jueves, 31 de enero de 2013

La infancia que perdimos se apila en cajas cubiertas de polvo





Perdí casi todos mis cómics, mis juguetes, mis libros, casi todo. Desaparecieron sumidos en el caos. Si me descuido el caos me gana la partida, va conquistando terreno hasta que lo ocupa todo. Para mantener el equilibrio entre lo que soy, caótica, con un orden distinto al que la gente entiende por orden, y lo que quiero ser, ordenada, pulcra, tengo que reservar un par de cajones para el caos. Un par de cajones de mi casa viven en un desorden absoluto. Si no estuviesen sé que el caos se rebelaría y lo llenaría todo. A mi padre, aunque le joda reconocerlo, le pasa igual. Su garaje es como la casa de alguien con síndrome de diógenes. El puto caos. Él, que es ordenado, pulcro, necesita ese espacio de caos. Su garaje son mis cajones, tamaño extragrande. Allí se perdió todo. En una mudanza apiló todo en cajas. Nunca más fuimos capaces de encontrarlas. Él decía que las habiamos tirado, obstinado en pretender que sabe lo que hay bajo los trastos. Hace unos días hizo un tabique, por un lio de herencia, y encontró un tesoro. Al menos para mi lo es.


De repente, como quien no dice nada me dijo que había encontrado algunas cosas. Allí estaban, mis juguetes, mis gusiluces, mis pequeños ponies, mis cómics,... Encontró hasta un libro que busqué desesperada durante años. Cuando los inquilinos que ocuparon nuestra casa la desocuparon mi padre tuvo que desmontar el armario empotrado de mi cuarto, por si se había colado detrás de los cajones. Las tres reinas magas, de Gloria Fuertes. Ya, una chorrada. Pero era mi infancia (madre del amor hermoso, que viaje más horroroso), era importante.


 Aun faltan unos guerreros que coleccionaba. Eran animales con armaduras, podías ponerles armas,... Casi todos me los regaló mi primo. Compartía conmigo los guerreros, la mitología, los dinosaurios. Intentó que también compartiesemos el ajedrez, pero no le dio tiempo a enseñarme. La vida es corta.
No pierdo la esperanza, los encontraré.
Tampoco apareció mi planetario. Mi hermana me lo regaló cuando ya era adolescente. Sabía que cuando estaba en la ciudad echaba de menos mirar las estrellas, así que un día apareció con una semiesfera negra. Bajó la persiana, cerró la puerta y me dijo "ahora las podrás ver siempre que quieras". Lo encendió y el techo se lleno de constelaciones. Era mágico. Cualquier día ahorro y me compro uno. Sigo echando de menos mirar las estrellas...

Childhood's end - Pink Floid


miércoles, 30 de enero de 2013

Hasta los huevos...Ah, no, que no tengo...


Había escrito una entrada irónica que se llamaba "breves (o no tanto) instrucciones para tocarme los ovarios. Pero al leerla me he dado cuenta de muchas cosas, entre ellas de que sonaba jodido. Así que, como estoy harta de que parezca que quiero dar pena, harta de caminar en círculos, de no avanzar, de ser cansina,... Pues simplemente dejo una canción. Hoy estoy como Segis. Por otra parte he pensado, reflexionado, y llegado a la única conclusión posible: viendo cómo soy y mi vida he decidido que no me enamoraré jamás de los jamases. Y tampoco follaré. Rollo zen y celibato. Tranquilidad y equilibrio. Seguro que sin amor ni complicaciones la vida no es tan triste. Juas.
Hala, dejo la canción y me voy, a ver si se me pasa la mala hostia.

lunes, 28 de enero de 2013

Entropía

Te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio,te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio,…
¿Dónde va el amor cuando ya no está aquí? ¿Dónde se ha marchado?
No es posible que tanto amor desaparezca. Nada desaparece así.
¿Se transforma? ¿En esto? ¿Esto es todo lo que queda?
Te miro y no consigo verte. Te veo, sí. Te veo con una claridad pasmosa. Nunca te vi tan tú como te veo ahora. Pero no consigo ver a aquel al que amé.
¿Esto es todo? Vaya mierda.
Te odio, sinceramente. Me busco en los bolsillos, en el dobladillo de los pantalones, en las fotos viejas, en los momentos felices. Pero allí ya no queda nada, nada de lo que fuimos, nada de lo que nos unió.
Ahora sólo encuentro un odio visceral. Mi piel grita que me aleje, mis entrañas quieren estar lejos de ti.
¿Es esto todo lo que queda? ¿En esto se convierte?
Entropía, entropía, entropía. Repite conmigo. A ver si de tanto repetirlo lo desgastamos y desaparece. No quiero que se convierta en nada. Menos en esto. No quiero odiarte. Ya no te quiero. Repite conmigo. Entropía. Puta entropía.

Bunbury – Lo Que Más Te Gustó De Mi


domingo, 27 de enero de 2013

Camino




Veo pasar árboles desnudos, mecidos por el viento. Creo que sus ramas me saludan.
La tierra se va volviendo roja, salpicada de manchas verde oscuro.
Paso la cementera abandonada, símbolo del progreso obsoleto, de sistemas que no se sostienen.
Pronto llegan los árboles pudorosos, esos que jamás se desvisten, en un cambio eterno de hojas. Unas mueren, nacen nuevas, sin dejar nunca tiempo para el duelo. Lloran resina, eternamente tristes, luchando eternamente por sobrevivir.


Los pinos carrascos, de un verde oscuro insultante, los silvestres verde claro, puro optimismo.
Ojalá hubiese piñoneros, perennes sombrillas de piel cuarteada marrón claro, anaranjado, mosaicos juguetones esperando que alguien descifre las imágenes que ocultan.
Las dos cúpulas, la torre, la villa derrumbándose ante la mirada impávida de sus habitantes.
Las bodegas, las montañas perdiéndose más allá del horizonte. Las nubes. Las nubes que aquí tienen una consistencia distinta a la que tienen en cualquier otro lugar.


Las casas bajas, en filas desordenadas, improvisación atemporal. Los cipreses flanqueando el cementerio.
Viñas a ambos lados de la carretera de ida y vuelta. Olivos luchando contra el paso del tiempo.
La carretera desierta. Flores  blancas de invierno entre las cepas recién podadas.
Almendros que se niegan a florecer y dejarme admirar una belleza que siempre me entrecorta la respiración. Casi tanto como ver los cerezos en flor del huerto de mi padre. Casi tanto.
Los kilómetros de cemento, despintados de amarillo y blanco, que se niegan a una jubilación inevitable, sustituidos por putos postes metálicos con un cuarto de su encanto.
El último pueblo antes de llegar. Nunca me permití que me gustase, inmersa en ese odio visceral e irracional entre pueblos vecinos. Ahora admiro su calmada belleza, el llano a la salida, cubierto de verde, de amarillo pajizo, de rojo amapola dependiendo de la estación.
Los ciclistas, las casas abandonadas, testigos mudos del paso del tiempo, del cambio de estilo de vida. Esperan, creo, que algún urbanita arrepentido las sepa escuchar.
Pinos, pinos, pinos verde blanquecino. Tierra roja, naranja oscuro, roja, creo que sangra.


Curvas, montañas, bajar al valle, puente de entrada, siempre los mismos recuerdos acariciándome al cruzarlo. Casas. Último giro, entro a la plaza. Fin. Fin de trayecto. Bienvenida. Bienvenida Nuria a tu lugar en el mundo. Bienvenidos.


¡¡María me ha recordado la cortina de chapas!! Os la voy a presentar:
Hay una cortina en la puerta trasera del bar de mi pueblo. Chapas dobladas sobre cordeles, poco más. Pero es de una belleza fascinante. Y envejece, pierde trozos, porque el cordel se reseca por el sol, por el frio, y al final cede. Y se oxidan las chapas. Pero sigue cautivándome.
Sobre todo me atrapa el sonido, es calmante, como un palo de lluvia, como cañas chocando unas contra otras, música en estado puro, sencilla, sin atrezzos.
Quiero una cortina así. Quiero esa cortina, los retazos que quedan de ella. Quiero descolgarla, rescatarla, adoptarla, llevarla a casa y ponerla en una pared, para quedar atrapada a diario por su belleza absurda.

Así suena (ahora sí)


jueves, 24 de enero de 2013

¿De qué color son mis ojos?


Nueva pesadilla, una más a sumar a mi larga lista de macabras pesadillas que me acompañan cuando no tengo insomnio. Noto arena en un ojo, me miro en el espejo y allí sólo hay gris, un vitreo opaco y gris que lo llena todo. Ya no tengo ojo.


Me preguntaste de qué color eran mis ojos. No sabría contestar a esa pregunta. Depende. Depende de la luz, de si estoy triste, o si soy jodidamente feliz.
Si lloro son verdes, pero qué más da el color de los ojos cuando lloras. Además ya no lloro. Ya no lloro.
Si hay mucha luz son verdes.
Si estoy muy triste, tristisima, son verdes.
El resto del tiempo son de un color marrón indefinido, con matices verdes, pequeñas pinceladas.
Si soy feliz, pero feliz de verdad, son verdes, verde feliz.
Así que cuando te vi, mis ojos eran jodidamente verdes, porque era feliz. Son verdes, dijiste. Hoy sí, hoy son verdes por ti, pensé.
Ya casi nunca son verdes así.
Mis ojos no son verde feliz. Mis pies ya nunca están calientes. Desde aquel día mis pies, eternas estufas, son dos putos bloques de hielo. Te recuerdan, creo. Les entristece, creo.
No sé de que color son mis ojos. Pero sé que son tristes. Los ojos tristes de mi madre. Hace tiempo un hombre me paró por la calle. Primero me observaba, descaradamente, pero como avergonzado. Después me abordó. ¿Eres hija de M? Sí, dije yo atónita. Es por tus ojos. Tienes sus ojos tristes. Y luego bajó la mirada avergonzado, y se disculpó por las molestias, por el atrevimiento.
Cuando rie sus ojos rien, y son muy verdes, pero siguen siendo tristes. Los ojos más tristes del mundo. Mis ojos.
Estos días te echo de menos. Hacía mucho que no te echaba de menos así.
Pienso en ti y sonrío. Y por un leve instante soy feliz. Seguro que mis ojos son un poco más verdes. Verde feliz.
Hoy mataría por uno de nuestros abrazos.

 (Una vez una banda en directo me dedicó esta canción (que no conocía, juas) en un pub irlandés)

martes, 22 de enero de 2013

Felpudos, botas, nuevo trabajo



Este es un post un poco coña. A ver si con él consigo alejar un poco la tristeza.
Tengo un nuevo trabajo. No sé si durará, vendo seguros, y no tengo claro que tenga el suficiente instinto asesino. Pero trabajo es trabajo, y lo necesito, así que...
Por lo pronto me está sirviendo para desarrollar nuevos vicios, como hacer fotos a felpudos. Seguro que se podría hacer un estudio de la personalidad de una persona viendo su felpudo (vale, ahora os permito el chiste fácil, que me lo he ganado con la frase). La gente tiene unos felpudos peculiares. He visto animalitos de todo tipo, paraguas, uno que ponía "Hotel casa mamá" (joder, encima que te cuida le regalas un felpudo cachondeándote, y seguro que le dices que lo haces con cariño).


Y algunos ambiguos, como uno que pone "Benvinguts", bienvenidos en valenciano, dentro de una bandera española. Coño, estoy confusa.
Y los coloco con el pie bien rectos, maniática que es una. El otro día estuve a punto de levantarme a mitad de una venta a colocar bien un reloj de pared torcido que me estaba gritando "ponme bien, ponme bien".
También observo casas vacías, algunas con señales claras de que no ha sido fácil. Me da tristeza.
Y luego, pues claro, me surgen preguntas. ¿Por qué la gente tiene perro si trabaja todo el día y vive en un piso de 60 metros cuadrados? Toco a un timbre y todos los perros del rellano me dedican una canción a 4 ladridos. Algunos desesperados atacan a su propia puerta, rascan, olisquean,... qué tristeza.
Picar. Así llaman a ir de puerta en puerta. Picar. Yo pico entre horas. Despierto a gente de la siesta, molesto, soy una tocapelotas profesional. Y la gente me atiende en bata. Batas horribles, odio las batas.

 Veo nombres que me hacen gracia, y me río yo sola.
Y luego está la gente que miente. ¿Quién es? De noséquéseguro, digo yo. Adrianaaaaaaaaaaaaa es del seguro, escucho. No quiero nadaaaaaaaaaaa. Oye, que dice Adriana que no está, no está, ¿vale? Y yo contesto llorando de la risa "valeeeeeeeeeeeeee".
Así que está bien. No sé si venderé, pero por ahora me río mucho.
Y leer las últimas voluntades de la gente en el seguro de decesos es curioso. Hay una señora muy mayor que ha especificado todo, desde el color de los claveles de las coronas,  hasta lo que pondrán los recordatorios. Y en la cinta de una de las coronas que irán en el coche fúnebre ha pedido que pongan "¿Cuál es la felicidad que no tiene algo de pene?". No, no pena. Pene. Y coño, igual hasta tiene razón. No lo recuerdo, juas.

Y luego están los compañeros. Hay de todo: uno muy serio, otro con cara de pardillo (es temporal, eh?  repite constantemente), otro muy pesado,... No sé si me integraré.
No acabo de entenderme con la gente. Hoy estaba tomando café con mi inspector, el que me enseña, para contarle cómo me había ido y que él corrija fallos. En la barra había un policía, y yo, claro, me pongo a mirarle las botas, el viejo vicio de mirar los zapatos de la gente. Javier me pregunta qué miro. Las botas, le digo, son las botas de mis sueños. Bueno, esas no, las de la guardia civil de tráfico. ¿Esas son las botas de caña alta? Sí, contesto. Y él me mira extrañado. Para trabajar voy muy formal. Quedarían muy chulas con unos vaqueros, muy cañeras, digo. Y me mira alucinado y me dice: "Joder, tú con las botas de caña alta y una porra". Lo ha dicho sin pensar. Luego se ha puesto a tartamudear y le ha dado la risa tonta. Vamos a hablar de otra cosa que así no puedo trabajar, me ha dicho. Creo que ha tenido una imagen clara de mi. Joder, pero me temo que no llevaba vaqueros. Yo me he hecho la boba, como si no hubiese escuchado nada. No, si encima tendré la culpa yo de lo que tú imagines. Yo, haciendo amigos. Nota mental: no hablar de botas delante de Javier.

Pd: Si van a vuestras casas a intentar que contrateis un seguro, recordad que sonreir es gratis, y el que va currando lo agradece. Sobre todo si vivis en Aldaia o Alaquas, que es mi área de acción, ya, ya, lo dudo. Pero por si acaso.
Pd2: Si son muy pesados podeis cerrarles la puerta en las narices, juas. A mi ya me lo han hecho.

Stiff Little Fingers – Rough Trade
Money made - AC/DC

lunes, 21 de enero de 2013

Conversación con un muro

Mantengo la misma puta conversación. Ya he perdido la cuenta. ¿Cuántas veces se puede decir lo mismo hasta que cobra significado para un muro? Me siento como si despertara una y otra vez y siempre fuese el día de la marmota, sólo que aquí nada mejora. A veces parezco cruel. No es eso. Intento ser clara, para ver si de una vez aclaro todo. Pero nunca funciona, nunca, nunca...

¿Cuánto tiempo vamos a seguir así? No puedo más, estoy triste, cada día es todo más difícil. ¿Tú eres feliz?
Muro: Claro que no lo soy. ¿Quién podría serlo así? 
¿Entonces? Si no eres feliz, y yo tampoco lo soy...
Muro: ¿Y qué quieres que hagamos? No se puede hacer nada.
Sí se puede hacer. No estar juntos, eso se puede hacer.
Muro: Es que no lo intentas. No quieres intentarlo.
Yo ya lo intenté, ¿recuerdas? Lo intenté sola. Luché sola por esto. Dos años diciéndote que no era feliz, que esto no iba bien, que no había futuro si seguiamos así. Y tú contestabas que eramos muy felices, y que ya quisieran muchas. Te dije que no me tratases así. Y luché sola.
Muro: Ya, pero eso es pasado. Ahora no lo intentas.
Intenté quererte cuando sabía que ya todo había acabado. Lo intenté. Intenté seguir igual. Pero había despertado.
Muro: No lo intentas. Hay que tener metas, hay que querer ser feliz.
Busquemos metas, pero fuera de aquí. Yo quiero ser feliz. Contigo no lo soy. Estoy mejor si no estás, soy mejor persona, mejor madre. No soy yo si tú estás.
Muro: Pero el problema eres tú. Yo no he cambiado. Tú sí.
Claro que he cambiado. Esa no era yo. ¿Crees que la relación era equitativa? Tú decidías, yo asentía. No quiero. No era justo.
Muro: Porque querías, yo no te obligué.
Cierto. La decisión de aguantar fue mia. Pero ya no quiero. No.
Muro: Podemos ser felices. Podemos tener lo que teniamos antes.
Y entonces escucho mi voz que dice: "prefiero estar muerta". Juraría que no he hablado, que no he movido los labios, pero esa era mi voz. Y nunca he sido más sincera. Lo he dicho en voz alta, porque él me mira incrédulo.
Muro: ¿Y qué quieres hacer?
No estar contigo. Somos jóvenes, quiero intentar ser feliz. ¿Tú no quieres?
Muro: Claro, por eso lo intento. Podemos ser felices.
No, no podemos. No quiero estar contigo. No quiero ser eso que ni opina ni decide. No quiero ser esa extraña asustada que pide permiso hasta para moverse. No quiero, ya no.
Muro: NO lo intentas.
Hay cosas que se rompen. Yo sabía que esto estaba muerto, pero no lo vi claro hasta el día que mirándome a los ojos me dijiste que quién me iba a querer a mi.
Muro: Es sólo que no quieres intentarlo. Podemos ser felices. ¿Crees que lo hago por ti? Lo hago por la familia. Mujeres hay millones.
¿Crees que ellas no se dan cuenta? Esto es insano. Y sí, hay millones.
Muro: Es que no quieres luchar, no lo intentas. Yo lo intento.
No, no quiero luchar. No, no lo intento. No quiero. Y no lo intentas. Sólo lo dices. Sigues igual. Igual. Igual.
Muro: Dame una razón para separarnos.
No quiero estar contigo, no te quiero.
Muro: eso no es una razón.

Sale del comedor, se va a su habitación, dice que se marcha. Recoge sus cosas, sale. A los diez minutos vuelve a entrar al piso y se acuesta. 
Fundido a negro, mi vida se funde a negro.
El puto final que nunca llega.


 The wall - Pink Floid (live)
Tracy Chapman – Behind The Wall

martes, 15 de enero de 2013

Estado de afelicidad





Tolero la tristeza. Estoy acostumbrada a su presencia. Estoy empezando a amar sinceramente la poca soledad que tengo. Aguanto ser montaña rusa, la ciclotimia, tener bajones, saberme hundida y triste.
Prefiero la felicidad, claro. La sensación de imbatibilidad, de poder matar a todos los monstruos... Es lo mejor. Todo el mundo debería sentirla de vez en cuando.
Lo que no soporto es este estado constante de afelicidad. Ya, ya, no existe. Pues sí, qué coño. Esto es afelicidad, estoy segura. Me mata el puto standby, tener mi vida en suspenso, sabiendo que no soy feliz, que no avanzo ni un maldito paso.
Hoy me he levantado vencida. En ese leve instante en que el sueño aun no me había abandonado del todo, ese que siempre me ayuda a resolver problemas, porque es cuando todo es más claro,... en ese puto maldito instante lo he visto. Me sé perdedora. Sé que no venceré. Seguramente es imposible salir ilesa. Presentaré batalla, qué coño. Pero no podré con esto. Nunca saldré de la puta caja.
Yo que creí que tras años de guerra psicológica ya estaba de vuelta de todo, hoy me doy cuenta que me lleva años de ventaja. Ahí, en el fondo de mi mente está Nuria vencida, perdedora, sometida, arrinconada.
Lo malo de luchar contra un puto muro es que siempre es más duro que tú,aguanta mejor las heladas, nada le perturba. Lo malo de luchar contra alguien que tiene horchata en lugar de sangre, es que nada le afecta.
Dime que te mueres. No te creo. Dime que sufren por mi culpa. No te creo. Dime que le dará otro ataque por mi. No te creo.
Pero Nuria, esa que vive asustada en mi mente, esa sí te cree.



Nirvana – Something In The Way


Cinco de la mañana. Me he dormido a las dos y diez. Algo ha chirriado dentro de mi cerebro. Las ruedas dentadas se han atascado. Es un pensamiento, se mete en mi cabeza, obsesivo, y se queda atrapado entre los engranajes. Lo imagino atascado entre dos ruedecillas, sin avanzar ni retroceder. Intento tirar de él, extraerlo, liberar el mecanismo, conseguir que todo vuelva a funcionar como debería. Pero es inútil, no hay forma de sacarlo. Se deshilacha, se desvirtua, ya no es el mismo. Pero sigue ahí, entorpeciendo, no dejándome ni siquiera pensar. Menos dormir.
El puto chirrido, el sonido estridente. El maldito insomnio. Pensar, pensar, pensar. Dar vueltas, más vueltas, no dejar escapar lo que me martiriza.
El puto insomnio, mi mente obsesiva. Nada funciona como debería.


Así que veo aterrada cómo vuelven fantasmas que creí alejados, cómo salen de debajo de los armarios mis monstruos de siempre. Vuelvo a tener impulsos que hace años creí muertos. Vuelven los putos pensamientos grises, esos que empiezan como una pequeña neblina y acaban en tempestades.
Sí, hoy estoy vencida. Mañana ya me levanto. Mañana me seco las putas lágrimas que no quieren salir y empiezo la batalla.

Joaquin Sabina – Cerrado Por Derribo


viernes, 11 de enero de 2013

Ducha



Hace frio intenso, llueve. Hay nubes atrapadas en mi patio, como cada mañana. No quieren marcharse, les gusta mi compañía. Vivir en un valle tiene algo de magia que no deja de sorprenderme.
La vida aun se despereza, llena de lluvia y oscuridad.
Me desnudo, tranquila por una vez. Abro el grifo, y se escucha algo parecido a una explosión en el calentador al encenderse. Imagino las llamas creciendo de repente. Pongo los dedos bajo el agua, dejando que escurra, esperando que salga caliente. De repente vapor de agua, calor al fin. Entro en la ducha, el contacto de los pies con la superficie helada me da un escalofrío. Dejo que el agua me recorra, que el calor me devuelva al mundo. El pelo escurre en la espalda, en los hombros, agua haciendo carreras alrededor de mi ombligo, cayendo en cascada por el acantilado de mis nalgas.
Champú, aroma a cítricos, espuma, gel en la mano, recorriendo mi cuerpo. No me gustan las esponjas, prefiero mis dedos. Me enjabono, vuelvo a abrir el grifo cuando el frío ya empezaba a empañarme por dentro.
Me quedo un rato disfrutando del contacto cálido. Saco un pie, toalla en el pelo, la piel brillante, húmeda, humeante al contacto con el aire frío. Toalla, suave, olor a suavizante. Me seco despacio, disfrutando del tacto. Crema resbalando entre mis dedos, por mis piernas, en cada pecho. Masaje tranquilo, pequeños círculos, espirales, me encanta el tacto suave, un poco pringoso. El espejo aun no me devuelve mi imagen desnuda, empañado, se niega a mirarme a los ojos.
Ropa interior negra, contrastando con mi piel pálida. Lunares brillantes me observan divertidos. Salgo del baño sin acabar de vestirme, para disfrutar la sensación de que afuera haga frio, pero mi piel aun no lo note, desprendiendo calor todavía. Me visto, regreso a la vida, a la realidad.
Me gusta ducharme tranquila, para variar.
Hace frio intenso, llueve. Hay nubes atrapadas en mi patio, como cada mañana. No quieren marcharse, les gusta mi compañía. Vivir en un valle tiene algo de magia que no deja de sorprenderme.
La vida aun se despereza, llena de lluvia y oscuridad.
Me desnudo, tranquila por una vez. Abro el grifo el agua sale tibia, me meto en la ducha, esperando que me saque el frío del cuerpo. Un grado bajo cero. Cuando el agua empieza a caer por la espalda... ¡¡coño!! helada, helada, helada. Estoy mojada, si salgo me congelaré. Ir hasta el calentador, ni de coña.
Bueno Nuria, ánimo, total, antes te duchabas siempre con agua fría, tú puedes. Joder, joder, joder, qué fría. Siento cómo se me congela el cerebro. ¡Ah! ¡¡qué dentera!! Venga Nuria, enjabónate rápido. Apago el grifo, la pierna derecha ya no la siento. Tiene un color extraño. Joder, sin el agua hace casi más frío, la enciendo. ¡Nooooooooooooooo, hacía menos frío! Me enjuago, rápido, rá, rá, rápido. Me castañetean los dientes, me tiembla la barbilla. El agua por la espalda es una tortura. Pero coño, ¡cómo podía ducharme antes con agua fría?
Mi piel es violacea, y los pezones creo que son de algún material de una dureza aun desconocida. Coño, Nuria, igual te contratan para cortar cristales o algo. De esta encuentro una salida laboral. ¡¡Estoy desvariando!! ¡Y estoy hablando conmigo misma en voz alta!
Se abre la puerta. ¡NOOOOOOOOOOOO! ¡Cierra la puerta! "Mami, quiero galletas"... Cógelas, están en el armario, pero antes... cierra la puerta!!!!!!!!!!. Cierra, se lo piensa, vuelve a abrir. So ein Mist! Verdammte Scheiße! ¿Qué dices mami? Naaaaaaaaaaaaaada, ¿estoy practicando alemán! No, seguro que es una palabrota. Me suena. Lo primero es vaya mie... bueno, esa palabra que no me dejas decir. Nota mental: nunca decir lo que significan las palabrotas en otro idioma delante de alguien con esa memoria. Que sí, pero cierra la puerta que me congeloooooooooooooooooo!!!!!!
Salgo y me seco lo más rápido que puedo. Me da el aire del calefactor y no noto nada. Creo que he perdido sensibilidad en la piel. Bueno, total, para lo que me sirve.
A la hora, más o menos, mis pies se descongelan.


Luego dicen que todas son iguales...

Tom Waits – Cold Water
Txarrena – Azulejo Frío 



martes, 8 de enero de 2013

¿Para siempre?

Retazos vienen y van. Recuerdos de una vida no vivida, o vivida a medias. He soñado tanto que no recuerdo dónde empieza el sueño y acaba la vida, o al revés, qué más da.
Imaginé tanto, soñé tanto, que viví una vida alternativa, no sé si mejor o peor, pero claramente distinta. En mi realidad alternativa mantengo conversaciones cojonudas, escucho buena música, soy yo siempre. Y está él, siempre está él. Tal vez a intervalos irregulares, tal vez. Pero siempre vuelve, porque él es mi lugar seguro. Y él no es él, supongo, porque de tanto soñarlo lo cree, y seguro que no se parece en nada mi él a él. O sí.
Deberías besar a tu primer amor, qué menos que eso. Así la historia no quedaría tan incabada, tan en suspenso. No pasarías una vida soñando con lo que no fue, no crearías un universo paralelo para él. Allí sí le besé, claro. Allí no fui esa niña asustada y tímida.
No recuerdas nada, dices. Lo has olvidado todo. Cualquiera te hubiese interesado. Incluso yo, dice Nuria la cabrona, esa que me machaca en cuanto me descuido.
Y ser nada para quien lo fue todo, para quien sigue siendo tanto jode infinito.
No recuerdas nada, dices.
Yo recuerdo aquella noche, mientras mirábamos tumbados las estrellas. Mis dedos se perdieron en tu boca. Sólo eso. Lo recuerdo como uno de los momentos más sexuales de mi vida. Algo tan simple, sólo eso.
Pero no recuerdas nada, dices.
Y sin embargo... en un descuido me dices que te debo algo, porque hace más de 20 años mis dedos se enredaron con tu lengua. Y aprovechas para perder tus dedos en mi boca. ¿No decías  que no recordabas? Y me sonries con esa mirada que me ata, que me hace sentir hormigas correteando por la espalda. Más de 20, seguro. 22 por lo menos. Casi nada, no recuerdo casi nada, dices mientras la bola de metal juega con tus dientes.
Siempre será él, nunca será él. Uno no puede enamorarse a los 15 y que el sentimiento siga intacto 22 años después. O sí. No sé.
Pero le veo y mi mundo convulsiona, se retuerce, pierde el eje, y todo carece de sentido. Y dado vuelta, como un calcetín, veo las costuras de mi mundo, la verdad, el interior.
Tal vez sí.
Uno debería besar a su primer amor, qué mínimo.
Luego te quedas una puta vida entera pensando a qué sabrán esos labios, cómo será que las lenguas se besen, se rocen, bailen, se retuerzan y follen. Porque hay besos que son más sexo que el propio sexo, e intuyo que los nuestos serían de esos.
Cómo sería perderse en su pecho, y que me abracen sus codos extraños y perfectos, esos que me he pasado la vida buscando de nuevo.
Deberías haberme besado. Qué menos.

Heroes Del Silencio – La Chispa Adecuada (Live)
Extremoduro – Tercer movimiento: Lo de dentro
Heroes Del Silencio – ...Y Para Siempre 

sábado, 5 de enero de 2013

Su nombre




Yacía dormida en el tronco hueco de un árbol, su pequeño cuerpo arropado por hojas, por flores. Balbuceó, se desperezó. No recordaba quién era. ¿Era? No recordaba nada, ni el pasado, ni su nombre, nada. Recordaba el tacto cálido del líquido, el sabor dulzón, el vaivén, flotando, acunada por el latido de un corazón. Después nada, un vacío inmenso.
Recordaba una voz transmitida por la columna vertebral, que le cantaba, le contaba cuentos. Pero nunca la nombraba. No tienes nombre, le solía decir, porque si te nombro y te desvaneces luego duele más, luego es insoportable. Recordaba cómo se llamaba la que sí tuvo nombre. Y todavía notaba el tono quebrado y áspero en su voz cuando pronunciaba esas 5 sencillas letras. No, tú no tendrás nombre. Cuando seas, cuando te vea real, respirando, entonces te llamaré. Entonces te contaré el secreto de cómo te llamaré, entonces sabrás cómo suena tu nombre en mi voz. Nadie te nombrará nunca con el mismo amor.
No recordaba nada más. Hacía frío en el hueco de aquel árbol, en la umbría de una montaña. Salió gateando, con las flores acariciándole las rodillas, y sintió el aroma que desprendían. Flores y hierba recién cortada. A eso olía el tronco hueco de su árbol. Y entonces se preguntó a qué olería aquella voz, porque sólo conocía su olor por dentro. ¿Oleremos igual por fuera? ¿El aroma será el mismo? Algo le decía que no, intuía que no. Pero aun así creía que podría reconocer a aquella voz  por su aroma si alguna vez se cruzaba con ella.
Comenzó a caminar colina arriba, primero con pasos pequeños, titubeantes, después más decidida. Cuando llegó a lo alto de la pequeña colina vio a una anciana. Y se acercó para percibir su aroma. No soy yo la que buscas, le dijo la anciana, con la piel curtida por mil años de viento y tempestades. Su voz sonaba débil, un poco quejumbrosa. No, no era su voz, eso estaba claro. ¿Sabes a quién busco? Claro, llevo años esperándote, aguardando a que te decidieses a despertar. Te has hecho de rogar. Pero ella te estará esperando, lo sé. Sólo tienes que hallarla. Te esperó mucho tiempo al pie de esta colina, junto al árbol hueco. Pero no querías despertar, y todos perdieron la fe. Ella no, pero con palabras amables se la llevaron. Creo que la tomaron por loca. Ve a buscarla, tienes que confirmarle que tenía razón, rescatarla. Besó a la anciana y se alejó. Corría colina abajo, dirigiéndose a un pequeño riachuelo que divisó desde lo alto.
A la orilla del riachuelo había sentado un hombre. Ella sabía que la voz que buscaba no era la suya, pero aun así quiso escuchar la que escondía aquella espalda ancha, un poco curvada por el trabajo. Quiso percibir su aroma. Se acercó, y le dijo “sé que tú no eres quién busco. ¿Me conoces? ¿Sabes algo de mi?”. No, no sé nada de ti, sólo que ella te esperaba. Me dijo que estabas dormida, pero no la creí. Creí que tú también estabas muerta, como aquella pequeña que sí tenía nombre. No la creí, ¿cómo pude no creerla? Se la llevaron más allá de aquellas montañas. Aun la echo de menos. Cuando reía su risa lo inundaba todo, reía con todo su cuerpo, y la risa se transmitía al tuyo, y no podías evitar reir con ella. ¿Cómo pude no creerla?
Besó al hombre, que lloraba desconsolado, como sólo lloran las personas que no acostumbran a llorar, con una mezcla de tristeza y vergüenza.  Y su llanto iba llenando el riachuelo, ahora río caudaloso.
Se alejó con paso firme hacia las montañas. A lo lejos se veía un bosque. En los primeros árboles, apoyada en el tronco, había una mujer aun joven, que se peinaba los cabellos largos, de un castaño brillante. Cantaba canciones tristes con su voz desgarrada. ¿Sería ella la que buscaba? La voz era parecida, pero infinitamente más triste, más profunda. Se acercó asustada, impaciente. Al verla la mujer dejó de peinarse el cabello, y la miró con unos ojos verdes tan tristes que sintió ganas de llorar. Sabía que vendrías, le dijo. Nadie más nos creyó. A ella se la llevaron, diciendo que estaba desquiciada, que nunca despertarías, y por eso la tristeza lo había llenado todo. A mi me dejaron porque le prometí que te esperaría, para acompañarte, para cuidarte. Pataleé, grité, arañé, y hasta fingí que creía tu muerte. Al final me dieron por perdida y me dejaron aquí, peinándome los cabellos.
La abrazó, la tomó del brazo y empezó a caminar con ella. Ella estaba un poco aturdida, no sabía si debía negarse, pero no supo cómo. Así que caminó de su brazo, mientras ella iba destejiendo historias de aquella voz que le llegaba como en una caja de resonancia, amplificada, más grave seguramente. Contaba historias larguísimas, llenas de detalles intrascendentes, y ella descubrió que le gustaba perderse en la belleza auténtica de aquellos detalles.
Caminaron durante horas, o un par de minutos, no lo sabía con seguridad. Llegó la noche y se marchó, y no sentía cansancio, ni sed, ni hambre. El tiempo aquí es distinto, le dijo la mujer castaña. No se rige por las mismas normas que en cualquier otro lugar. Aquí hay días que duran un suspiro, y otros que son eternos. Como en cualquier sitio, supongo, solo que nosotros respetamos su duración real, ajenos al reloj.
Cuando se dio cuenta habían llegado al final del bosque. Ante ellas se presentaba una montaña altísima, inaccesible.
Apoyado en una roca encontraron al hombre. Era más joven que el primero, y su cara reflejaba hastío por el sufrimiento, por el dolor contenido. No pude acompañarla más allá. Pero me dejó esta cuerda. Está hecha de esperanza. Os ayudará a escalar la montaña si estais decididas a ello.
Cogieron la cuerda, bebieron agua de una pequeña fuente y continuaron el camino. Con aquella cuerda todo parecía más fácil, todo parecía posible. Cuando llegaron a la cumbre, les pareció que el esfuerzo no había sido tan insoportable como lo suponían, y que había valido la pena.
Descendieron con destreza, y al pie de la montaña encontraron una pequeña casa que irradiaba luz por las ventanas, y por la puerta entreabierta. Se acercaron y percibió un aroma, distinto por completo a aquel que recordaba, pero idéntico al mismo tiempo. En la puerta había una mujer. ¡Habeis venido! Se alegrará de veros. Estaba segura de que llegaríais. No atendió a nadie cuando le decían que no sabríais llegar. No entro porque no soporto su luz. En realidad casi nadie la soporta. Es demasiado bella, demasiado luminosa. Tanto que duele.
Entraron y aquella mujer bella, luminosa, las abrazó con lágrimas en los ojos. Y cuando habló, ella notó la voz recorriendo su columna vertebral, llegando a cada órgano, y la escuchó con todo su ser. Tanto amor, tanta dulzura no cabrían en ninguna letra. Hay historias que es mejor no encerrarlas, no encorsetarlas al verbalizarlas.



¿Y le dijo su nombre? Claro, claro que le dijo su nombre. Y era igual al mio.



miércoles, 2 de enero de 2013

Mirando al pasado


Hablo tanto del pasado que parece que me he instalado a vivir en él. No es eso, ni mucho menos. Intento mirar hacia el futuro, avanzar, aunque mis pasos son tan pequeños que parece que no me muevo.
Hace 20 años mantenía una lucha contra mi misma, a muerte. Era cruel y encarnizada, y tenía todas las de ganar, o perder, porque mi contrincante era yo. Sobre todo luchaba contra mi cuerpo.
Gané, vencí. Me costó pero volví del infierno. Y la vida no era rosa. Seguía subiendo y bajando, pero era una superviviente. Gané. Sobreviví. Hay guerras que nunca acaban, y lo recuerdo aun a veces, cuando la yo del espejo me sonríe con crueldad. Pero sobreviví.
Y entonces apareció él para salvarme de mi misma. Yo ya me había salvado, pero no supe verlo. Dejé que me hiciese creer que yo era el problema, que todo en mi estaba mal. Estaba mal ver que el mundo era un lugar cruel e inhóspito. Estaba mal estar triste a veces, estaba mal mi música, estaba mal cómo me vestía, como hablaba. Pero sobre todo estaba mal mi origen. Soy de un lugar pequeño, aunque casi nunca viví allí. Pero era mi lugar en el mundo. Allí la gente es un poco arisca, no se andan con pamplinas, ni gilipolleces. Y tienen un vocabulario peculiar, que algún estudioso ha recogido en varios libros.
Todo eso era terrible. No podía hablar como ellos, me tenía que molestar. Sólo podía ir 2 veces al año. Bajar del coche, comer, subir al coche, de vuelta a la puta civilización. ¿Pasear por la naturaleza? Ni de coña. Nunca, jamás, lo más cerca un jardín. Y yo, con mis fotos de flores, de árboles, de líquenes, con mis herbarios, con mis guías de campo y mi carrera de bota,... me autoconvencí de que odiaba todo aquello, me disfracé de urbanita, de todo lo que no era. Me convertí en alguien que la Nuria de antes hubiese odiado. No se me permitía ni un resquicio de tristeza, las costuras bien cosidas, que no se vea el interior horrible. Me mordía el interior de las mejillas, o me clavaba las uñas en las palmas, y contenía la tristeza, y sonreía.
Y me creí feliz.
Pero echaba tanto de menos todo... Mis recuerdos, esos terribles y vergonzosos, mis lugares, esos salvajes y poco valiosos.
Y un año volví, casi por accidente. Y me descubrí feliz sin él Poco a poco recorrí lugares, escuché de nuevo rock, saludé a mis amigos, hablé con gente. Y me dí cuenta que ese lugar que siempre había buscado, que me hiciese sentir yo, segura, feliz,... siempre había estado allí, en esos parajes de mi infancia.
Un día, él, mi primer amor, mi eterno él nunca mio, mi ombligo-almohada, que también se alejó de nuestro lugar durante años, me preguntó por qué había dejado de ir. Pensé que lo odiaba, le contesté. Me sonrió, mirándome con sus ojos azules y me dijo: "ilusa". Eso fui, eso exactamente. Una ilusa, una imbécil.
Así que ahora intento recuperar mis recuerdos, mirar atrás con orgullo, reivindicar mi yo, reencontrarme. Por eso miro atrás, porque creo que es la única forma de poder seguir adelante.

Guiño a mi infancia. Y sí, soy de una aldea... ¿algún problema?