martes, 26 de marzo de 2013

Tercera!!



UN POEMA EN UN BILLETE.

Miraba absorta aquel billete. ¿Cuántos años habían pasado? Creía que mil. Demasiados. Seguro. “Cóbrate”, dijo el cliente. El color del billete la transportó a otro tiempo. “Este no vale”, dijo. “Venga, si es antiguo, y mira, lleva una poesía”, suplicó. Entonces recordó la poesía, la petición. ¿Por qué no aceptó?

Autor: NEODIMIO



Con este relato corto participé en el II Concurso de relatos cortos que organizan Marina, de “…En el umbral de la noche” y mi querido loquito Tomae de “Tarracoferma”. Pensé, superpositiva como siempre, que sólo esperaba conseguir al menos algún voto. Me daba terror quedar como España en Eurovisión con Remedios Amaya. 

 Pero la cosa ha ido sorprendentemente bien, y he ganado el tercer premio. 
 

Me encanta mi premio. De hecho hoy me he teñido del color de la pinypon que me representa. No lo vereis por aquello del anonimato, juas.

El primer premio ha sido para Mª Asunción Balonga, de “Qué difícil la vida sin ti”, y el segundo para… tachán, tachán (muero de orgullo) mi queridísima María de “El saco de mis pensamientos”.

Estoy que no me lo creo. Participar ha sido muy divertido, porque Marina y Tomae han trabajado muchisimo, y han hecho todo con un sentido del humor extraordinario. Estando Tomae por medio era esperable. Por cierto, su relato era increible. Kriptón fue el que más me gustó.

Bueno, eso, que gracias a los que me votaron y a los organizadores.

Me dedico una canción, jajjajaja



Cola para entrar en la entrega de premios





jueves, 21 de marzo de 2013

¿Cuánto dura un año?




Hace tiempo escribí sobre lo relativo que me parecía el tiempo, sobre cómo 6 meses podían parecer un instante o una eternidad. De lo que no hablé es de cómo algunas veces el tiempo parece largo y corto a la vez, fugaz y eterno. ¿Cuánto dura un año? Claro, claro, 365 días, 366 a lo sumo. Y una mierda. Un año puede ser una vida, una vida larga, vivida, sufrida y disfrutada. Un año puede ser corto, como el aleteo de una mariposa, como el movimiento de alas de una libélula, casi imperceptible por la velocidad.
Hace un año que tengo el blog. Bueno, más de un año, porque pensé que nadie se daría cuenta y no pensaba hacer nada especial. Pero en realidad un año como este merece al menos un post. Qué coño, merece más. Ha sido un año extraño, intenso.
Yo quería … no sé qué pretendía, la verdad. Estaba jodidamente triste, pero no podía estarlo. Así que hacía fotos. Fotos de cosas pequeñas, o de nubes para alejar la tristeza. Sólo quería publicarlas, como una especie de diario triste de fotos. Poco más. Me daba vergüenza escribir. No pensé que nadie me fuese a leer, menos a comentar. Pero empezasteis a llegar, algunos os quedasteis, yo empecé a visitar, con algunos me quedé.
Este año me han escrito una nana para que me duerma, en forma de post increíble, de una persona increíble. Encontré con quien escaparme a una isla desierta con forma de corazón para huir de la tristeza. Me dedicaron canciones. Me reencontré con Leño, con La Polla. Descubrí nuevos grupos, y hasta un violinista que versionea a Metallica como si el violín fuese el instrumento más rockero del mundo. Me guiaron, me centraron. Me pusieron marcas en la calzada, para que no me perdiese. Conseguí hablar de mi abuelo. Conté cuentos que sólo existían en la habitación de mi enana. Me di cuenta de que puedes reírte mucho de cosas que te dan arcadas, y que un cucurucho dedicado puede no dar asco, y sí hacerte llorar de la risa. Descubrí que no están reñidos los hábitos monacales con los posts sensuales. Que los abismos pueden ser bellos. Que muchos compartimos cabreos y reivindicaciones. Que hay gente buena de todas las profesiones. Recibí consejos laborales. Me perdí en desvanes y alambiques de belleza increíble. Descubrí que todos tenemos monstruos bajo la cama, agazapados esperando para mostrarse. Compartí pesadillas, y horas de insomnio. Los laberintos se llenaron de lamias, de sirenas. Descubrí que la poesía puede ser soez y bella. Me sumergí en mares habitados por otras almas igual de perdidas que la mia. Me reí y emocioné en territorios que no pertenecían a nadie, o tal vez eran un poco de todos. Los sacos se llenaron de pensamientos, de lluvia, de arcoíris, de impermeables contra la tristeza. 


Me atreví a escribir sobre cosas que antes casi no me atrevía ni a pensar. Lloré, despotriqué, fui consolada. Aguantasteis mis lloriqueos, mis quejas. Mi mundo se llenó de locos adorables que te regalan pendientes de hígado, o de otros que te roban un premio de la forma más tierna posible. Me he reido, y hasta (poco) he llorado de verdad. Me dedicaron cuentos, y descubrí que la bella durmiente se buscaba a ella misma.  Supe que se puede echar de menos a los techos, y que los juegos de palabras me encantan. Me regalaron frases perfectas, tan bien elegidas que emocionan. Me di cuenta de que la oscuridad puede ser tan bella que duele. Me dijeron te quiero, y quedó enredado en mi corazón, allí, cerca de los pezones.  Me reí con la aversión a los moños. El desayuno pasó a ser la comida más importante, y aprendí que los buscadores de manipuladores lanzan el lazo como nadie. Recibí mails de ánimo, buenos días, un beso, un abrazo (o un millón, como hoy), y cortos perfectos en el metro. Me regalaron un dibujo, pura adicción a esto, perfecto. Me regalaron mariposas y salamandras. Vi fotos increíbles, y caí en inocentadas. Leí prosa de un poeta. Alguien empezó a dibujar mi árbol. La flauta a veces suena, doy fe y suena muy bien. 
Alguien miró de frente mis entrañas, esas terribles, nauseabundas, y me hizo un regalo increible, me escribió algo que ya no esperaba, más bello de lo que pudiese imaginar, y me buscó un final feliz.
Un bebé se rie una media de 200 veces al día. Los adultos una media de 15 (algunos ni se acercan a esa cifra). Yo he conseguido reirme más de 200 con una llamada de teléfono, de las cosas más absurdas y vergonzosas. Y no pareció molestar mi risa. 
Compartí momentos rotos, pequeñas alegrías.


Volví a conducir. Me perdí, y me encontré. Volví a escuchar mi música. Empecé a amar a la lluvia. Os hablé de mis trabajos, de mi despido, de mis tristezas, de mis mariposas y mis arañas. No me explico cómo seguís ahí.
He tenido apoyo incondicional. Os escucho atentamente. Y cada 2 ó 3 posts, cuando me arranco la piel y me expongo demasiado, pienso en cerrar el blog. Pero qué coño, aquí con vosotros se está tan bien…
Perdón por el rollo.
Y gracias.

Agradecido [Directo] by Rosendo on Grooveshark

domingo, 17 de marzo de 2013

Instantes


Hoy he tenido un día sencillamente cojonudo. A veces la felicidad está en pequeños instantes, que perdemos, que no sabemos apreciar mientras nos empeñamos en buscar la gran felicidad, esa que ni siquiera sabemos si existe. No advertimos la belleza de los momentos sencillos. 
Hoy he ido con mi hija mayor a ver la mascletà. Y ha sido genial verla con ella agarrada a mis piernas. Luego a comer juntas, ella elige. Después callejear, ir encontrando fallas por el camino, como enormes regalos sorpresa a la vuelta de cada esquina. Pegasos que extienden sus alas, magia.

 

Olor a buñuelos. No están como los de la iaia (abuela), dice V. Nunca lo están, es cierto. Una vez has probado sus buñuelos estás perdido, el resto nunca están igual.
Y pasear por un parque enorme, lleno de árboles invadidos por una especie no autóctona. Yo preocupada, V encantada con los vivos colores de los enormes pájaros. Yo juraría que son loros cabeza roja. Ay.




La ciudad huele a pólvora, a buñuelos, a churros, pero también a azahar. Pasear por debajo de los naranjos estos días es casi mejor que las fallas.
Y finalmente encontrar tesoros, corazones en árboles, en piedras, semillas que se creen almejas entre los árboles.


Hoy es imposible no sucumbir a la felicidad del paseo.
Hace unos días me di cuenta de algo que me ha golpeado de una forma inesperada. Una tontería, eso sí, pero me ha traido tristeza. Estaba viendo fotos con V, de cuando era un bebé. ¿No estabas nunca conmigo? Esa pregunta inocente, sencilla me ha hundido en los infiernos estos días. Cuando ella era un bebé yo no trabajaba, y estaba siempre con ella. Además era tan feliz de tenerla, disfrutaba tanto con ella, que sólo la dejaba para ir a clases de alemán, 2 veces por semana, un par de horas. Pero claro, a esa edad el cerebro está demasiado ocupado aprendiendo como para entretenerse en crear recuerdos, y para ella los recuerdos son las fotos, y las cosas que le cuento. Yo era quien hacía las fotos. Por el mismo motivo parece que nunca fui de vacaciones. Así que tengo con ellas muy pocas fotos, algunas que nos hizo mi hermana, poco más.


Yo atesoro las pocas fotos que tengo con mi abuelo. Conozco el valor de la imagen a largo plazo, cuando los recuerdos se empiezan a volver difusos, cuando son más historias contadas mil veces por otros que verdaderos recuerdos.
Hoy nos hemos hecho fotos juntas. Tengo que cogerle el punto a las autofotos. Pero mejor desenfocada que inexistente.
Hoy me he dedicado a disfrutar, a crear nuevos recuerdos. Hoy he sido feliz. Qué coño, hoy he sido inmensamente feliz.

Pictures of you - The Cure

Instantes - El Hombre Viento
Mascletà sin petardos - Sinfonía de Caballer

miércoles, 13 de marzo de 2013

Cobarde de mierda

Soy una floja de espíritu. No, no espero palmaditas en la espalda ni ánimos. No escribo por eso. Constato un hecho. Poco más.
Me da tanto terror fracasar que a veces ni lo intento. Y eso es un fracaso en si mismo, pero a mi puto subconsciente le parece menos doloroso el fracaso por abandono. Es como si dijese "no, Nuria, no eres inútil, es sólo que no te has puesto a ello". Le miento a mi mente, me miento. Soy una zorra mentirosa.
Me dan un ultimátum. O vendes más o a la puta calle.  Y aquí estoy, sin salir del coche para intentarlo, porque me veo incapaz. Puta farsante, fingiendo ser fuerte y mueres por abandono. Las cosas que emprendo mueren porque no las emprendo. Y en el fondo quisiera que me despidiesen, para no tener que tocar a más puertas. Puta desagradecida, con la gente que hay sin trabajo... Y tus metas? Quieres seguir en ese puto hoyo para siempre? Quieres seguir sin posibilidades de existir por ti misma? No, no, mil veces no. Pero por más que lo diga, por más que lo niegue, en este maldito instante Nuria se niega a intentarlo, y no quiere salir del coche.
Mueve el culo y a intentarlo.
Una mierda. No hay forma. Esta imbécil se ha rendido.
Fin. Así acaba, supongo, la crónica de un despido anunciado.

Tres puertas - Extrechinato y tú (así anda mi cabeza, en el caos total)

martes, 12 de marzo de 2013

Mascletà



Lo que más me gusta de las Fallas es la mascletà. Muchos valencianos acabamos odiando las Fallas, viendo sólo los inconvenientes. Yo me he vuelto quisquillosa desde que tengo a las enanas, y lo de que las despierten con petardos o fuegos artificiales... Si trabajas cortan calles y es un infierno. Pero a casi todos nos sigue gustando la mascletà.
Es una de esas cosas que o amas u odias. No creo que haya posibilidad de término medio. Y si explicas lo que es casi nadie entenderá nada, ni por qué nos gusta, ni lo brutal que es. Pero la primera vez que ves una entiendes todo.
Una buena mascletà tiene ritmo, es como música. Va aumentando el ritmo, la intensidad. Todo huele a pólvora, y el sonido te envuelve. No, qué coño, te llena, te inunda, te posee. El corazón empieza a latir al ritmo del estruendo, y te da la impresión de que el pecho te va a estallar. Los tímpanos enloquecen y parece que vayas a morir. Por un breve instante piensas que te va a dar algo, que la emoción, el ruido enloquecido, el sonido rebotando en las paredes de los edificios y otra vez de vuelta,... crees que no lo soportarás. Y al final, al final, al final,... Vale, aquí seguro que la mayor parte no me darían la razón, pero esto es una opinión, por lo tanto es algo subjetivo.
La respiración se acelera, el corazón enloquece, tu cuerpo vibra, retumba, convirtiéndote en una especie de caja de resonancia enorme y viva, un cosquilleo empieza en las piernas y al final estalla. Es lo más parecido a un orgasmo que se me ocurre.
Hace años trabajaba cerca de la plaza del ayuntamiento, y unas Fallas vi todas, todas y cada una de las mascletàs (vale, es mascletaes, pero nadie las llama así). Es un recuerdo genial.
Hala, y aquí acaba mi entrada cutre. Me apetecía compartir mi pasión con vosotros.

jueves, 7 de marzo de 2013

Wie du willst (como tú quieras)


Necesito refrescar el alemán. Casi un año desde que acabé, sin estudiar, y ya no recuerdo demasiado. Pienso en posibles (juas juas, doble juas) entrevistas de trabajo que lo exijan y tiemblo. Así que, últimamente escucho audiolibros en el coche camino del trabajo. Tengo un cd de un autor, Leonhard Thoma, que escribe libros para estudiantes de alemán. Es profesor universitario, alemán, pero vive desde hace mucho tiempo en España. Escribe relatos cortos, algunos muy chulos, raros, como a mi me gustan. Recuerdo uno de un hombre que sale a pasear y observa la escena idílica de una familia en una casa, y de repente los niños le llaman, y le tratan como si fuese el padre. Se va dando cuenta poco a poco de que esa vida de idílica no tiene demasiado. Al final mira por la ventana y ve a un hombre (él, o el verdadero padre tal vez, no nos pusimos de acuerdo después de una acalorada discusión en clase) observando la casa para luego alejarse con una sonrisa. Casi siempre escribe sobre relaciones, problemas de convivencia, gente que sueña otras vidas, o choques culturales entre alemanes y españoles.
Además de escribir cosas bastante interesantes, es un buen orador. En los audiolibros el que lee es él. Entonación perfecta, buena dicción, una voz que atrapa ...
Hay una historia que he escuchado 5 ó 6 veces entre ayer y hoy: Wie du willst. Habla de una pareja. Él es arquitecto, ella hace prácticas en su empresa. Empiezan a salir. Todo va bien, él con su rollito didáctico-paternalista, ella fascinada. Deciden hacer un viaje de 5 días a Andalucía. No les parece suficiente tiempo, deseosos como están de compartir cada minuto. En Berlín no conviven; salen, se divierten, y luego cada uno a su casa. Perfecto. El viaje es un desastre. Él ejerciendo de sabio, ella queriendo disfruutar del viaje. Él criticando todo, ella hasta los ovarios. Es un relato a 2 voces. No entiendo, nada ha cambiado, dice él. ¿Por qué es tan tocapelotas? dice ella. Vale, no dice eso, lo explica largo y tendido. Dudo incluso de que exista una palabra así en alemán. Der Besserwisser quizás, el sabelotodo, pero ni se acerca. No tiene las connotaciones exactas.
Hoy no lloriqueo, ni me quejo. Hoy lanzo un par de preguntas:
¿Es posible conocer a alguien de verdad sin convivir y verle con las legañas pegadas?
¿Es demasiado difícil aguantar que una no sea persona y quiera estar en silencio antes del café triple (hablo de la prota, eh... bueno, ella era un café sólo)?


martes, 5 de marzo de 2013

De hoja seca y piedra


Sigo tocando timbres, y mis hojas se siguen poblando de árboles desnudos, de arañas, de plantas que florecen ojos en lugar de flores (¿ojecen? juas), de soles negros, y al final gotean sangre en cada linea.
Todo se llena de dibujitos, y no, no los enseñaré porque el dibujo no se encuentra entre una de mis virtudes.
Otros días sueño que buceo y se llenan las hojas de medusas, de anémonas, de caracolas y halimedas (joder, cómo me gustan las halimedas). Pero no se pueblan de corazones, ni de cosas alegres. Mi corazón de hoja seca se resquebraja, se deshace. Mi corazón de piedra no suelda, no hay forma de transformarlo en aquel corazón de gominola que volvía a recomponerse apenas lo lamías. Ahora se me notan las grietas, se ven las fallas, los puntos en que empezó a resquebrajarse, las lineas de fisura.


¿En qué momento se volvió de piedra y dejó de creer?
¿Cuánto tardan en cristalizar minerales en las grietas que unan los pedazos?
Me gustaría ser de nuevo aquella ilusa que creía que con amor todo era posible.
¿Cuánto tardas en querer cambiar todo y que tú y yo sea un nosotros?
Yo quise mudarme. Soñé con una vida compartida, con coger las maletas y a las dos únicas razones que me ligan al mundo y marcharme. 300 y pico kilómetros no me parecieron muchos.
Soñé, creí en duos en la cocina y bailes sobre el colchón. Pensé que podría salir de aquí. Pero de aquí nunca se sale, y no hay un final feliz, no para mi.
No puedes tocar a un timbre y encontrar al hombre de tu vida. Ya no lo creo. Ya no creo en flechazos, ni en esa locura que me describes.
No me llames amor, que no te creo. No me conoces. No sabes lo odiosa que soy, lo poco querible que resulto.
Así que no. Mis hojas no se tiñen de rosa, ni de dibujos alegres. El amor no existe, no para mi. No es una opción. Ya no creo en príncipes, ni en alguien que me rescate. De esta si salgo será sola. Y así me quedaré.
Deja de llamarme cariño, coño. No me lo creo. No te conozco.




Corazón de mimbre - Marea
Black Hole Sun - Soungarden

viernes, 1 de marzo de 2013

El teléfono, realidad distorsionada


Cuando eramos pequeños jugábamos al teléfono, aquel juego absurdo en el que tú decías una frase al de al lado, y este al que tenía al lado y así hasta que quedaban amigos que quisiesen jugar. La frase al final no se parecía en nada a la original, y nos reiamos mucho. En el instituto un profesor muy peculiar nos hizo jugar al teléfono. Nos cabreó un poco. Joder, eramos adolescentes, lo de jugar al teléfono nos parecía una bobada, pueril. Pero entre risas nerviosas y cara de estar de vuelta de todo jugamos. Nuestro profesor quería enseñarnos la perversión del lenguaje cuando pasa de boca a boca, cómo se distorsiona la realidad cuando pasa por diversos medios. La frase llegó distorsionada, y nos hizo mucha gracia. Pero no la tiene. En realidad no tiene no puta gracia. Si no te informas de la fuente original, el mensaje llega adulterado, cambiado, algunas veces incluso con el sentido contrario al que tenía en origen.
Nosotros hablamos, tú cuentas algo a alguien, yo cuento algo a alguien, esas personas hablan y se cuentan. Y los mensajes se distorsionan, llegan difusos. No es culpa tuya. Al menos no más que mia. Yo también he contado. Mal, muy mal. Porque si fuesemos amigos, de los de verdad, no tendríamos necesidad de contarle nada a otras personas. Yo tengo amigos de los que nunca hablo, no tengo necesidad de contar lo que hablo con ellos. Es nuestro. Así que esto sólo demuestra el alcance real de la amistad. La nuestra no llega ni a la esquina. Así que yo rompo el círculo, la cadena. No hablo más, no hago llegar ni acepto que me lleguen mensajes distorsionados. Nunca llamo por teléfono. Nunca. Soy como mi esperanza. Siempre creo que molesto. Ahora, menos. Yo ya no juego. Estoy ya un poco mayor. El que quiera saber algo que pregunte, que acuda directamente a la fuente. Yo ya callo.
En la realidad el jueguecito duele y daña. No tiene ni puta gracia.