme de domingo y fingir ser otra en la misa de difuntos. Un año no pude más con el teatro e hice lo que siempre hacía cuando iba sola al cementerio. Me senté en la tumba de mi abuelo y hablé con él, riendo al contarle lo mal que lo pasaba en el instituto. Sentía como cuando me sentaba en sus rodillas y me cantaba. Al año siguiente mi padre me dijo que si no quería ir podía quedarme en casa. Casi me lo suplicó. Nunca más volví en fechas señaladas. Cuando voy me sigo sentando en sus rodillas y contándole mis miserias con una sonrisa.

Hoy me han dicho que seguramente la vista para el divorcio se suspenda. Problemas burocráticos. Y a mi, como cada vez que la puta vida aprieta, me ha dado por pensar en él.

Hoy te echo jodidamente de menos. Hay heridas que el tiempo no cura. Tal vez no se vean. Tal vez las escondamos porque nos parece absurdo que 30 años después sigan abiertas. Pero lo están. Joder si lo están.