El martes empecé en el nuevo trabajo. Por ahora estoy
haciendo la formación, pero me está gustando lo que veo. El primer día me
dieron un libro para que lo leyese. Es sobre comunicación. Por lo visto dan
muchos libros para que los leas y hagas una valoración. Y, yo qué sé, será que
no estoy acostumbrada a que la gente le de valor a los libros, pero me ha
gustado esa política de empresa.
El libro es corto, una historia. A través de esa historia
vas descubriendo con el protagonista cómo mejorar la comunicación. Habla del
valor de las historias, de los cuentos, y de cómo los mejores comunicadores, la
gente que al final nos marca, son gente que no intenta convencerte, que respeta
tus opiniones, que explica su visión sin necesidad de enfadarse.
Y entonces me he acordado de él. En realidad lleva unos días
rondándome. Mi madre opina que cuando los muertos te rondan la memoria es porque
quieren luz. Recuerdo una época en que soñaba constantemente con mi primo, y
cada vez que lo decía mi madre encendía una vela. A mi me hacía gracia. Ahora
estoy pensando en encender una. Me estaré haciendo mayor.
Mi tío murió hace casi tres años. Ya he hablado de él,
seguro. Siempre recuerdo las mismas cosas. Pero es que era importante, siempre
fue importante.
No recuerdo que nunca levantase la voz. Era pequeño, de mi
altura, y delgado. De joven siempre estuvo enfermo. Lo dieron por un caso
perdido, una enfermedad grave de los pulmones con una tasa de mortalidad muy
alta en aquella época. Cuando mi tía decidió casarse con él fue un drama,
porque pensaron que se casaba con un moribundo. Pero siempre fue un
superviviente. Se recuperó, llevó una vida normal, hasta que hace casi 3 putos
agostos le dio un infarto y se murió. Recuerdo la escena a cámara lenta, cuando
entré a su habitación y lo supe muerto, aunque tardó 4 días en morir. Es
extraña la memoria en momentos así. Recuerdo detalles absurdos.
Cuando me dijeron que había muerto (realmente) estaba en el
parque con mis hijas. Me senté en el suelo y no podía casi respirar. Intentaban
hablarme y yo estaba lejos, en aquellos veranos en la sierra de Madrid.
Mi padre y mi tío eran apicultores, y todos los veranos
íbamos a una aldea de la sierra de Madrid con las colmenas. Nos cedían la
escuela, y durante todas las vacaciones vivíamos allí. Aprendí a caminar
corriendo detrás de unas gallinas en La Hiruela. Eso me contaba mi tío muerto
de la risa. Creían que nunca aprenderías a caminar, y un día saliste corriendo, decía.
Mi tío se sentaba contigo y sólo con mirarte a los ojos
sabía qué te pasaba. Te contaba una historia, algo que aparentemente no tenía
nada que ver con lo que a ti te preocupaba. Pero, joder, siempre tenía que ver,
siempre encerraban sus historias la respuesta. Y además tenía la rara capacidad
de saber escuchar. Y, si pensaba que estabas haciendo algo mal, sólo te hacía
un par de preguntas para que tú llegases a esa conclusión y rectificases.
Cuando era adolescente me jodía tanto que hiciese eso…
Con el tiempo aprendí el valor que tenían sus charlas
conmigo. Nunca imponía, pero te hacía recapacitar.
Y tenía aquel sentido del humor tan particular. Cuando reía
lo hacía como lo hacen los niños, con todo el cuerpo, sin pudor.
Levo días recordando cuando “cortaban” las colmenas (sacaban
los panales), siempre me traía un trozo de panal. Yo me metía pedazos en la
boca, y al masticar la cera crujía y estallaba en chorros de miel. Y él sonreía
al ver la miel chorreando por mis muñecas. Ten
cuidado con las abejas, decía, a ver
si esta vez no llegamos. Todo porque cuando tenía 5 ó 6 años descubrimos en
mitad de la montaña que yo era alérgica a las picaduras de abeja y casi no
llega a llevarme viva al consultorio más cercano.
La memoria es extraña. Será que le echo de menos.
Hoy me he dado cuenta de que me encantaría ser así, contar
historias como él lo hacía, convencer sin tener que intentarlo.
Y también he caído en la cuenta de que para ser un comunicador
cojonudo no hace falta citar a mil autores. Transmitir es algo más. Que te
llegue lo que cuentan, que te golpee por dentro no tiene que ver con palabras
grandilocuentes, ni con la perfección.
Ojalá golpear los sentidos con palabras. Ojalá.