El concierto no era especialmente bueno
pero el cantante –que debía de estar tomando las mismas drogas que yo-,
arrastraba con su pasión, disparando a bocajarro contra la sempiterna desidia
emocional del público. Casi me hacía olvidar que hoy cumplía treinta y cuatro y
estaba solo. Casi. Ciertos cáusticos pensamientos empezaron a precipitarme
hacía una insondable depresión. Entonces la vi: hermosa criatura, pelo azabache,
ojos verdes, moviéndose como si danzará en el mismo infierno. Y una obsesión
eclipsó a la otra. Sólo tenía ganas de tocarla, de follarla ahí mismo.
Me acerqué, la estreché, y ella ajena siguió su ritmo, como si viviera una guerra interna, fluyendo a través de las guitarras, recortada en una realidad de presente puro que se deshacía como flecos quemados de neurosis. Y hubo un momento en que la música nos rodeó con su abrazo cálido, sinestésico, como la danza atávica de un mar que se ahoga en su propia espuma y luego resurge invencible. Y nos besamos. Derrotados. Calientes. Indomables. Hermosos.
Me acerqué, la estreché, y ella ajena siguió su ritmo, como si viviera una guerra interna, fluyendo a través de las guitarras, recortada en una realidad de presente puro que se deshacía como flecos quemados de neurosis. Y hubo un momento en que la música nos rodeó con su abrazo cálido, sinestésico, como la danza atávica de un mar que se ahoga en su propia espuma y luego resurge invencible. Y nos besamos. Derrotados. Calientes. Indomables. Hermosos.
Todo terminó demasiado pronto, la
sinergia se evaporó. Nos miramos como extranjeros. Pero ninguno quiso huir. Y
así empezó todo. No era amor, solo dos almas tropezando en la oscuridad.
Ha pasado una semana desde que conocí a
Erika. Por desgracia estas cosas suelen durar poco. La observo, y es como si se
deshilachara ante mis ojos, como el humo ensortijado de su cigarrillo. Sigue
mirando al vacío, con ese rictus de perplejidad y lejanía que tan bien conozco.
Soy obtuso, incapaz de desvelar el misterio, como alterna la promiscuidad vital
con el sonambulismo. La penetro, pero soy incapaz de follarme su mente. Y se me
acaba el tiempo.
Sigo trasegando la botella, me noto
entumecido. Intento fijar mi atención en la única nota de color de la
habitación –aparte de sus labios frambuesa-, un foulard azul enroscado en el
cabecero. No soporto el silencio. Me levanto y empiezo a gesticular delante del
espejo.
Ignacio: Sherlock, ya sabes que te admiro, eres la persona más
inteligente que conozco, ¿qué piensas de todo esto?
Sherlock: (voz
impostada) El truco es una solución
al 7% de cocaína. En cuanto a las mujeres, la misoginia es la actitud más
lógica ante su errático comportamiento. Pero claro, esa era mi opinión antes de
conocer a Irene Adler… Intenta dentro de lo posible mantenerte alejado de ellas.
Ignacio: Creo que es demasiado tarde para ello…
Erika: ¿Puedes dejar de hablar solo? Me pone nerviosa…
Ignacio: Ah, querida, tienes la molesta costumbre de
interrumpirme cuando voy a llegar a alguna conclusión interesante. Ayer estuve
a punto de convencer a Hemingway de que alejase la escopeta de su cabeza. Empezaba
a reconocer que “El viejo y el mar” era una su obra más sobrevalorada y que
tenía que compensarnos a todos por ello.
Erika: Tu mente esta muy dañada, sin embargo aún no he
encontrado ninguna excusa en tu biografía.
Ignacio pone la radio
-suena algo de música clásica- tira la sabana al suelo y mira el cuerpo de
Erika con una sonrisa.
Ignacio: Me encantan tus quemaduras, aun no me has dicho cómo
ocurrió el accidente; algo extraño seguro, solo tienes quemado el torso y parte
del cuello, ni extremidades ni cara. Son como una región de tatuajes volcánicos
de extrema belleza (hace el gesto de
acariciarla)
Erika: (Recoge la
sabana y se vuelve a tapar) Estás
loco. Por la forma en la que hablas da la impresión de que sólo te gusto por
mis cicatrices.
Ignacio: Eres demasiado insegura. Estamos en un mercado de
carne, solo tienes que revolotear de madrugada en cualquier local y tendrás
barra libre para tu coño. Sin embargo yo te quiero, quiero cada singularidad de
tu cuerpo. Eso es más difícil de encontrar.
Erika: Sí, una lastima que sólo hables con gente muerta y que
tu mayor aspiración sea seguir en esa mierda de empleo nocturno.
Ignacio: (suspiro) No nos enfademos, no estropeemos una relación perfecta
de una semana. Cuando al día siguiente del concierto me hablaste de Mario, como
convenciste a tu familia para que le dijeran que te habías suicidado, no sé, me
pareció una idea divertida aprovechar los días que te quedabas en Madrid para
atormentarle. Habían pasado más de diez años, se iba a volver loco al recibir
tu mail. Y fue genial observar como reaccionaba en la estación de autobuses.
Pero Peter era alguien jodido. Tú viste como parte del juego coincidir con él
al dejar ese libro en el portal de Mario. Un aliado en tu revancha. Incluso le
ayudaste a llevarse a Ana. Pero para él no era un juego, ese tío era peligroso,
¿te fijaste cómo hablaba de Ana? Ahora está muerto. La policía investiga. Adiós
a vuestro cónclave de ex resentidos. Pero, ¿por qué no disfrutar del único día
que te queda de vacaciones? Mañana volverás a Barcelona...
Erika: No se trata del juego, como tú lo llamas. Aunque sí,
tienes razón: la diversión se ha acabado. En cuanto a nosotros… hay ciertas
afinidades que nacen del hueco del dolor y el silencio. Lo siento, no soy buena
para las relaciones normales. Prefiero dejarlo aquí. Como diría Whitman: “¡Oh Capitán! ¡Mi capitán! Nuestro espantoso
viaje ha concluido…”
Ignacio: El barco se hunde y solo tú podías salvarme. Adelante, busca tu felicidad a pesar
de mí.
Erika se viste con su
conjunto de lencería rojo mortalmente atractivo. La angustia sobrevuela la
habitación, no importa si han sido siete días o tres años, algo transcendental
ha acontecido, cada pequeño detalle suyo se ha convertido en fetiche, en un altar
en mi memoria. Quiero reaccionar, no quiero forcejear más tarde con L'esprit de l'escalier, o con la ruda
nostalgia de lo que nunca ha llegado a suceder.
Ignacio: Ya’aburnee es una palabra árabe que significa “tú me entierras”, y alude al deseo de morirse
antes que la otra persona para no tener que sobrellevar su dolorosa ausencia.
Eso es lo que me despiertas. No me dejes solo. Te necesito. Permítenos ser algo
más que un momento de ternura, que dos mentes farfullando sobre un orgasmo
pretérito.
Erika: “Yo soy un
sueño, un imposible/vano fantasma de niebla y luz/soy incorpórea, soy
intangible: no puedo amarte.” ¿Eres
acaso ese poeta masoquista que siempre contesta: “¡Oh, ven; ven tú!”?
Ignacio: La música no es inocente. Una sabana levanta la mano y
baila en la noche. Dame una oportunidad. Déjame hablarte de la muñeca de Kafka.
Gritemos juntos. Siempre en movimiento. Todo o nada. Ahora o nunca. Sin
tibiezas. Quiero ser un cristal roto que brilla sólo por ti. Quiero ser tu órbita cementerio. Déjame ser tu orgasmo eviterno, tu aullido vertical. Déjame ahogarme
en tu oleaje, ser el artista de tu pecado.
El miedo queda embriagado y se esfuma. Y aparece la
sumisión, el placer, las marcas de cuerdas en las muñecas, los mordiscos a ras
de hueso, pasión enfebrecida eclosionando límites y jurando amor eterno mientras laceran
la carne con sus cuchillos de saliva. Y el amor, durante un momento efiterno,
triunfa.
Fin del capítulo
18.
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