viernes, 28 de septiembre de 2012

El año que enloquecí


Afuera llueve, por fin ha vuelto a llover. Cuando era pequeña, observaba a mi madre mirando la lluvia por la ventana. Siempre que llovía parecía feliz. Tengo los ojos tristes de mi madre, eso dice todo el mundo.
No conseguía entender qué miraba, qué la hacía feliz. Nunca me ha gustado la lluvia. Es más, la odiaba sinceramente, era un mal necesario, poco más. Algo que jodía planes, era incómodo, molesto.
Contar líquenes bajo la lluvia es bastante desagradable, por ejemplo. O recoger muestras en un lago, en una barca hinchable cutre que amenazaba hundirse mientras se llenaba de agua. O que suspendan un concierto para el que compraste entradas hace meses por la lluvia. O no poder salir a jugar por un maldito aguacero. No, nunca me gustó la lluvia.
Pero la gente cambia, y yo he cambiado.
Hubo un año que enloquecí. Quizás más de un año. Hubo un año en que me dió por desear cosas absurdas, como ser feliz. Hubo un año en que decidí que no podía más con los silencios, con la táctica del avestruz, con evitar hablar de lo que sentía y cómo lo sentía. Hubo un año que decidí con quien no quería envejecer. Hubo un año que me enamoré. Hubo un año que me jugué casi todo a una carta, y como mala jugadora que soy, perdí. Hubo un año que descubrí que el otoño era la estación más increible del año.


 Hubo un año que decidí que me apetecía ser Miércoles Addams, y fui una Miércoles cojonuda. Hubo un año que fui feliz, coño, cómo fui feliz. Hubo un año que descubrí que la tristeza te golpea, te acuchilla, te patea cuando ya estás en el suelo, y luego te llena las heridas de sal y limón, la muy cabrona.


 Hubo un año que lloré tanto que me quedé sin lágrimas. Hubo un año que recibí el mejor abrazo del mundo. Hubo un año que tuve la despedida más corta, porque no era una despedida. Pero sí lo fue. Hubo un año en que fui un cuadrado en un círculo, golpeándome contra mis propias esquinas.  Hubo un año que me dió por hacer fotos de nubes, de cortezas de árboles, de lluvia sobre flores, de madera, de cerraduras viejas, de cosas con forma de corazón.


 Hubo un año que decidí buscarme porque me había perdido. Hubo un año que me reencontré. Hubo un año que amé, y tal vez fui amada. Hubo un año que dejé de ser amada. Hubo un año que me dió por perseguir imposibles, cada vez más alejados de toda lógica. Hubo un año que reí. Hubo un año que decidí volver a escribir. Hubo un año que dejó de aterrorizarme conducir. Hubo un año que descubrí que me pone conducir. Hubo un año que descubrí la poesía. Hubo un año que no me escribieron la poesía que esperaba. Hubo un año que me escribieron la poesía más increible, más mia que jamás hubiese imaginado, esa que no esperaba. Hubo un año que me regalaron mariposas, nubes, paraguas de los que llueven corazones. 

Hubo un año que viví.
Y ahora, ahora que hace más de un año que enloquecí, hago recapitulación, miro hacia atrás, intentando ver cuánto acerté, cuánto erré, y sólo consigo vislumbrar que aquel año viví. Es más de lo que hacía hasta ese momento. Así que recapitulo, pero no capitulo. Sigo viviendo. Y si la tristeza quiere ponerme sal y limón... pues que me traiga un tequila.
Ah, y, sobre todo, hubo un año que descubrí cuánto me gusta la lluvia.

(Sí, tuve infancia, y esta es mi canción de lluvia)



domingo, 23 de septiembre de 2012

Micromachismos, macromalahostia

Aviso: Este post está hecho a base de mala hostia. Espero sepais entenderme.





Leí hace tiempo un artículo (sí, coño, leo muchos artículos inútiles) sobre micromachismos. Son esas pequeñas cosas, sin importancia (aparentemente al menos), que son machistas en el fondo, pero que son asimiladas como normales. Por ejemplo, que los cambiadores de bebés en los centros comerciales estén normalmente en el baño de mujeres, asumiendo así que es una tarea básicamente femenina cambiar pañales. Es una estupidez, ya lo sé, pero si lo piensas, jode un poco.
No soy feminista, porque no creo que seamos más que los hombres. Tampoco estoy por la igualdad, porque no somos iguales. No entiendo mucho de géneros, entiendo más de personas. En la mayor parte de los casos, y salvando las diferencias estructurales, físicas y anatómicas, es una cuestión más de personas que de sexos. No sé si me explico muy bien. En mi mente tiene sentido.
No hablaré mucho del lenguaje, básicamente machista. Ser cojonudo, tener huevos, etc. Todos conocemos ejemplos. No tienen mayor relevancia, en la práctica los usamos todos.
Pero el otro día un capullo me recordó ese artículo.
Estaba trabajando, con la carpeta en la mano, y me sonó el móvil. Se me caían las cosas, y no podía sacar el teléfono, y sabía que la llamada era importante. Así que apoyé la carpeta en la moto. Sí, en el asiento de esa preciosa moto de ahí arriba. Me encanta, de hecho la foto la había hecho antes de la bronca. Nunca le haría daño a un preciosidad así.
De repente apareció un hombre gritándome si la moto era mia. En ese instante quité la carpeta mientras le decía "perdón, de verdad, lo siento mucho", pero él seguía. "¿Te parece que es una mesa camilla?", y yo contesto: "disculpa, en serio". Y entonces me dijo eso. Eso es "¿y si te toco las tetas qué pasa?". Le contesté lo que creí oportuno y me alejé, dejándolo allí gritando.
Simplemente no imagino la misma situación a la inversa. "Oye, tío, que me tocas la moto. ¿Y si te toco los huevos?"... No, no lo imagino.
Así que a los que dicen que nos quejamos por cualquier cosa, les diré que por más que pases de estos temas, cuando has ido a una entrevista de trabajo y te preguntan qué le parece a tu marido que te reincorpores al mundo laboral, o te dicen mientras te despiden que en adelante contratarán hombres que no piden baja por maternidad, ni reducciones de jornada,... Pues tu percepción del mundo cambia, inevitablemente.
Ahora imagino a ese energúmeno, funcionario de una administración pública de mi ciudad, diciendo "mira, nena, te falta un papel, qué pasa, que no puedes cocinar y pensar al mismo tiempo?". Sí, sí, llamadme exagerada. Seguramente lo soy. Es sólo que me quedé sinceramente jodida. Que te griten eso en una calle llena de gente es absurdo.
Luego sentí una oleada de apoyo cuando al rato un mensajero me dijo "oye, dejo mi moto ahí, puedes apoyarte, sentarte en ella o lo que quieras". Al final sí es cuestión de personas, no de sexos.
Siento el post-descarga.

4 Non Blondes – What's Up?

martes, 18 de septiembre de 2012

Estrellas, cuentos, felicidad





Por la noche, cuando puedo, me meto en su cama. Se hace un ovillo, y yo acoplo mi pecho al arco de su espalda, hechas una madeja. Nos ovillamos igual, hasta en eso nos parecemos. Se acurruca, pegándose bien a mi y me pide que la abrace. Se gira, en un ángulo imposible y me besa.
Cuentame un cuento mami, me dice. Yo le pregunto si quiere el de la nube que se quedó enganchada a un rascacielos, o el del caracol que quería correr, o el del erizo perdido.  Otra noche, responde. Y el del hada del pijama (un hada gruñona que se parece sospechosamente a mi)? Ese mañana, porfa. Hoy quiero el de Marina. Es su favorito, el primero que le conté. Normalmente le cuento cuentos dentro de cuentos, y ella es mi protagonista. Hoy sólo quiere a Marina.
Marina es un cuento vivo, van variando los detalles, meto animales marinos nuevos, a ver si así le entra curiosidad y cuando crezca quiere bucear conmigo.
Lo malo de variar cuentos con alguien con tan buena memoria es que siempre olvido detalles que ella recuerda. Y el pulpo y la tinta, mami? Me pregunta divertida. Y yo le cuento cómo el pulpo huye dejando tras de sí una nube de tinta que te deja sorprendido y confundido.
Normalmente olvido a propósito al pepino de mar, para ver cómo me pregunta con sorna. Le encanta, es su preferido. Y yo siempre sonrío recordando a Gerald Durrell y sus pepinos de mar-pistolas de agua.
Así es el cuento...





Marina era una estrella, una de esas que puedes ver cualquier noche si la contaminación y las luces cegadoras de la ciudad te lo permiten. Si mirabas al cielo en una noche clara podías verla allí brillando, como si sonriese. Pero Marina no sonreía, y cada día su brillo se iba apagando.
No, no se podía decir que fuese una estrella feliz, y eso era porque Marina tenía un sueño inalcanzable, uno de esos totalmente imposibles: Marina quería ser estrella de mar.
Cada día y cada noche miraba desde al cielo y veía el mar, a veces calmado, otras nervioso, tal vez iracundo, pero siempre bello y lleno de vida. Veía a los delfines saltando alegremente. Veía a las anémonas, con sus tentáculos, meciéndose suavemente al ritmo de las corrientes, acariciando el agua. Veía a los pulpos, transformándose en algo parecido a rocas, o cambiando de color para parecer parte del fondo. Observaba a las medusas, las más bellas criaturas, nadando con su cuerpo gelatinoso, parecía que latían. Veía corales de colores llamativos, y otros que parecían cerebros. Se fijaba en los peces luna tumbados sobre un lado, tomando el sol y dejándose llevar. Veía a los tiburones con sus esbeltas formas, paseándose con la tranquilidad que da reinar tanto tiempo en los mares. Miraba a los cangrejos, con su torpe caminar, desgarbados …
Soñaba con verse rodeada por un cardumen de doncellas, diminutas, moradas, juguetonas, y con tener un amigo pepino de mar. Todo el mundo cree que son aburridos, porque hacen más bien poca cosa, pero a ella no le importaba.
Y cada día, cada noche sólo deseaba estar en aquel mar increíble, formar parte de él.
Marina vivía triste, y sus padres, preocupados, observaban cómo lloraba, cómo paseaba absorta, como en otro mundo, siempre soñando, incluso cuando estaba despierta, con estar en el mar.
Sus hermanas intentaban animarla, pero nada parecía funcionar. Desesperados, sus padres acudieron a hablar con el Sol. Él era una estrella anciana, conocida por su sabiduría. Le plantearon el problema de Marina, y le preguntaron qué debían hacer. ¿Cómo iba a querer ser una simple estrella de mar, ella, que era un astro iluminando el gran cielo?
En mi opinión, dijo el Sol, podéis hacer dos cosas, pero depende …
¿Depende? ¿de qué?, preguntaron los padres de Marina.
De cuánto queráis a Marina, y de si queréis realmente que ella sea feliz, respondió el Sol. ¿Creéis que Marina puede ser feliz siendo estrella? ¿Qué es más importante: tenerla cerca o su felicidad?
Los padres de Marina se marcharon pensando en las preguntas del Sol, y al fin vieron claro lo que deseaban.
Como iba a ser el cumpleaños de Marina, le organizaron una gran fiesta. Marina no tenía muchas ganas de hacer como que era feliz, de fingir que estaba alegre en aquella fiesta, pero como  no quería entristecer a su familia, decidió ir.
Sus padres le regalaron un vestido plateado, con una larga cola. Se lo puso y fue a la fiesta. Allí le hicieron soplar las velas de un gran pastel. Sopla las velas y pide un deseo, dijo su madre. Ella pensó que el único deseo que quería no se cumpliría jamás, pero aún así lo pidió.
Ahora vamos a cumplir tu deseo, dijo su padre. Danos un beso y despídete de nosotros, añadió su madre.
Marina estaba tan sorprendida y emocionada que se despidió de todos como en un sueño.
¡Salta!, la animaron todos.
Marina se tiró de cabeza al mar, y al caer, la cola de su vestido parecía la estela de una estrella fugaz.
En cuanto tocó el agua, Marina se convirtió en una estrella de mar.
Ahora, todas las noches sabe que las estrellas brillan para saludarla, y que son felices porque ella ha cumplido su sueño. Marina es feliz en su gran mar, y hasta tiene un amigo pepino de mar, que ha resultado no ser nada aburrido.

La Fuga – Los lunes de octubre


Yo sé dónde coño se esconde la felicidad. La felicidad se esconde en el arco de su espalda, en los juegos de letras, en las torres de zapatos que aparecen de la nada... Ahí está, agazapada esperándome.


lunes, 17 de septiembre de 2012

Desaparecer



A veces desaparezco. Me hago pequeñita hasta desvanecerme. Escucho, escucho, escucho, o leo, y todo parece difuminarse, y adquiere un tono entre grisaceo y amarillo. El sonido me llega más lento, como si el aire fuese demasiado denso o poco elástico y las ondas no pudiesen avanzar.
La lengua es de repente áspera, como la corteza de un árbol centenario, y manos invisibles (como yo) aprisionan mi garganta. Y la soledad, la melancolía, la tristeza se escapan por las costuras, porque no encuentran el camino hacia mis ojos. No saben licuarse, sólo es eso. Es difícil pasar de intangible a lágrimas líquidas, sólo es eso.
A veces me desvanezco tanto que asciendo al techo, y veo todo como si lo viese desde fuera de mi misma. De hecho tengo recuerdos que rememoro viendome, como una simple espectadora. Tiene una explicación neurológica, la misma base que la gente que cree sufrir abducciones.
Yo soy abducida por la rutina, por la angustiosa nada, por esta mierda que nunca acaba.
A veces, sólo durante un par de segundos, desaparezco, me desintegro, y simplemente no soy.
A veces...

Correr



Corro. Las calles están llenas de escombros, cornisas caidas, trozos de cemento con hierros que sobresalen, retorcidos, punzantes. Corro, tropiezo, caigo. Me levanto, no queda más remedio. Bendita adrenalina que me mantiene en pie, que me permite seguir corriendo.
La calle está oscura, sólo una farola sigue cumpliendo su función. Los semáforos hace días que no tienen a quien indicar cuándo pasar. Casi todos están en el suelo, pero algunos se mantienen tercos, verde, ambar, rojo, en un bucle sin fin.
De vez en cuando veo algún coche. Supongo que de alguien que, como yo, no consiguió huir. O huyó a pie. Muchos dejaron lo material atrás, en la lucha frenética, en la huida inesperada.
Una puerta abierta. Me aterra y me da esperanza a partes iguales. No, para qué mentirme a estas alturas. Simplemente me aterra. Pero sé que tengo que usarla. Es la única opción de sobrevivir. Remota opción, pero algo es algo.
Y mi mente me dice que lo mejor sería dejar de luchar, de huir, morir de una puta vez y dejar de sufrir. Pero soy un animal acorralado, y mi instinto de supervivencia es más fuerte que yo. Dejar de luchar no parece una opción.




Entro. Más oscuridad, un fuerte plor a suciedad, a descomposición. Empiezo a subir los peldaños con los que ha chocado mi pie derecho. Tanteo las paredes para guiarme, para darme seguridad. Tropiezo con algo blando y pegajoso. No necesito verlo para saber que es un cuerpo putrefacto. El olor lo delata. Me levanto y sigo subiendo, y noto cómo las lágrimas recorren mis mejillas, resbalando hasta la barbilla, mojándome el cuello. Mierda, mal momento para la debilidad, mal momento para ponerme a llorar. Pero las lágrimas me liberan momentaneamente del estrés. Y durante un instante, demasiado breve, me siento aliviada, mejor.
Después otra puerta, cerrada. Un pasillo que huele a amoníaco, a orín. Camino intentando no hacer ruido.
Escucho algo, un crujido en el suelo, la respiración acelerada. Y noto el frío abriéndome la garganta. Luego la sangre cálida saliendo a borbotones, la punzada de dolor intenso, asfixia… No puedo respirar, la traquea atravesada por el metal no lo facilita. Qué paradoja, la sensación de no poder respirar, de no conseguir que el oxígeno de vida a mis pulmones con una gran abertura en la traquea.
Despierto. Y durante unos segundos siento aun cómo me ahogo. Casi siento el metal cortando músculos, fibras, llenándose el filo de mi sangre…
Mierda de sueños recurrentes.


 Esto es sólo una de las pesadillas que pueblan mis noches. Normalmente corro sola, exceptuando a mis zombies, asesinos en serie, etc. Hace unas noches mi hija me acompañaba en mi sueño de apocalipsis zombie. Espero que no lo vuelva a hacer, el sufrimiento es mayor.

Un abrazo, ese abrazo. Gracias por ese abrazo, mientras todavía temblaba asustada, porque a veces cuando despierto me cuesta distinguir sueño y realidad. Gracias. En serio.

Amy Lee – Sally's Song

viernes, 14 de septiembre de 2012

Amor interrumpido



Las mujeres no toleran el desamor. No lo digo yo, lo dice un estudio de esos que me gustan.
Es por el puto mito del amor romántico que nos vendieron. Te creas unas expectativas que nunca se cumplirán, no a largo plazo. Y de repente, como dice la canción, todo lo que te gustaba de mi poco a poco te empieza a desquiciar sinceramente. Y a mi todo lo que me gustaba de ti me jode, también sinceramente. Todo es cuestión de tiempo. Tu música me molesta. La odio. Mis manías son criticables. Con saña, así duele más.
Y si no llegas a ese punto es que no ha durado lo suficiente. Seguro. Alguien sabio me dijo que es difícil dejar de amar lo que no conoces, o algo así. Cierto, cierto. Los defectos al principio parecen adorables marcas de personalidad. Mirala, qué tierna, le da vergüenza hablar con la gente. Ay, qué especial, coloca los zapatos todos mirando hacia el mismo sitio al irse a dormir. Qué interesante, cómo se concentra al leer, mira, todo desaparece a su alrededor... Y así hasta el infinito.
Poco a poco es "joder, ¿quieres dejar de mirar callada a la gente y hablar?", "ya estamos con los zapatitos...", "espabila, que pareces sorda cuando te pones con el libro",... Y así hasta el infinito.
Y a la inversa, pues igual.
A veces es uno el que primero empieza a odiar los defectos del otro. Y el otro se queda sinceramente jodido, sin saber que le han librado de llegar a odiar los defectos del uno.
Que sí, que amar es ceder. Pero, ¿qué pasa cuando siempre cede el mismo?
Siempre hay uno que cede más, que se entrega más, que es más dependiente. Y entonces escuchas siempre su mierda de música, o dejas de tomar café, o de poner los zapatos mirando hacia la cama. Es el principio del fin, el fin, el fin (lo repito a ver si lo conjuro). Cuando te quieres dar cuenta ya no haces nada de lo que te divertía, de lo que te definía, de lo que te hacía ser tú. Y si te das cuenta... Fin del amor romántico. Esto ni es amor ni gaitas. Adios.
Y vuelta a empezar.
Pero a veces por el camino, ese que duele, que jode, que te deja cansada y hastiada, descubres que tú eras distinta, que podías ser distinta, que todo podía ser mejor.
Y puede que a veces a las mariposas les de por aletear en tu garganta. Y las polillas decidan mudarse a tu estómago. Y aparezcan arañas, desaparezcan luciernagas. Puede que descubras cuánto odias los trajes. O que la gente no da tanto miedo (o sí, pero lo superas). Puede que te de por mirar al cielo, por poblar las mesas de los bares y los asientos de las paradas de metro de animales de papel. O que...
Puede que sí.
Puede.
Sí.
Y puede que descubras que te gusta que te acaricien el cuello, que te abracen, que te besen en estaciones. Puede que descubras que la vida es más, que tú eres más.
Puede que un día en plena ciudad una libélula se te pose en el brazo, desentonando con los trajes grises, desplanchados, largos, cortos, perfectamente planchados.
Puede que te aceptes.
Puede que no puedas llorar.
Puede que vuelvas a creer en el amor.
Puede que dejes de creer de nuevo en el amor (ese maldito hijo de puta huidizo).
Puede que llegues a aquello tan soez y tan desencantado de decir "Yo no me vuelvo a enamorar, a mi en esta no me vuelven a pillar". Tal vez llegues al extremo (triste, triste) de decir el "Yo a partir de ahora sólo quiero follar". Puede.
La rabia, el desamor, esas gilipolleces. Son poderosas. Te infectan, colonizan hasta la última célula de tu ser. Se enquistan, sangran, se engangrenan... Hay que cortar por lo sano. Abrir, limpiar la infección.
Puede.
Yo por ahora disfruto el camino. Dejo que las palabras me guíen, me emocionen, me... pueden.

 Bunbury – Lo Que Más Te Gustó De Mi

lunes, 10 de septiembre de 2012

Lágrimas inexistentes






La composición de las lágrimas varía. Si cortas cebollas, por ejemplo, son poco más que agua y sal. Si lloras de tristeza, por ansiedad, o porque sientes tu corazón pisoteado, las lágrimas son un cóctel de hormonas. Prolactina, adrenocorticotropa y leucina encefalina (un analgésico natural). El organismo libera adrenalina y noradrenalina. Se cree que con las lágrimas nos liberamos del exceso de hormonas del estrés. Según estos estudios llorar nos libera, nos protege del estrés, es un mecanismo de defensa, de liberación. Estadísticamente llorar parece beneficioso porque las personas que reconocen llorar en situaciones de mucha tensión o tristeza sufren menos incidencia de úlcera, por ejemplo. Eso dicen los estudios.





Yo he perdido esa liberación. He perdido la capacidad de llorar.
Casi nunca he llorado en público. En privado... mares.
Lo único que odiaba de estar embarazada (que por lo demás es mi estado ideal, feliz, relajada, libre de migrañas (bueno, esas no han vuelto desde el primer embarazo),...) era que lloraba de manera incontrolable. En mi primer embarazo rompí con la cabeza una ventana de caravana, de esas de metracrilato, sí. Ya sabeis, no me hagais enfadar u os pegaré un cabezazo, juas. El dueño era un asturiano que había invadido el camino, y abrió las ventanas a mi paso. Salió de la caravana y empezó a gritarle a esa cosa mareada que yacía en el suelo. Y yo, que en circunstancias normales me hubiese cagado en ... bueno, que le hubiese contestado oportunamente, no podía más que llorar. Y cuanto más lloraba más rabia me daba el puto lagrimeo, y más inconsolable lloraba. Rompiome la ventana y encima mancose, creo que gritaba el energúmeno, y mi compañero de viaje me miraba alucinado, porque esperaba cualquier reacción excepto el llanto.
Pero ya no lloro.
No puedo.



Mi corazón resquebrajado, sucio, aplastado,... se ha vuelto de piedra. Y ya ni llorar me deja.
Lloré por toda una vida en diciembre. Dos putas semanas seguidas sin poder parar de llorar, porque todo parecía derrumbarse a mi alrededor menos lo que yo quería derribar. Lloré, sollocé, y volví a llorar. Dos putas semanas seguidas. Casi no podía abrir los ojos. Esos días sentí dolor, tristeza, miedo, mucho miedo, terror, y más tristeza.
Luego nada. Nada, nada, nada. La maldita nada absoluta. La puta nada absoluta.
Y cuando por fin caí en la cuenta de que todo aquello era real, volví a llorar una mañana, allá por marzo. Un ratito. Y punto.
Ahora no lloro aunque quiera, aunque lo necesite, aunque me viniese de maravilla. Nada.
Mi corazón petrificado no me lo permite.




Puede que una noche mi orgullo herido, o que me asalte un complejo de repente, o una palabra me suene a crítica, aunque no lo sea, puede que derrame un par de lágrimas. Nada más.
Puede que me digan algo precioso. Un par de lágrimas, poco más.
Mi monzón interior quiere desbordar, pero no encuentra camino. No es un problema físico, fisiológico. Podría ser. Lo he visto. He abierto un lagrimal obstruido con un punzón. Y he visto cómo abrían una vía artificial por donde pasasen las lágrimas, una operación muy gore y sangrienta, con un nombre impronunciable (dacricistorrinostomía).
Pero no es eso, si corto cebollas lloro, pero no desahoga nada, nada.
No lloro porque he perdido la capacidad. Creo que estoy perdiendo capacidad de sentir cosas al mismo ritmo que mi corazón se endurece, se petrifica.




Será cuestión de acostumbrarse, de tolerar este entumecimiento de los sentidos, este mutar en un ser inerte, que deja de sentir.
Será cuestión de acostumbrarse a no poder ni llorar.
Eso sí, si alguien intenta conseguir que llore, que sea de la risa.




Mi corazón es como un charco que se ha secado. Dentro de poco no quedará ni rastro de él.

Heroes Del Silencio – No Más Lagrimas (Live)

 Gracias calmA, dulce calmA, por descubrirme hace tiempo esta canción, y este grupo.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Post postverano

Pues eso, esto es un post postverano, hoy estoy así de redundante.
Me está costando volver a vestirme el traje de la rutina, no me queda nada bien. Me he marchado del sitio más silencioso del mundo (si exceptuamos al gallo oligofrénico de mi vecino, que se desgañitaba a cualquier hora de la noche), ya vacío de veraneantes, en su mejor momento, con aroma a vendimia, a silencio. He llegado a mi ciudad en fiestas. Valencia, petardos, castillos a la una de la madrugada, despertàs, verbenas con música insoportable... Si escucho a Bisbal en 13 años sacaré el machete.
Me está costando, sólo eso.
Y como he vuelto de mis extrañas vacaciones, pues traigo mi maleta azul llena de nubes, de atardeceres rojos, de troncos, cerraduras, puertas viejas. Recuerdos.
Así que mi post cutre de hoy es como ese amigo pesado que se empeña en enseñarnos sus fotos al volver de su crucero. Eso voy a ser yo, la amiga pesada. Aviso: os voy a enseñar mis fotos. Avisados quedais, podeis dejarlo aquí.
Ha sido un verano intenso, de buscar cerraduras, puertas por las que escapar, ventanas que abrir...




De pequeñas aprendiendo a bucear, o a ir en bici...



 De bichos...















De atardeceres rojos, naranjas, morados...






Uno en la feria, nadie parecía verlo, ojos fijos en las atracciones...
















Y de nubes, de muchas nubes...










Un verano de ver Phineas y Ferb con mis hijas (pequeño vicio inconfesable), Los guiños a la cultura musical son geniales para la gente de mi generación. Ejemplo:


Y para acabar de ser la amiga pesada os dejo la banda sonora de mis vacaciones.

La Fuga – Balada del despertador (con la enorme Aurora Beltrán)


Ha sido un verano de reencontrarme, de descubrir cosas que no conocía de mi misma, de buscar opciones.
Ahora toca volver, toca ponerle un par y seguir luchando para que la vida no nos arañe.
Feliz regreso.