Afuera llueve, por fin ha vuelto a llover. Cuando era pequeña, observaba a mi madre mirando la lluvia por la ventana. Siempre que llovía parecía feliz. Tengo los ojos tristes de mi madre, eso dice todo el mundo.
No conseguía entender qué miraba, qué la hacía feliz. Nunca me ha gustado la lluvia. Es más, la odiaba sinceramente, era un mal necesario, poco más. Algo que jodía planes, era incómodo, molesto.
Contar líquenes bajo la lluvia es bastante desagradable, por ejemplo. O recoger muestras en un lago, en una barca hinchable cutre que amenazaba hundirse mientras se llenaba de agua. O que suspendan un concierto para el que compraste entradas hace meses por la lluvia. O no poder salir a jugar por un maldito aguacero. No, nunca me gustó la lluvia.
Pero la gente cambia, y yo he cambiado.
Hubo un año que enloquecí. Quizás más de un año. Hubo un año en que me dió por desear cosas absurdas, como ser feliz. Hubo un año en que decidí que no podía más con los silencios, con la táctica del avestruz, con evitar hablar de lo que sentía y cómo lo sentía. Hubo un año que decidí con quien no quería envejecer. Hubo un año que me enamoré. Hubo un año que me jugué casi todo a una carta, y como mala jugadora que soy, perdí. Hubo un año que descubrí que el otoño era la estación más increible del año.
Hubo un año que decidí que me apetecía ser Miércoles Addams, y fui una Miércoles cojonuda. Hubo un año que fui feliz, coño, cómo fui feliz. Hubo un año que descubrí que la tristeza te golpea, te acuchilla, te patea cuando ya estás en el suelo, y luego te llena las heridas de sal y limón, la muy cabrona.
Hubo un año que lloré tanto que me quedé sin lágrimas. Hubo un año que recibí el mejor abrazo del mundo. Hubo un año que tuve la despedida más corta, porque no era una despedida. Pero sí lo fue. Hubo un año en que fui un cuadrado en un círculo, golpeándome contra mis propias esquinas. Hubo un año que me dió por hacer fotos de nubes, de cortezas de árboles, de lluvia sobre flores, de madera, de cerraduras viejas, de cosas con forma de corazón.
Hubo un año que decidí buscarme porque me había perdido. Hubo un año que me reencontré. Hubo un año que amé, y tal vez fui amada. Hubo un año que dejé de ser amada. Hubo un año que me dió por perseguir imposibles, cada vez más alejados de toda lógica. Hubo un año que reí. Hubo un año que decidí volver a escribir. Hubo un año que dejó de aterrorizarme conducir. Hubo un año que descubrí que me pone conducir. Hubo un año que descubrí la poesía. Hubo un año que no me escribieron la poesía que esperaba. Hubo un año que me escribieron la poesía más increible, más mia que jamás hubiese imaginado, esa que no esperaba. Hubo un año que me regalaron mariposas, nubes, paraguas de los que llueven corazones.
Hubo un año que viví.
Y ahora, ahora que hace más de un año que enloquecí, hago recapitulación, miro hacia atrás, intentando ver cuánto acerté, cuánto erré, y sólo consigo vislumbrar que aquel año viví. Es más de lo que hacía hasta ese momento. Así que recapitulo, pero no capitulo. Sigo viviendo. Y si la tristeza quiere ponerme sal y limón... pues que me traiga un tequila.
Ah, y, sobre todo, hubo un año que descubrí cuánto me gusta la lluvia.
(Sí, tuve infancia, y esta es mi canción de lluvia)