miércoles, 31 de octubre de 2012

Un día cualquiera (bienvenido a la rutina)


 Mierda, por un par de minutos. Me han sobrado los 3 cafés, eso me ha retrasado. Pero sin ellos vuelven las larvas de libélula a atenazar mi cerebro grisaceo con sus mandíbulas. Aun así las noto, como una leve presión en las sienes. Me ha faltado el cuarto, ese que me tiene siempre mi madre preparado. Has tomado café? No, le miento a diario. Me mira. Bueno sí, pero da igual.
Hoy lo ha olvidado.
Hoy los fluorescentes de la estación tiemblan, desacostumbrados al frío. La luz sufre leves oscilaciones. Empeoran la presión en mis sienes. Malditas larvas.
Llega un metro, conversaciones cruzando las puertas. Me quedo sola en la estación, con el maldito vaivén de los fluorescentes.
Pasos, bolsas, legañas, un perfume nauseabundo, demasiado persistente, gente que carga paraguas. Ha dejado de llover. Pañuelos, virus, más pasos, gente que conversa, pies que se arrastran, e-books que me hacen sentir una punzada de envidia, una chica con una pila de currículos, ayer mi pila se distribuyó inútilmente en diversas páginas web.
Mi metro, puertas que se abren y cierran, un asiento vacío. Gente que se agolpa, huelga de trabajadores del metro. Observo mientras el vagón me transporta a la rutina, a la muerte diaria.


Llego al trabajo, cara nueva. Creo que ha dicho que se llama Sandra. Me da igual. No quiero saberlo. Cuando lleve más de una semana ya lo averiguaré. He decidido no encariñarme con la gente. Entran, salen, como mucho un mes, mes y medio, después a la puta calle. Y si he charlado con ellas, pongamos, de camino al metro, corro el riesgo de que me caigan bien. No importa, con esta no me pasará. Cuestión de piel. Las vibraciones de hiedra me llegan desde el otro lado de la calle. No, con esta no me encariñaré, pero esta seguirá aquí cuando yo me vaya. Seguro.
Hace unos meses tenía una compañera genial. Trabajar era divertido. Cantar "Delincuencia" o alguna de Ramones cuando teniamos un mal día y la gente estaba especialmente desagradable lo mejoraba todo. Los ataques de risa también. Y encima eramos productivas.
Pero este trabajo te quema el alma, y al final se fue. Es feliz. Me gusta saberlo, me gusta poder seguir compartiendo cafés, o una cerveza.
 Después sólo me ha dado tiempo y ganas de encariñarme con otra compañera. Era genial, y el trabajo volvió a ser un poco divertido. La echaron. Un mal mes.
Ahora caras van y vienen, no aguantan, o no les aguantan. Mierda de trabajo precario, mierda de objetivos, mierda de... Ya, ya, por lo menos aun tengo trabajo. Por ahora.

Ismael Serrano – Recuerdo

martes, 30 de octubre de 2012

Amor versus eso otro


O cómo pasar de ser una gilipollas feliz a ser completa y sencillamente gilipollas. Encoñarse versus enamorarse...
Es fácil caer en la trampa, pensar que estás enamorada, querer estar enamorada. Me gusta la sensación. La echo de menos de una forma brutal. Echo de menos que las mariposas habiten mi estómago en lugar de mi garganta. Echo de menos bailar mientras hago la cena, cantar mientras camino, o bajo escaleras. Echo de menos tener ganas de silbar por la calle, y la cara de gilipollas (feliz y sonriente) perpetua. Echo de menos esperar tus mails, tus besos de otoño, de té, de merienda. Echo de menos tu voz rara antes de clase. Echo de menos hacer planes, saber que seré fuerte y podré luchar por ellos. Echo de menos sobre todo la sensación de imbatibilidad constante, saber que puedo derrotar dragones con mis manos, y hacer que desaparezcan los monstruos de mis sueños. Echo de menos sobre todo la sensación de poder, de inmortalidad.
Y cuando acabó, o no acabó, porque no había nada que dar por concluido, me sentí una Eva absurda, expulsada sola del paraiso. Conocí levemente la felicidad, ese jardín perfecto lleno de imperfecciones, hasta que me mostraron la salida. Usted es persona non grata, le mandamos la invitación por error, equivocamos el destinatario. Fuera.


Y entonces dolor. No de ego, no. Dolor del copón, del de verdad, del físico.
Y ahora busco, como un perro abandonado cariño en sitios equivocados, intentando recuperar algo de aquella sensación que me invadía. Y tal vez por un segundo creo haberla recuperado. Y cuando todo sale mal, que sale, solo entonces me doy cuenta de que no era amor. No como aquel. Lo sé porque lo que me duele es el orgullo, mi ego ciclotímico. 
Gracias por los buenos ratos, por las letras, por la poesía. Se feliz. Fin.

Extremoduro – Golfa
Marea – No Quiero Ser Un Poeta

domingo, 28 de octubre de 2012

Arañas, rosales, problemas de cobertura

Aviso: Si fuese tú no seguiría leyendo. Si sigues, allá tú. Perdón por las arañas.



Arañas enormes habitan bajo mi cama, esperando que cambie mi respiración, que deje el mundo y entre en mis sueños para meterse por mis oidos, por mi boca, por mi nariz, y llenar mi cerebro de sus telarañas pegajosas, donde quedan pegados los monstruos, la melancolía, la tristeza, … Y ahí permanecen, golpeando mi cerebro en su lucha por liberarse, atrapados, condenados a vivir conmigo.


 Y vuelven a brotar rosales de mi garganta. Espinas desgarrándola, sabor metálico. Todo se vuelve rojo, después amarillo, todo desaparece. Gira, gira, gira el puto mundo alrededor, y los sonidos llegan pastosos, tan densos que no pueden entrar en los oidos.
Ausencia, vaivén, te quiero y no te quiero, a ratos, a turnos. Hoy toca, hoy no.
Vuelve. Siempre vuelve. Perfecto, todo es de una perfección desesperante, exasperante, obtusa. Una perfección llena de aristas, de espinas, de esquirlas que se clavan en mi piel, haciendo jirones de Nuria, dejándome dolorida y ajada. Así que recojo  pedacitos, los restos de epidermis, de dermis e intento recomponerme pegándolos con mi saliva. Pero caen, siempre caen.
Hablar tampoco funciona, es como si yo hablase ruso y las palabras llegasen en bielorruso. Parece lo mismo. No lo es. Y entonces malentendidos, palabras que vuelven llenas de escarcha, mutadas, terribles. Esas no son las mias, las has entendido mal, grito yo desconcertada. Esas son otras, distintas, oblicuas, punzantes.
Interferencias, problemas de cobertura, soledad. Neuronas que deciden suicidarse en masa. Astrocitos impotentes ante tanta autodestrucción.
Lobotomía sin anestesia. No suena mal. Arrancar la consciencia, la melancolía, el pseudorromanticismo de saldo. Un punzón atravesando circunvoluciones, mielina, axones cercenados… Silencio, al fin. Fin de …

jueves, 25 de octubre de 2012

Paco y Claudia


Estoy trabajando cuando un hombre muy mayor se acerca a mi. Yo ya colaboro, me dice con una voz pastosa y muy baja, casi ininteligible. Le sonrío y le doy las gracias. Entonces empieza a hablar, y yo, que no debería, según mis superiores, perder el tiempo en escuchar a la gente, me pongo a escucharlo con atención.
A veces sólo necesitamos que nos  escuchen, importarle a alguien aunque solo sea un segundo.
Se llama Paco, me cuenta. Su mujer murió el 25 de agosto. Habla de ella en presente, como si se negase a dejarla marchar. Me he quedado solo, me dice. Le dio un derrame cerebral en casa, y ya. Fin, fin de todo. Llevabamos 56 años casados, más dos de novios, ¿sabes? Una vida, toda una vida con ella. Ahora no sé que hacer. Cuando me agobio mucho salgo y paseo. Siempre llevo sombrero, me reconocerás si me ves de nuevo, ¿verdad? Por supuesto. Y me saludarás, ¿verdad? Sonrío y le digo que claro.
Me cuenta cómo empezó con Claudia, su mujer. La conocía de toda la vida, era hermana de mi amigo. Sabía que tenía que ser ella, pero esperé a que cumpliese 17 años, ¿sabes? Por respeto. Entonces, ya licenciado del servicio militar volví al pueblo. Somos de un pueblo de Córdoba, ¿sabes?
Había baile aquella noche. La invité a bailar y le pregunté si tenía novio. Me sonrió y me dijo que no, ¿sabes? Y le dije que yo tampoco, y le pedí salir. Y se pone a reir recordando. Y yo río con él.
Nuria, ¿verdad? Sí, Nuria. Pues Nuria, si me ves otro día salúdame. Igual no me doy cuenta. Me gustará volver a hablar contigo. Y a mi, Paco, y a mi.
¿Te puedo decir una cosa sin que te moleste? Claro, respondo. Tienes la sonrisa más preciosa del universo. Y yo, que he decidido quererme, en vez de pensar lo que pensaría normalmente (Paco, que Dios te conserve el oido, porque la vista ya no tiene remedio), le sonrío. Me da la mano. Un placer. No, el placer es mio.
Se marcha con paso lento, sonriendo.
Me da esperanza ver a alguien que tras 58 años sigue llamando nena a su mujer, que habla de ella con esa sonrisa y ese brillo. Tal vez sí exista el para siempre. Habrá que buscarlo.


Entre tantas historias tristes que escucho, me apetecía rescatar esta.

martes, 23 de octubre de 2012

De la guerra y otros absurdos


El ser humano es absurdo. Supongo que es algo inherente a su naturaleza. Luchamos por las cosas hasta el puto momento en que las conseguimos, y entonces, como un niño caprichoso desdeña el juguete en cuanto se lo compran, tras meses de lucha feroz, súplicas y gritos por conseguirlo, dejamos que todo se pierda.
Somos absurdos. Pagamos gimnasios carisimos, pero subimos siempre por la escalera mecánica en el metro, observando con un odio visceral a los pobres gilipollas que suben las escaleras. Somos así.
Y luego, cuando perdemos algo, es cuando nos damos cuenta de cuánto lo echamos de menos. Sí, gilipollas, eso, justo eso que antes te daba igual, que era un mueble más. Eso.
Así, esa risa escandalosa te parece de nuevo adorable, la echas de menos. Y esos datos absurdos que tan coñazo te parecían (ya estamos con las clasecitas otra vez), ahora se te antojan interesantes. Ahora todos los cafés del mundo no parecen demasiados, hasta te ofreces a hacerlos, deja, ya puedo yo sola, gracias.
No culpo a nadie, a todos nos ha pasado alguna vez. Somos así, absurdos.
Y yo, que soy más absurda que nadie, perseguidora nata de imposibles, soñadora empedernida, tocapelotas profesional, pues no soy distinta.
Lo malo es si sí valoras lo que tienes y lo pierdes, porque es el otro el que no te valora, o sí te valora, pero no funciona, yo que sé. Pero eso es otro tema.
Resulta que yo, absurda, doblemente absurda porque a veces en lugar de una soy dos, a veces me olvido de quererme. Y mi ego ciclotímico, y mi autoestima, esa que habita casi permanentemente esas estaciones de metro que tanto me gustan, pues van y vienen. Y entonces, si me preguntases qué habilidades tengo, seguro que sólo se me ocurriría contarte que sé decir un trabalenguas a una velocidad bastante interesante, uno que casi nadie conoce. Y así, cuando me miras a los ojos, pequeño imbécil sin corazón, y me dices que si no eres tú, quién me va a querer, yo voy y te creo.
Pero qué coño, hay varias personas en el mundo que me quieren, estoy segura.
Y entonces atacas de nuevo, y me dices que no encontraré otro como tú. Juas, ataque de risa. De eso se trata. Si tengo que encontrar a otro igual, prefiero morir sola y devorada por los gatos, qué coño.
Y entonces, absurdo, das por ganadas las batallas. Yo prefiero la paz, pero si te empeñas... Y, absurdo, das por hecho que al menos una de mis pequeñas islas no me quiere, o al menos no tanto como a ti. Pero te olvidas, imbécil, de que el amor no es exclusivo, ni excluyente, y de que mis pequeños islotes tienen el corazón suficientemente grande como para albergar a media humanidad, incluyendo a esta pobre absurda.
Así, que das la batalla por ganada, y me miras con odio cuando ella, esa ella que no me quiere, me dice que me va a dar 3 besos, no, 3 no, mami, 8. Y empieza con su rutina de cariño. Uno en cada mejilla, uno en cada oreja, uno en el cuello, otro en cada pecho, y uno en el ombligo. Y vuelta a empezar. No, no me quiere. Me adora. Lo normal, supongo. Es pequeña y yo soy su madre. Muy mala madre tendría que ser para que no me quisiese, capullo. Y no lo soy. Repite de nuevo eso y ...
Así que sí. Ves? Sí hay alguien que puede querer a ese monstruo que describías. Al menos 2 personitas. No tenías razón. Te jodes.



Hoy me perdonais la rabia, pero mejor descargar aquí, creo.

sábado, 20 de octubre de 2012

Islas






Aunque me ignores, aunque no me mires sigo existiendo. Me mira de repente con ira, con sorpresa. Supongo que no concibe la idea de que el mundo siga más allá de él, que algo exista fuera de si mismo.
Somos islas, putas islas rodeadas de oceano y oleaje. Islas por decisión propia, o por incapacidad de ser algo distinto.
Toleramos pequeños desembarcos, leves conquistas, que alguien vare su barca en nuestra arena, que nos recorra temporalmente, poco más.


 Es difícil unir dos islas, hay que acoplar bordes, acantilados, perfiles, vencer mareas y tormentas, luchar contra la deriva, contra el movimiento de las placas tectónicas y los lazos que nos unen a la corteza terrestre.
Y aun cuando se consigue, es difícil mantener el equilibrio. Normalmente una de las islas conquista los territorios de la otra, ocupa sus playas, su interior, sin dejar ni un milímetro sin colonizar. Es fácil ser fagocitado. Es difícil la simbiosis. Lo más sencillo es caer en el parasitismo, que se rompa el equilibrio y acabes sin espacio para ser tú, dejando de ser lo que eras.


 Ser isla. Ser una puta isla, en mitad del puto oceano, alejada de tu playa.



                        (Espero que entendais la ironía y el cinismo con los que cuelgo esta canción)

jueves, 18 de octubre de 2012

570.000.000 pasos


 Cada noche, en sueños, recorro 570.000.000 pasos, los que separan mi cama de la superficie lunar. Voy sorteando satélites, meteoritos, basura espacial, luchando al principio contra la fuerza de la gravedad, que se niega a mi abandono, avanzando después con paso rápido hasta que mis pies desnudos pisan la luna, y el polvo lunar se cuela entre mis dedos.
Dibujo corazones eternos en el suelo, sabiendo que nada los borrará, que no habrá viento que los perturbe. Bailo de puntillas, etérea y ligera, con la música que siempre suena en mi cabeza. El silencio me rodea, pero dentro de mi la melodía martillea incansable.
Cada noche vivo sin oxígeno, porque en sueños todo es posible.


Y cada noche, en sueños, recorro 241.000 pasos, los que separan tu cama de la mia. Sorteando árboles, torres de electricidad, mesetas, montañas. Hasta que mis pies me llevan al borde de tu cuerpo. Te beso en los labios, y después escribo poemas, yo, que no tengo ni idea de poesía, con saliva en tu espalda, usando como pluma mi lengua. Y tu respiración, la cadencia de tu sueño es mi música, con la que bailo sobre tu cuerpo.
Cada madrugada, cuando despierto, en ese estado de semiinconsciencia breve, aun me encuentro en la superficie de la luna, pero la falta de oxígeno empieza a ahogarme, y entonces caigo en la cuenta de mi mortalidad, como aquel astronauta abandonado por una apuesta en la luna, con su silla y sus ceras, y los rotuladores y empiezo a boquear en el suelo, como un pez recien sacado del agua, en busca de aquello que no existe.
Y cada madrugada, cuando despierto, en ese estado de semiinconsciencia breve, aun me encuentro sentada en tu cama, y caigo en la cuenta de ...
Qué imposible, qué lejos.


martes, 16 de octubre de 2012

Gente




Camino hacia el trabajo, cualquier mañana. Me gusta observar a la gente, un pequeño vicio.
Me lo cruzo a menudo, siempre camina despacio, como perdido.
Una vez le abordé. Estaba sentado, y se levantó para hablar conmigo. Un caballero. Hablaba quizás demasiado ceremonioso, muchas pausas, demasiados adjetivos. Me hablaba de usted. No puedo colaborar más, me dijo. Ya colaboro con otras 2 asociaciones, ojalá pudiese en más.
Nos cruzamos. Siempre con su traje bien planchado, demasiado grande para él. Es pequeño, y su traje parece una negación de su tamaño, como si por comprar un traje más grande él creciese.
Llueve. Aquí nunca llueve. Se acerca diminuto bajo un paraguas enorme, mirada perdida, triste.
No trabaja. He llegado a esa conclusión. Siempre pasea con el maletín en la mano. Lo veo paseando con parsimonia por cualquier rincón de la ciudad, como un ser inhabitado, ojos vacíos.
Imagino que perdió el trabajo y es demasiado terrible a su edad para asumirlo. Lo pienso saliendo de casa cada mañana, despidiéndose de su anciana madre y de su gato, partiendo hacia un trabajo inexistente, hacia un destino que no le espera.



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Llego al trabajo, en una estación de tren. Me encantan las estaciones, esta no tanto. Hace años trabajé aquí. Un trabajo emocionante… básicamente ser un florero de 1,64, sonriendo como un trozo de carne absurdo. Lo odiaba. 
Entonces la veo. Es baja y muy delgada. Viste una falda negra con dibujos brillantes larguísima, y una blusa también negra. Una gorra ridícula también negra desentona con su sobriedad. Tiene el pelo largo, negro azabache, despeinado. Los zapatos parecen ajenos, enormes, se le salen un poco a cada paso. Lleva un bolso enorme. 
Pasea hablando sola, como perdida en la estación, eterna Penélope absurda y paseante. Camina lentamente, absorta en su mundo, ajena a todo y a todos los que la rodeamos. Hace giros inesperados, cambios de dirección sin ningún sentido aparente. 
Vuelve su cara pálida y huesuda hacia mi, pero no me ve. Sus ojos vidriosos están perdidos más allá de la distancia que nos separa, mucho más lejos. Parece observar algo inexistente, algo que mis ojos ¿cuerdos? son incapaces de percibir. 
Desaparece entre el tumulto de gente que entra y sale de los trenes, entre reencuentros y despedidas. 
Al rato la veo aparecer de nuevo, con paso apresurado, girando la cabeza casi compulsivamente hacia atrás, buscando a alguien que no está, huyendo de alguien que no la persigue. Con la cara asustada, desencajada, prosigue su frenética huida hacia las puertas.

 
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El escultor lleva pantalones de camuflaje y botas de seguridad manchadas y ajadas, camiseta reivindicativa y una gorra ocultando la cabeza afeitada hace un par de días. 
 Observa tranquilo cómo montan una estructura metálica cubierta con bolsas de basura negras y cinta aislante. Parece perdido en sus pensamientos, sin ancla al lugar físico que ocupa. 
De repente un movimiento en falso en el montaje parece despertarle, y en dos pasos enormes y firmes se sitúa junto a la escultura y empieza a dar instrucciones a los montadores. Parece seguro y un tanto brusco. Finalmente manipula él mismo la estructura. La vuelve a observar y regresa a su posición sosegada, de simple espectador ausente. 

 
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Regreso a casa en metro, escribiendo sensaciones, sentimientos. Bajo y camino despistada. Cruzo el descampado, consecuencia de la explosión brutal de la burbuja inmobiliaria, que ha poblado nuestras ciudades de edificios fantasmas inacabados y descampados con las vallas rotas. En el banco que hay frente al solar, mirando a la nada, dormitando, le veo.
Tenía hace unos años un par de negocios más o menos prósperos en mi ciudad. Era conocido. Siempre bien vestido, siempre la barba perfectamente recortada y un bronceado recién comprado. Un hombre muy alto, elegante. Le fue mal, creo. La crisis, supongo. Ahora mira al descampado con los ojos entrecerrados, la mirada empañada. Parece perdido en su pasado.
Entro a casa. ¿Qué tal el día? pregunta mi madre. Bien  mamá, en playas desiertas, observando cómo envejecen los niños perdidos.

 Serrat & Sabina – Penelope

 (Me encanta la letra de esta canción. El Hombre Viento es un poeta)

Tú si que estás perdida, hija...


domingo, 14 de octubre de 2012

Nubes, horóscopos, gilipolleces varias

Mi fin de semana debía ser de desconexión. Pero yo soy yo, y todo se complica. Por lo menos vinieron a visitarme las nubes, y la lluvia. De hecho la lluvia me sorprendió en la montaña, escuchando una voz que me perturba y emociona, riendo. La risa bajo la lluvia es perfecta. Pensar mientras estoy en mi lugar en el mundo siempre me centra, aunque esté jodida, aunque todo empeore por minutos. Me ha dado por pensar en cómo me he convertido en esto que soy y que últimamente tanto parece molestar. Hace poco un amigo me dio un cursillo sobre cómo ligar. Sencillo, unos pocos pasos sobre qué hacer y qué evitar. Incumplía lo básico. Mira que es difícil incumplir todos y cada uno de los sencillos consejos. Todos, no me dejaba ni uno. Resumiré, lo más problemático parece ser que no consigo ser displicente. Soy demasiado sincera y apasionada, por lo visto. Y agobio a la gente con lo que siento y cómo lo verbalizo. Hace unos años hubiese muerto antes de decirle a alguien que le quería. Recuerdo que el chico más increible del instituto, con sus enormes ojos azules y sus clases particulares de historia, me regaló una piedra. Era preciosa, y grabado ponía "Te quiero". Sólo pude balbucear un gracias incoherente (y poco oportuno) y huir. A los dos días le había sacado de mi vida a la fuerza.
No creo que le dijese nunca a una amiga que la quería, ni a mis padres, ni a la persona más increible que hay en mi mundo, que es mi hermana. Nada, ni palabras ni gestos que lo demostrasen. Y de repente me convertí en esto. Incapaz totalmente de no decir lo que siento a la gente que es importante para mi. Acojono, supongo. No llevo bien mi mutación a zorra sin corazón, por lo visto. Y con esta, mi imagen de cervatillo abandonado e indefenso, no dejo de escuchar una frase muy graciosa. "No te irás a enamorar, no?" Coño. Supuestamente sería terrible que alguien como yo les amase. Triste, triste, triste. Lo peor es que me lo dice hasta gente en la que no me fijaría aunque la supervivencia de la raza humana y del mundo tal y como lo conocemos dependiese de ello (por otra parte tampoco se perdería mucho si se acabase este mundo o esta especie). Debo parecer desesperada. No lo estoy. Tranquilos hombres del mundo... no me enamoraré. Recordad, soy una bruja desalmada. Mi corazón inexistente no me lo permite. Recibo un mensaje. Quiere quedar conmigo a tomar café. Está convencido de que me (literalmente) "engancharé a él", porque es géminis, y la gente se engancha a los géminis. Gracias, en serio. Gracias por la risa, me ha venido muy bien. Como profesor de risoterapia no tienes precio. Cómo se puede ser tan capullo y tan arrogante? Yo también soy géminis, imbécil. Soy géminis y no veo a nadie enganchado a mi. Y después de hablar no más de 5 minutos contigo, sé que a ti tampoco se enganchan, gilipollas. Perdón, pero tanta arrogancia me mata.
Tuve un amigo que estaba seguro de que acabariamos juntos. Inevitable, decía. Imposible, pensaba yo. Odio a la gente que da esas cosas por sentado. Desde ahora seré desapasionada, displicente y mostraré indiferencia. Juas. Qué días más raros, coño. La canción de hoy no tiene (aparentemente) nada que ver con esta mierda de post raro, pero me apetecía compartirla. Ah! Si van a empeorar blogger, pues que se queden como están. Vaya asco de cambios... No respeta puntos y aparte, insertar imágenes es un asco, y no me inserta video. Ahora lo intento poner en comentarios.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Zorra sin corazón


Me voy a convertir en una zorra sin corazón. Ese es mi propósito de otoño. Lo bueno de los propósitos de otoño, es que no son como los de año nuevo, que antes de Reyes los has olvidado o abandonado. Mis propósitos de otoño son firmes.
Ser sensible, romántica, ser cervatillo,... Es una mierda. Así, simple. Sólo sirve para que te den palos, para sufrir como una gilipollas. El amor es un asco. Creo que sí existe. Creo en él firmemente. Pero también creo que hay gente negada, gente que nunca amará a quién le ame, gente a la que no amará quien ame. Triste. Yo soy una de esas afortunadas. Asúmelo, supéralo. Todo se pudre, todo acaba antes de empezar. A la madre de Bambi la mataron.
Debe ser más fácil ser una zorra sin corazón, así nadie puede tomarlo prestado, ni pisotearlo, ni llevárselo consigo para siempre. Debe estar bien ser la primera en marcharse, abandonar al primer indicio de complicación.
Así que voy a mutar en una zorra despiadada, en sirena, en lamia. Todo será más sencillo. No me ilusionaré, ni viviré de nuevo esa sensación de invencibilidad que provoca el amor cuando te ataca. No soñaré, ni me despertaré en mitad de noche pensando en ti. El nosotros no estremecerá. Me causará risa. No habrá lugar para corazones, ni notas de amor, ni regalos chorras. No habrá sitio para poesia ni para que el mundo se pare con tu voz. No buscaré cómo decir te quiero en uzbeko, ni escucharé música tierna, esas canciones que me recuerden al amor. Ni al desamor. Ni a nada. No esperaré nada.
No esperar nada debe ser cojonudo, sí. Así no sorprende cuando no recibes nada. Y lo que recibas será una agradable sorpresa.
Así que no me llameis Nuria. Ese no es mi verdadero nombre. Mi nombre es Bruja desalmada. Hay que ir aceptándolo y acostumbrándose. Que alguien me alcance un rifle. Voy a rematar a mi yo cervatillo.


Extremoduro – Golfa

viernes, 5 de octubre de 2012

Piedras, bolas, regalos


A veces nos complicamos la vida innecesariamente buscando el regalo perfecto. Gastamos más de lo que podemos, todo parece poco. Gilipolleces.
A veces el regalo perfecto está en la cosa más insignificante. Hace poco me regalaron 2 mariposas y una salamandra, color sobre papel. El regalo perfecto. Hace poco me regalaron letras increibles. El regalo perfecto.


Hace unos años daba clases. A veces les llevaba a mis alumnos chucherías. La mayor parte de veces me las traían ellos a mi. Lenguas ácidas y fresas. Era perfecto, sencillamente. Que unos adolescentes se gastasen su dinero en traerme chuches, o un café,... era para mi increible. El regalo perfecto.
A veces es así de sencillo. Un pequeño gesto, poco más.
Cualquier cosa se puede convertir en un regalo perfecto. Una ensalada tras un concierto. Eso es un regalo perfecto.
O un libro. Un libro siempre es un regalo increible.
Tengo una amiga que cada vez que viaja a Argentina me trae un "Yo, Matias", un cómic, un vicio inconfesable. Nunca hace falta nada más. Es perfecto.
Mi primo me manda postales desde cualquier lugar al que le lleven sus pasos, normalmente lugares remotos, que nunca veré. Tiene esa costumbre desde que teniamos 10 ó 11 años. Las guardo todas, y cuando las veo, ahí en el cajón, siempre sonrío. Es perfecto.


Mi hija me regala corazones, siempre. Si tengo un mal día me dice "mami, no te preocupes, yo te voy a animar", y me recorta corazones, me los dedica, siempre un te quiero. Un día, tras una sucesión de días de mierda, llegué a mi trabajo y al abrir la carpeta me la encontré llena de corazones de colores. Los había recortado y coloreado, cada uno de un color distinto. Eso es un regalo perfecto. Ella es perfecta.
Cuando era pequeñita, y aun no sabía recortarme corazones, me recogía piedras. Cada día, todos. Recogía una piedra en el patio del cole, la guardaba, la lavaba, y cuando salía me la daba. Todos los días. Y yo iba guardando piedras por todos los rincones, sin lógica alguna. Las tenía en bolsos, cajones, en los bolsillos del abrigo,... No era descuido, ni desorden. Me gustaba encontrarlas por casualidad, y recordar que para alguien yo era importante. A veces no es sencillo recordar esas cosas. A veces olvidas que hay alguien que te quiere como para recogerte piedras cada día. Está bien recordarlo. Es importante.
Mi otra hija es distinta. Es muy independiente, no besa por besar, no es de las que demuestran su amor todo el tiempo. Pero a veces le dan ataques de amor irrefrenables, y me abraza una pierna, o un brazo, y me da un millón de besos, todos los que no me ha dado el resto del tiempo. Y si se despierta por la noche, me busca la cara, la coge entre sus manos y medio dormida me susurra "te teo, te teo mami". Es perfecto. Ella es perfecta.
Este año, ha empezado a traerme bolas. Recoge las bolas de un falso plátano de paseo que hay en el patio de su cole, las frota para quitarles las semillas, la pelusilla del exterior, y me las trae. A veces no lleva bolsillos, y las guarda todo el recreo en las manos, o en un pliegue que se hace en la camiseta. Así que yo he empezado a guardar bolas en bolsos, cajones, bolsillos, como forma de recordar que me quiere.
Ahora a alguien se le ha ocurrido que es una mala costumbre, esa de recoger bolas para mami, y ha pedido a los profesores que se lo impidan. Eso es una gilipollez perfecta.


No es el regalo en si. Es el gesto, la intención, el amor que le pongas.
A veces buscas el regalo perfecto, y quien lo recibe no sabe apreciar tu dedicación, tu amor.
Yo en enero busqué la camiseta perfecta. Un regalo perfecto, pero al final tuve que guardarlo. A mi armario le sienta muy bien.
A veces los gestos se pierden en la rutina, en el hastío de vidas que no parecen pertenecernos.
Pero es importante aprender a ver los pequeños placeres de la vida, esos pequeños regalos perfectos que nos vamos encontrando. No sea que a algún gilipollas se le ocurra privarnos de ellos.


El Chojin – Pequeñas Cosas (Con Maika Sitté) - Me encanta la letra, qué coño.
Joan Manuel Serrat – Aquellas Pequeñas Cosas