viernes, 13 de diciembre de 2013

Feliz Navidad (por si acaso)



Creo que ya os habeis dado cuenta de que me gusta la Navidad. Me gusta recordar a los que ya no están, más incluso de lo habitual. Me gusta ver a la familia, me gusta que la gente me sonría al desearme feliz Navidad. Y, qué coño, me gustan los villancicos. No, no esos que suenan chillones en los centros comerciales. Me gustan las versiones raras. Cuando tenía Facebook me pasaba todo diciembre colgando versiones rock o punk de villancicos. Y sobre todo me gusta cantarlos.

El otro día entraba yo canturreando un villancico a la carpa de la Navidad que hay en una plaza de Valencia. De repente un señor muy serio, trabajador de los grandes almacenes que montan la carpa, se puso a cantar conmigo. Eso. Eso es la Navidad.

Estos días, que ando a golpes con las preocupaciones y la tristeza, canto villancicos para mantener la sonrisa. A veces hasta bailo.

Hace un par de días un tuitero decía que odiaba los villancicos. Eso es porque no has visto mi versión punk del "White Christmas", contesté yo. Y como he perdido la vergüenza, y a diario canto villancicos en la calle cuando la gente no me hace caso en el trabajo... Pues le grabé un trozo y lo subí a Youtube. Ay, he perdido la cabeza. Algunos ya lo habeis visto. En breve supongo que lo borraré, pero os lo dejo para que os riais un rato, para que me conozcais un poco (y podais huir), y sobre todo para desearos feliz Navidad, que se acerca el cierre de mes en el trabajo, y (para variar) llevo el mes penoso tirando a patético, y no sé si tendré mucho tiempo para felicitaciones. Ay.





Se lo dedico a @Borja_killjoy, a ver si ahora sí le gustan los villancicos (o los odia más).

Con los escombros de sueños me construyo ilusiones

Pensaba escribir algo sobre alguien que he conocido hoy. Algo jodidamente triste, de esas cosas que son tan asquerosamente reales que te destrozan por dentro. Pero hoy no puedo con tanta tristeza, no me apetece.
Pensamos que tenemos toda la vida, que podremos hacer las cosas que deseamos y tal vez no nos atrevemos, que tendremos tiempo para decir te quiero, o para corregir los errores. Pero a veces no es tan sencillo.
Creemos que con borrar un par de putas palabras todo se olvida. Pero eso no hace que desaparezca el dolor, ni lo que se ha roto se vuelve a recomponer.
¿Has intentado arreglar un espejo que ha estallado en mil pedazos? No se puede, siempre faltará alguna esquirla, los trozos no unirán bien, se notarán los bordes por los que unen los pedazos.
Pero sigo caminando. Recojo mis trocitos y me recompongo, y soy como un puzle. Nunca seré un todo, una imagen entera. Pero me agacho, recojo las piezas y me las vuelvo a poner. Y sigo caminando a pesar de todo.
Me duermo llorando, y cuando me despierta mi hija pequeña, cantándome un villancico en valenciano con su eterna lengua de trapo, me río a carcajadas en la cara de la vida. Y no, no finjo ser feliz. En ese momento soy jodidamente feliz.
Porque yo con los escombros de los sueños destruidos construyo nuevas ilusiones.
Mi nuevo compañero de trabajo, un gilipollas prepotente que se cree irresistible, dice que su hija de tres años ya sabe que los Reyes Magos no existen, que son los papis y los yayos. Dice que tiene que ir acostumbrándose a la realidad. Yo creo que ya tendrán tiempo de ver lo puta que puede ser la realidad, ya habrá tiempo para que la vida hija de puta las golpee y se tengan que acostumbrar.
Yo quiero que mis hijas crean en dragones, en princesas (de las valientes que no esperan a ser rescatadas, eso sí), en hadas, en magia, en los Reyes magos. Quiero que crean y me esfuerzo. Así que recojo mi tristeza y adorno árboles, hago adornos, bolas de Navidad, canto villancicos, escondo regalos.
Cuando era pequeña mi abuelo la víspera de Reyes llenaba un cesto de esparto de paja para los camellos, y cuando anochecía mi tía hacía ruido de cascos en la calle, mientras nosotras, pensando que eran los Reyes que se acercaban nos acostábamos nerviosas, expectantes, emocionadas. Y al día siguiente observábamos felices cómo el cesto se había vaciado de paja y en su lugar había monedas y dulces. Y recuerdo la emoción de abrir los regalos, la felicidad al descubrir un nuevo libro, o la decepción al ver que nunca me traían el juego de química que cada año pedía. Y la magia. Recuerdo sobre todo la magia.
Porque la magia existía, como después de unos años, cuando echaba de menos las estrellas, y a él, sobre todo a él, y mi hermana me regaló un planetario de juguete. Apagábamos la luz, nos tumbábamos en la cama y mirábamos el techo estrellado, soñando que estábamos tumbadas en la carretera en nuestro lugar en el mundo, observando las estrellas. Se perdió en un traslado. Hoy moriría por un techo estrellado.
Yo intento mantener alejada a la realidad, construyo una muralla de cuentos que mantenga fuera a la vida cabrona, para que rían felices, creyendo que todo es posible. Así que creo magia, ilusiones, para que cuando pasen los años, y la vida se ponga hija de puta y duela, mis hijas tengan recuerdos mágicos que les sirvan de escudo, o de espada, o que abriguen en las noches tristes.
Dadme sueños rotos, despedazadme los mios que yo con los escombros construyo ilusiones. Y que se joda la vida.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

El héroe de lo diminuto



Estás destinado a salvarme, le digo en uno de esos arranques de sinceridad tan inoportunos que sufro. Con media sonrisa me contesta: "Sí, en plan superhéroe." Y sé que lo dice con ironía, restándose importancia. Pero, qué coño, la importancia que tiene ese instante para mi se la otorgo yo. Sí, en plan superhéroe. El héroe de barba. El superhéroe de lo cotidiano, de lo diminuto, de eso que (casi) nadie ve.
Últimamente me rodean, los veo casi a diario.

Como ese niño que cuando su padre se niega a dedicarme un minuto, de forma un poco desagradable, me mira a los ojos y frena en seco, obligando al ogro gruñón y malhumorado que tira de él a parar. "Hola, yo me llamo Carlos", dice sonriendo. Yo le sonrío y contesto: "Hola Carlos, yo soy Nuria. ¿Te enseño una cosa muy chula?". Y levanto mi boli. En el extremo tiene un corazón que se ilumina cuando lo golpeas (oh, metáfora perfecta, juas).


 El niño lo mira con los ojos de asombro con que sólo miran los niños, sonriendo con todo el cuerpo. Y yo le sonrío. El padre me mira, asustado por si aprovecho para intentar convencerlo ahora que está parado. Pero Carlos no es una excusa. No le sonrío para aprovecharme. Le sonrío porque sólo él es mejor persona que casi todos los adultos que conozco. Le sonrío porque es mi superhéroe de lo diminuto.

Como ese tío que apenas te conoce y te saluda, se sienta contigo en la puerta de un hospital para ver cómo estás y pierde su tiempo, ese que sí vale, en echarte una mano.
Y yo, inmersa en el enésimo ultimátum, acostumbrada a caminar por la cuerda floja sin esperar una mano, me agarro a la que me tiende y le escucho sonriendo. Porque, joder, me ha hecho feliz. Durante media hora he vuelto a creer en el ser humano. Y cuelga el teléfono, una llamada importante, como si yo fuese lo más importante.
Y es cierto en ese instante eso que me explica de que cuando te abres a una persona es como abrir una presa. Es todo o nada. Abierto o cerrado. Para él no hay medias tintas, y cuando habla contigo te sientes el centro. Hace sentir a la gente especial, importante. Supongo que ahí reside su superpoder. Y cómo se agradece. Mi propósito para el resto de mi vida es intentar ser así.

Tengo gatitos superhéroes que me acompañan noches enteras cuando no quiero mostrar el miedo, porque soy una adulta y los adultos no sentimos eso (juas, juas, juas). Pero él lo ve, y se queda, siempre se queda, y consigue que ría, por encima del miedo, del hastío, de la tristeza.

Tengo una gatita que se ovilla conmigo, superheroina que siempre sabe cómo me siento y nunca me juzga.

Tengo una superheroina que acude en su caballo de cartón, con su espada de madera, a pelear mi guerra como si fuera suya, porque la siente suya.

Tengo superhéroes desconocidos, que me ofrecen su ayuda, su mano o una palabra, un mail preguntando si estoy bien. Y, coño, a veces no estoy bien, y al recibirlos todo cambia.

Como ese que deja comentarios cortisimos, pero me deja uno largo para mostrarme su aprecio.

Como ese que me pone marcas en la calzada para que no me pierda, y yo me siento Dorothy siguiendo las baldosas amarillas que él me va colocando, segura de que llegaré a ver al mago.
O aquel que firma siempre como "soy el del árbol", en un gesto de una ternura infinita, como si yo no supiese quién es. Y me recuerda a una canción de REM (tú siempre dices tu nombre cuando dejas un mensaje en el contestador, como si yo no fuese a saber que eres tú).

At My Most Beautiful by REM on Grooveshark

Como ese abrazo en una estación de tren. O una llamada el día de mi cumpleaños. O esas películas y libros recomendados.

O ese "te quiero" por whatsapp, inesperado y certero. Aquí, justo aquí, a la izquierda de mi pecho, ahí acertaste.


O un dibujo hecho para mi.

O que alguien abra tuiter para leerme cuando casi he desaparecido, y me mande café, sonrisas, canciones de Bunbury y chuches.

Como quien encuentra una canción perfecta, montaña rusa como yo, sólo para mi.

Como quien me rescata a base de café y ofreciéndose a susurrarme cuentos al oido cuando tengo fiebre.

Como quien me da consejos de marketing para un blog desconocido y casi moribundo mientras me hace reir.

Como esos mails sólo para mandarme un abrazo, un besazo, o un "¿Cómo estás?". Sabes que te confiaría mi vida.


Como esos dibujos con un "te quiero mami", o los corazones pintados en las manos, o el amor escrito con servilletas en el suelo.

Cariño. Creo que a veces olvidamos lo que genera, lo importante que puede llegar a ser ese diminuto gesto. Como llamarme así, como nadie más me llama.
Llenais mi vida de actos superheróicos y creo que ni os dais cuenta. Abrís ventanas al cielo. Y, no sé, me apetecía decíroslo.

 Gracias, en serio.


 Alguien se tambalea by El Hombre Viento on Grooveshark

martes, 5 de noviembre de 2013

Quien bien te quiere... los cojones

Siempre tuve mucho carácter, siempre. Era muy tímida, me daba miedo todo el mundo, pero cuando me enfadaba... Y me enfadaba. Mucho.
Borde es la palabra que más he escuchado desde bien pequeñita. Borde y rara. Ay, es que Nuria tiene ese carácter. Ufff, borde, borde, más imposible.
Hace un año y pico una compañera de trabajo me preguntó por qué me definía como borde. No lo eres para nada, me dijo. Pues cuentaselo a mi padre, contesté. Claro, me dijo, te lo han dicho tanto que al final asumiste que lo eras.
Ojalá lo fuese. Os lo juro. Ojalá fuese aquella adolescente enfadada con el mundo, borde y contestona. En algún lugar del camino dejé de contestar, de demostrar cualquier sentimiento que no fuese agradable, a tragar hiel y masticar enfados para que fuese más fácil tragarlos. Perdí la capacidad de expresar opiniones en voz alta si diferían lo más mínimo. Me convertí en una sombra. Me dejé el carácter en el bolsillo del pantalón que ya nunca usaba, y no supe recuperarlo.
Cuando dije hasta aquí mi madre se puso de su parte. Claro, yo ahora era eso adorable, callado y sin opinión. Era eso que no se enfadaba y lloraba a solas, eso siempre "feliz". No fuiste persona hasta conocerle, ahora dejarás de serlo. Eso dijo mi madre. Yo, convencida de que si la persona que más me tenía que querer opinaba eso todos creerían lo mismo, lloré. Mucho. Y le dije que no nos vería más, ni a mi ni a las enanas. Ya, hice mal, pero sentía como si me hubiesen arrancado en corazón, sentí que él tenía razón, que nadie me podía querer. Ni mi madre, pensé.
Ya, ya, muy dramático. Pues no sé, a mi me jodió infinitamente que mi madre tomase partido. Todo esto, dijo, pasa porque te ha consentido demasiado. Jajajaja Toma! Eso va a ser. Consentida, que rima con sometida. Y ahora lo pienso y me da la risa triste. Entonces no. Ni eso. Mantenía el tipo y luego lloraba a solas, o con mi hermana, mientras ella se cabreaba y decía burradas para hacerme reir.
Mi madre es muy buena, me ayuda tanto que no sé cómo agradecérselo. Pero le sigue creyendo, allí, al fondo, todo esto es culpa mia, porque soy un desastre, no sé cocinar, y no he hecho nunca lo suficiente. A la más mínima se le escapa la mujer tradicional y machista y yo soy la culpable por no ser una mujer como debe ser, como Dios manda. Y le dan igual las evidencias. Ya puede mentirles en su propia cara, llorando, mientras ellos saben que miente. Ya puede ver los vasos con agua y nuestros nombres dentro, la madera quemada con un lazo rojo, mi foto boca abajo, las cruces con fotos en los cajones. Ya puede saber por otros (mi palabra no es muy fiable) los desastres y las deudas. La culpa es mia, por no ser una señora de bien, por no seguir asintiendo a todo. Calladita estás más guapa Nuri. Y si además sonríes mejor.
Mi padre es distinto. Se opuso. No quería ni oir hablar de nada. Pero empezó a observar, a hablar conmigo. Un día me dijo que esta era yo. Esta eres tú, no eso que no era capaz de conducir, ni de hacer nada sola. Yo no te eduqué para depender de alguien. Eres lista Nuria. ¿Qué coño te pasó? ¿Cómo has dejado que te haga así de pequeña?
Y ya no ha habido ni un resquicio. Quiere darle de hostias. Quiere que acabe ya con todo y me separe.
Mi madre no. Mi madre monopoliza el dolor. Supongo que es difícil esto para ella. Está asustada, se siente frustrada. Yo lo entiendo. Pero... ¿y yo?
¿Qué he hecho yo para merecer esto?, repetía un día una y otra vez. ¿Y yo?
Hace poco nos dijo que si hubiese sabido esto no nos hubiese tenido. Mi hermana y yo nos miramos y nos dio la risa, por lo absurdo, por lo cruel.
Hoy me ha dicho que sufriría menos si yo viviese a mil kilómetros. Juas. Ojalá. Ojalá pudiese coger a las enanas y huir. Pero, ¿dónde?
Me recuerda constantemente que le dije aquello horrible. Pero ella no cree haberme dicho nada malo, nada. Eso cree.
Llevo un par de semanas (quizás más) invadida por la tristeza. No recuerdo nada igual desde la adolescencia. Y yo, que escribo compulsivamente cuando estoy triste, no he podido apenas escribir. Me faltan ganas, y cada vez que me pongo empiezo a llorar y no puedo parar. Pero no puedo permitírmelo. Ya vendo poco sin tener cara de monstruo de ojos hinchados. Y no puedo ser esa madre. No puedo. No pueden vivir acostumbradas a verme llorar.
Y no. No cuento esto por dar pena, o por llamar la atención, o por preocupar a nadie (aunque eso ya lo he hecho, disculpa j., y gracias por aguantar el tirón). Ya ha acudido parte del séptimo de caballería a ayudarme, porque encima todo lo de la demanda se retrasa. Estaba preparada para la parte difícil, para la lucha. No creía.que seguiría en el puto modo espera que me está matando. Gracias a que María está para asistirme y echarle broncas a mi abogada (y hacer el trabajo que ella no hace).
Escribo esto porque hoy he discutido con mi madre, y era esa maldita gota que le faltaba a mi puto vaso.
Y encima sigo sin ordenador, juas.
Pasará. Sonreiré. Reiré. Mírame vida hija de puta. Te estoy esperando. Pega aquí. Te espero.
¿Dónde acaba uno mismo y empieza a ser sólo una sombra (de lo que fue)?

miércoles, 23 de octubre de 2013

V y el dragón

Siento tener esto abandonado y lleno de pelusas, con los comentarios sin contestar (eso es lo que más me fastidia). Sigo sin ordenador, aunque ya he recuperado el router, juas. Con el móvil me está resultando difícil comentar, se borran y me desespero.
Grabé un cuento mientras lo inventaba para Valeria. Quería enviárselo a j., sé que le encantan. Como le ha gustado he decidido colgarlo.
La calidad es penosa, y es totalmente improvisado sobre la marcha. No es muy... pero me apetecía compartirlo. Sois mis niños, juas.

Valeria y el dragón

sábado, 12 de octubre de 2013

Explicación breve...

Sigo sin ordenador y mi móvil ha entrado en rebeldía. No me carga páginas, así que no puedo leer ni comentar. Es extraño porque las aplicaciones de correo y twitter funcionan bien. No es problema de cobertura. Es la tecnología, que se alía contra mi.
Mi karma sigue dándome de hostias (ahora se me ha roto el coche, juas, eso sí, me dio un ataque de risa en lugar de ponerme a llorar, fue como "¿Algo más?"), pero yo me pongo de pie, como uno de esos tentetieso. Me está sorprendiendo mi tolerancia a los golpes de suerte (jajaja). Venga vida hija de puta, lanza el siguiente derechazo, que en un ratito me tienes aquí de nuevo, rehecha y sonriéndote.
Vuestros comentarios me emocionaron tanto... Me hicisteis llorar, pero sonriendo. Sois geniales. Os contestaré uno a uno en cuanto la tecnología me lo permita. Algo genial he tenido que hacer para que seais tan increibles.
Vuestro cariño me ayuda a levantarme, de verdad.
He venido a mi lugar en el mundo y he conseguido hablar con el dueño de la casa. Es extraño porque casi nunca viene. Yo no había hablado con él. Le debemos mucho más dinero del que pensaba, pero me escuchó y me entendió. Fue genial. He pasado vergüenza, mucha, y me he puesto triste y nerviosa. Pero él me ha acabado diciendo que si le pago los gastos (luz, agua, etc) que debemos desde hace ¡dos años! el resto ya lo iremos arreglando. Dice que pagando gastos no tengo que irme inmediatamente, que necesitaré esto para lo que queda de proceso (juro que yo no lo mencioné) y que ya veremos cómo me va la vida y si al final tengo que dejar la casa o podemos renegociar condiciones.
Eso sí, dice, a ese menda no lo quiero volver a ver. Ya me tiene de darme largas hasta...
Al final por muy buen actor que seas se acaba despegando la máscara, se mueve y la gente lo nota. Espero.
Sigue siendo mucho dinero, pero puedo asumirlo aunque sea poco a poco.
¿Ves vida? Ya me he vuelto a poner de pie. Aquí te espero. ¿Qué golpe vas a usar ahora?
Pd: He salido a desayunar al patio y he descubierto que una gata y tres gatitos han adoptado mi casa como propia. No sé, me han hecho sonreir.

jueves, 10 de octubre de 2013

Cien euros compraban mi felicidad

Sigo sin ordenador. Me perdonais la entrada. Sé que no tengo de qué quejarme cuando hay gente pasando hambre. Pero duele. Duele del copón. Espero me disculpeis.

viernes, 4 de octubre de 2013

Cartas que nunca recuperaré, cartas que nunca olvidaré

Aviso: Esta entrada va a sonar a autobombo. No lo es. Lo que voy a enseñar dice mucho más de la persona que lo hizo que de mi.


No conservo apenas cartas de mi adolescencia, de cuando empezaba a vivir. Tampoco guardo mis diarios. Nunca entendí los celos por una vida que yo había tenido antes de conocerle. Pero fui tan estúpida que me deshice de todo, tire todo para evitar situaciones incómodas.


No guardo las cartas de mi primer novio, aquel que me escribía cartas cuando viajaba. Tenía 6 años más que yo, y su empeño fue subirme la autoestima. Quería que me quisiese, que fuese fuerte, que pudiese mantener la mirada. Creo que sólo consiguió que sea capaz de mantenerle la mirada a cualquiera, eso lo hago de puta madre. Lo otro... le quedó trabajo pendiente. O lo consiguió y luego la perdí.

No conservo las cartas de mis amigos que recibí aquel verano que pasé en Inglaterra. Había una que me habían escrito entre todos, en aquel primer verano lejos de ellos. Un párrafo de cada uno, todos, hasta los más duros. Recuerdo la felicidad que senti al recibir aquella carta, pero soy incapaz de recordar ni una frase, ni una puta frase.


No guardo las cartas de mi mejor amiga desde 3º de EGB hasta la universidad, la persona más tóxica que he conocido. Mi padre, la persona más tranquila que conozco, le pidió que no volviese cuando se metió con mis caderas y mi cuerpo delante de él. Yo estaba en una lucha difícil, delgada, casi tanto como ahora (no estoy tan delgada, pero había perdido peso de una forma insana), quizás más. Pero ella seguía con su crítica constante. Ahora que lo pienso, dejé a una persona hija de puta para unirme a otra. Muy lista no soy, no. Esas igual mejor no guardarlas.


No tengo las de uno de mis amigos. No tenía pareja cuando se fue a Ceuta a hacer la mili. Joder Nuri, no tengo a quien escribir. Escríbeme a mi, le dije yo. Se pasó la mili mandándome cartas llenas de dibujos, con chistes que me hacían reir a carcajadas. Mi padre las miraba receloso.


Hace un par de años encontré escondida en la casa de mis padres en el pueblo la caja de mis viejas Converse. Allí dentro había un pequeño diario, el primero que escribí, trolls, chupetes de plástico de mi vieja pulsera, entradas de discotecas, algunos mecheros (me encantan los mecheros, así que la gente me los regalaba, aunque nunca fumé), y un par de cartas. Una era de un chico que se despidió de mi con un "Te devolveré tu cinta de los Four non blondes cuando te odie menos". Cuando le veo no me saluda. Si voy con mi hermana saluda con un "Hola M (M es mi hermana)". Imagino que no recuperaré mi cinta. Da igual, me bajé el CD hace tiempo. La otra era de un amigo que conocí aquel verano en Inglaterra, alguien muy importante, a quien recuperé años después. Me hizo mucha ilusión encontrar esa carta justo en ese momento, justo en ese.



Un tuitero joven decía que nunca había recibido una carta. No sé, seré retro, pero a mi me encanta recibir cartas. Las puedes tocar, releer, son algo físico, con olor propio. Puedes acariciar recuerdos cuando ya sólo son eso. Son recuerdos importantes. Para mi lo son. Ahora las guardo con mimo. Aun hay gente que envía cartas. Me gusta ver la letra de las personas a las que quiero. La letra dice mucho de las personas. Ahora que lo pienso,... no sé cómo es tu letra. Imagino que nunca lo sabré. Moriría por saberlo.


Hace 5 años una amiga intuyó que estaba mal, supongo, y me hizo una carta preciosa. Recibí un sobre tamaño folio lleno de letras preciosas, humor y mucho amor. Algo muy bueno he tenido que hacer para que alguien se tomase el tiempo, el trabajo y la molestia de hacer algo así.


Últimamente los pequeños gestos de las personas que me rodean me rescatan. Ayer encontré esta carta. Y sí, me he vuelto a emocionar.


la carta (versión acústica) by Héroes del Silencio on Grooveshark My Friends by Red Hot Chili Peppers on Grooveshark

viernes, 27 de septiembre de 2013

Gente que cambia tu vida sin apenas darse cuenta



Llevo unos días raros. Están siendo duros pero a la vez están siendo extrañamente bellos.
Alguien a quien nunca he abrazado, ni mirado a los ojos viene a rescatarme sin pedir nada a cambio. Y de repente no importa que la justicia gratuita que solicité resultase ser de saldo, porque hay alguien capaz de hacer algo tan importante por mi, de salvarme. María, nunca sabré cómo agradecértelo lo suficiente. Así que decidme que lo que encuentras aquí no es real, que me río a carcajadas.


Llevo unos días también acojonada, sinceramente. El otro día vi a un vecino de mi barrio buscando en el contenedor de la puerta del supermercado. Tiene cuarenta y pocos. Sentada en la puerta estaba una niña de 5 ó 6 años, su hija. Son gente normal, los conozco de verlos transitar por los mismos lugares que yo recorro a diario. Nunca he hablado con él. Pero me dio una tristeza infinita ver los ojos de la niña, observando tranquila a su padre.

Hace unos meses vi a una mujer de unos 50 años, muy bien vestida, con un perro de raza sentado a su lado. Estaban sentados delante de un escaparate, en una tienda cara de mi ciudad. La mujer escondía la cabeza entre las rodillas, y sujetaba en la mano un vaso de café de plástico, mendigando unas monedas que para ella hasta hacía poco seguramente eran nada. Hace poco la vi, sentada en el mismo escaparate, un pañuelo a su lado mostraba las pulseras que estaba haciendo con alambre. Ya no escondía la cara. Adaptarse, supongo, todo es cuestión de adaptarse.


Hace unos días estaba trabajando cerca de un mercado de Valencia. Hace unos años lo rehabilitaron y lo poblaron de cafeterías de precios prohibitivos, donde van los estudiantes de una universidad privada cercana a tomar frappuccinos que cuestan 4,50. Las terrazas están llenas a diario. Me encanta ese mercado, pero desde que lo rehabilitaron (era ya imprescindible) se ha convertido en un lugar al que no me siento cómoda entrando. Todos pasan por mi lado sin verme. ¿Me regalas un minuto? pregunto a un hombre. No tengo, contesta taxativo. Búscate en el bolsillo del tiempo, seguro que tienes alguno que regalarme, le digo. Y me mira como si estuviese loca, viéndome de verdad por primera vez. Creo que antes ni existía en su mundo de prisas.


En una de las aceras se sentó un padre con su hijo. Sacó una caja, y una bolsa llena de papeles. El padre se afanaba doblando papelitos mientras el hijo se tomaba un zumo que le dio una mujer que pasaba con el carro de la compra. Vendían cosas hechas de papel para alimentarse. Me pareció desesperado y tierno. Me quedé un rato observádoles de lejos. El padre trataba con un cariño enorme al niño. Eran gente normal, lo juro, eran como nosotros. Y me dio vértigo y miedo. Pánico. Me vi haciendo ratoncitos. ¿Y quién coño iba a comprar mis ratoncitos de papel? Pánico.
Los nuevos pobres se sienten tan cercanos, tan parecidos,... Asusta. Mucho.

Y encima sigue mi mala racha en el trabajo. Y no, no es cosa de la crisis, soy yo. Soy jodidamente irregular. Tengo días gloriosos en los que convenzo a cualquiera. Tengo días penosos que no consigo ni que me vean. Últimamente me levanto con superpoderes, el de la invisibilidad en concreto, y la gente pasa por mi lado sin percatarse siquiera de que les digo buenos días.


Hace más de un año tuve una racha así. Trabajaba para otra ONG. Un día estaba derrotada, vencida por completo. Me senté en el borde de un macetero, la carpeta en las rodillas. Jeremías se acercó. Trabaja para otra ONG, es el mejor captador que he visto nunca. Había oido hablar de él. Se acercó y me preguntó qué tal me iba. No muy bien, contesté ahogando las lágrimas. Se sentó, habló conmigo, me dio consejos. Durante más o menos una hora se dedicó a rehacerme. Me regaló una pulsera que desde entonces usaba como talismán, de su ONG. La perdí hace poco. Trabajaba un par de días a la semana, me contó, y el resto del tiempo se dedicaba a vivir, a su música. Soy músico, me dijo. El Hombre Viento. Ya he colgado varias veces canciones de él. Sus letras son... Es como escuchar recitar poesía.

Marcó una diferencia, a partir de ese día remonté, me fue muy bien un par de meses seguidos. Convencía a cualquiera. Recordaba a menudo consejos que me había dado, frases concretas. Ojalá las recordase mejor.
Él ni siquiera me recuerda, fue una conversación más. Hoy me lo he cruzado en la calle, le he mirado a los ojos y no, no me recuerda. Da igual, a todos nos ha pasado eso, seguro. Conversaciones que no recordamos, palabras que no fueron nada, gestos sin importancia que marcaron para alguien la diferencia. Como las líneas en la calzada que te pone alguien, como un abrazo largo.

Cuando era pequeña regalé una de mis muñecas a una niña el día de Reyes. No lo recordaría, os lo juro. No fue nada importante. Su abuela dijo que no le había podido pedir nada a los Reyes y yo hice algo diminuto, sin importancia. Lo recuerdo porque cada vez que me encuentro a esa señora me abraza y me lo recuerda.
Gestos sin importancia que para alguien son importantes.


Hoy estaba desesperada, puta mala racha, y he hecho algo terrible. Me he parado en una calle llena de captadores para intentar que me parasen, para ver cómo lo hacían. Pero los captadores no me paran, debo tener pinta de pobre insolidaria, nunca me paran. Al final me he quedado de pie al lado de un grupo de chicos de la misma ONG que ese captador que fue importante. Son los mejores. Uno se ha acercado. No voy a colaborar, le he dicho. Pero él ha hecho todo lo posible para convencerme. Dan ganas de abrazarte, me ha dicho. Me ha hecho reir. Pero no puedo colaborar. Él insistía. Al final ha desistido, y se ha alejado entre frustrado y cabreado, pero disimulando con una broma. Lo peor es que no tendré tu teléfono, me ha dicho. A veces fingen que les interesas, imagino.

Me he quedado sentada en un banco, esperando a mi compañera. Y le veía ahí, le imaginaba preguntándose qué había hecho mal. Joder, no soy capaz de imaginarme cruel, así que le he escrito una nota explicándole que era captadora, que tenía una mala racha y necesitaba ver a alguien convencer, para ver si recuperaba la fe. Me disculpaba. Me he acercado y se la he dado justo cuando llegaba mi compañera. Me daba vergüenza explicárselo mirándole a los ojos. Soy una cobarde. Nos hemos alejado caminando, y de repente nos ha alcanzado corriendo. No te has despedido, me ha dicho. Me ha abrazado y me ha dicho al oido que todo puede cambiar. Y se ha alejado.
Joder. Nunca sabrá lo importante que ha sido hoy ese abrazo. Yo, que nunca abrazo a gente a la que no quiero, con mi pánico al contacto físico con desconocidos. Pero hoy lo necesitaba, sí. Nunca lo sabrá, pero hoy me ha rescatado.




miércoles, 25 de septiembre de 2013

Ya es luego

Sí, sí, sí, ya está la angustias otra vez. Se me fue la cabeza. Pueril, eso fui.
Ayer tuve un día de mierda, de esos que hacen historia, o no, un puto día más. Y me superó todo. Lo único que se me ocurrió fue cerrar los blogs. Pero coño, es de las pocas cosas que me hacen feliz en días como esos, así que no tiene sentido.
Dejo esto abierto, aunque seguramente en estado de semiabandono. Si veis pelusas os invito a pasar la mopa y el plumero. Necesito tiempo para buscar otro trabajo. No busco más que un trabajo de mierda para el que no tenga que poner dinero de mi bolsillo, uno en el que sepa cuánto voy a cobrar. Un sueldo pequeño pero constante arreglaría muchas cosas.
Y también necesito tiempo con mis enanas, que lo que se avecina va a ser duro.
Necesito centrarme en lo vital, en el camino.
Tenía casi escrito un post sobre los nuevos pobres, pero me da pánico publicarlo, pensarlo. Es demasiado triste.
Si no os cuido en condiciones es por lo mismo. Es lo que más me fastidia. No, me jode, así, sinceramente. Pero la vida real ataca, con meses penosos en el trabajo, abogadas inútiles (aunque tengo a mi séptimo de caballería particular solucionándolo, gracias María!!), familia harta,...
En cuanto todo se encauce os lleno de cariño y atenciones.

Igual no puedo soportarlo y os visito a todas horas. Dadme de hostias, por favor.

Siento el momentazo dramático. Gracias por preocuparos, por hacerme sonreir siempre, por intentar hacerme creer que soy una miope selectiva.







El estado de las cosas by Kortatu on Grooveshark

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Sal, gorrillas, vendedores absurdos





Hoy debería haberme cabreado, parecía inevitable. Setenta kilómetros para pedir un papel que se supone que me han mandado o no me han mandado. La realidad es que en los juzgados no tienen ni puta idea. Tendría que mirarlo a mano, papel a papel, me dice la funcionaria por teléfono. Viva la era de la informática. Sólo atienden de 10 a 12, por falta de personal. A las diez y veinte aun no han empezado. Pero...

Pero no me enfado, porque en el camino vivo una de esas experiencias extrañamente simples y felices. Voy conduciendo, escuchando a Héroes del Silencio, "El espíritu del vino" siempre me trae unos recuerdos entre felices y melancólicos. Así que voy conduciendo, y sí, me encanta conducir, al fin, escuchando una música cojonuda, y desconecto casi por completo. Sólo existe mi mente pensando gilipolleces, planeando viajes que me gustaría hacer, que sé que no haré, al menos no como a mi me gustaría. Y sí, me pongo jodidamente triste, pero a la vez una extraña paz me invade. Es eso, me encanta conducir así, invadida por la música, libre para soñar.

Además he obtenido una extraña victoria en mi lucha particular.
Mientras él llena la casa de piedras extrañas, me hace amarres que no me amarrarán, e invade los cajones con papeles, con fotos de las enanas con cruces, yo empiezo a estar hasta las narices. No creo en esas cosas, pero a la vez me fastidia y me da bastante mal rollo. 
Tengo un bote de sal gruesa en la ducha, para mezclar con aceite y exfoliarme. Prefiero la sal al azúcar. Y de repente descubro que siente pánico por ese bote. La sal le aterra, debe pensar que me ha dado por combatir la gilipollez con más gilipollez. Que lo piense. A ver si así se deja de piedras y cruces.

Y luego la puta calle. Trabajar en calle tiene algo extraño. Si te gusta observar, puedes ver los engranajes de un submundo que casi nadie parece ver. Y cuando superas la nausea tiene algo de bello.
Gorrillas peleándose a gritos.
Una señora que vende rosarios a 15 euros. Madera de olivo de Jerusalén, dice, joder, a ese precio puede ser del huerto de los olivos bíblico. Se pone en la puerta de un hospital y dice que son para proteger la salud. Marketing puro y duro.
El vendedor de cupones que me gruñe cada vez que considera que me meto en su parcela de venta. A este no lo conozco demasiado. Al que vende por las mañanas le regalo cajas de papel que él conserva meses, y me saluda con una mano en el corazón mientras me manda besos.
El que recoge las colillas, en su eterno vaivén por la acera.
Gente aparentemente normal que pasea sin rumbo, que transitan una y otra vez la misma acera, buscando tal vez su destino.
Gente con prisas, cadáveres que aun no saben que lo son, que murieron hace tiempo víctimas del tiempo.
La competencia, los nuevos feroces; los antiguos ya nos conocemos, sabemos que mañana podemos estar del mismo lado. Nos saludamos, nos quejamos, nos despedimos cordiales, deseándonos una suerte que casi nunca llega.
Gente que llora.
La mujer de luto. Grita al teléfono al psiquiatra de su hija. Se tiró por el balcón, mientras ella trataba de sujetarla en el último instante. No pudo con su peso y la vio caer, y de repente no se me ocurre nada peor en el mundo. Su hermana trata de acallarla, pero es imposible, el dolor se le escapa por la garganta. Nunca se recuperará, y lo peor es que ella lo sabe.
El médico chiflado más cuerdo que he conocido, que me da consejos para encontrar otro trabajo. Ya te has rendido, me dice, lo veo en tus ojos. Sí, es la puta desesperanza. A veces debería rendirme antes. Hay batallas que nunca ganaré. Viajes que no haré(mos).
La de no sé que iglesia que me dio por imposible, ahora que he perdido la fe en casi todo, y simplemente me saluda con una sonrisa. Creo que no está acostumbrada a que sean amables con ella.
Los que dicen no con la mano levantada, la palma hacia ti, en el gesto más demoledor que existe en este trabajo. Yo hoy estoy harta. Esta puta mala racha no acaba, y en agosto tuve que poner dinero para conservar el trabajo. Muchos gastos, pocas ventas. Esa mano, digo mirándolo fijamente, y me mira con ojos de odio y vergüenza. No estamos acostumbrados a cierto nivel de sinceridad. Un amigo dice que lo único que hago es ser sincera con lo que siento más allá de los límites socialmente aceptados. Tal vez. Yo creo que soy kamikaze. Poco más. Camino por la autopista de la vida en sentido contrario.

Uno de los gorrillas se ha acercado y le ha comprado una cruz a la mujer. Joder. Alguien que pide en la calle tiene más poder adquisitivo que yo. ¿Cuánto ganará alguien que aparca coches y da bastante miedo? Sí, más que yo. Esto no te lo advierten cuando eliges facultad. A mi me iban a pillar de nuevo...

Tumbas De Sal (2012 - Remaster) by Héroes Del Silencio on Grooveshark Bendecida 2 by Heroes del Silencio on Grooveshark

domingo, 15 de septiembre de 2013

El vértigo


 Una buena noticia al fin. Y me dan ganas de saltar, y me tiemblan las rodillas. Llevo tanto tiempo esperando, tanto tiempo deseando este final que casi acaricio. Y no, no es el final, seguramente sólo es el principio, y si se empeña conseguirá alargar lo inevitable eternamente, supongo. Pero es extraño ver moverse tus pies al fin. Me imagino en una de esas pesadillas en las que tus pies se funden con el suelo y es imposible moverte ni un milímetro. Ahora mis pies se despegan lentamente del asfalto, que derretido aun trata de retenerme, adherido a la suela de mis zapatos, estirándose blando y oscuro. Pero me muevo y casi no me lo creo. Un pasito, un puto pasito más, pero es el que me acerca a la puerta. Y eso ya es mucho.
Una llamada inesperada, una cita, papeleo, el principio del fin.
Y ahora es cuando el pánico me invade, cuando las polillas se instalan en mi garganta y su aleteo me impide respirar. Ahora es cuando lo que vendrá empieza a aterrarme, cuando el miedo se hace tangible. Me mira con sus ojos verdes y me grita que no podré, que no seré capaz. Pero mira, miedo cabrón, imagen del espejo, tú no me conoces. Estoy aterrada, sí. Pero no cuentas con lo cabezota que soy. Yo a ti te pateo el culo. Yo a ti te venzo.
Y ahora es cuando me da por pensar que debería haber esperado a ser autosuficiente, a tener un trabajo más seguro. Pero sé que no podría haberlo soportado. Me conozco demasiado bien. Estaban llegando las mariposas negras, esas que me persiguen para desgarrar mi carne en las pesadillas. Cuando no quiero seguir escucho su aleteo. Si esto no acaba pronto lo inundarán todo, y no sabré cómo ahuyentarlas. En estos últimos meses la desolación, la desesperanza han invadido mi vida. Empiezo a ser otra, oscura y triste. Mi entereza se hacía trizas. Así que no, esperar no era una opción. Me lo repito para recordarlo, porque el vértigo a veces no me deja pensar.


Ahora me dejo de senderos y me centro en el camino. No hay elección. Los senderos se alejan. Y allí, a lo lejos, al final del camino, veo un agujero en el muro, un sitio por el que escapar.
Y sí, me gustaría tener un hombro que se pegase al mio y no me dejase caer, qué coño, a veces me siento muy sola. Pero no caeré. Ahora no. Ahora me juego demasiado. Ahora no.
Ahora que las hojas se empeñan en que llegue el otoño, que hasta las plantas artificiales pierden sus hojas, que encuentro señales en colgantes, plumas perfectas, ahora que ya no espero nada, que el amor me parece comida para gatos, mientras mi corazón lo devoran los perros, ahora que ya no creo en nada, ahora recibo esa llamada y no puedo dejar de sonreir. Y de temblar.
En mi cumpleaños me regalé una cerveza negra, y me prometí que la tomaría cuando todo acabe. Joder, qué ganas de tomarla. Joder, qué miedo a la resaca.
Ahora me dispongo a saltar al abismo. Sólo espero que mis alas recuerden cómo volar, que aun sostengan mi peso. Espero que la escarcha no las haya dañado demasiado. Sólo espero que mis alas remendadas me permitan alzar el vuelo. 






viernes, 6 de septiembre de 2013

Mis cuentos son basura



Hoy iba caminando, contándole a mi (todavía) cuñada cómo está todo. Es todo absurdo, mi vida es absurda, le decía. Y ella sonreía triste. No digas eso, absurda, absurda no será...
Y de repente he visto mi letra sobre la acera, tirada. Me he agachado a coger el papel, lo he observado y lo he metido al bolso. Ella me ha mirado. ¿Qué haces?, ha preguntado.
Absurdo, ¿no te lo he dicho? Eso era un cuento que le escribí a V., para dormirla. Cuando invento alguno y le gusta mucho después lo escribo, para recordarlo.
Y ella me mira, no entiende, y de repente cae en la cuenta. Será gilipollas... Y yo río, me da un ataque de risa, de lo absurdo que es todo, de la tristeza, de mi vida.
Que revuelva mis papeles cuando no estoy, que lea, que ponga programas espía en el ordenador, que intercepte el correo, ... Pero que tire un cuento, un puto cuento infantil que escribí para mi hija... Un cuento. Será malo. Será mediocre. Pero convertirlo en basura...
No sabes, pequeño imbécil cruel, gilipollas sin corazón, que mi blog me guarda los cuentos, a salvo de ti. A salvo de todo. Por si algún día quieren leerlos.

Mi cuento tirado.


Idiota by La Fuga on Grooveshark

Pd: No, no es un post para dar pena, ni para que me recordeis que estoy en esta situación porque aguanto, etc. Es para canalizar la rabia, para que la tristeza sea más tolerable, para ... Eso.
¿Cómo puede alguien no conocer en absoluto a alguien con quien ha compartido 20 años? ¿Cómo?
Mira, así me he decidido a ponerles etiqueta (Cuento), para tenerlos localizados, y contárselos cuando me de la gana.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Verano extraño

Aviso queridos amigos: Este es uno de esos post moñas y de puro relleno. He vuelto a la realidad, y del paraíso he traido muchas fotos. Seré esa amiga pesada que se empeña en joderos enseñándoos sus vacaciones. ¡¡Y además las comentaré!! Yo huiría. Allá vosotros.


  01- Ocupen su localidad - Hoy puede ser un gran día (Sabina y Serrat) by Sabina & Serrat on Grooveshark

 He vuelto a la vida, a esa que sigue en el puto standby. Este verano ha sido extraño. He estado triste, jodidamente triste a ratos. Porque la vida no se soluciona, porque el camino es una mierda, y para no afrontarlo y hundirme me pierdo en senderos en los que las piedras ya se han encariñado conmigo a base de tropezar con ellas una y otra vez. No he nacido para que nadie me quiera. Hay que asumirlo. Lo asumo y sigo adelante.
Pero a ratos la tristeza me atrapa, hacía mucho que no estaba así de triste. Y mi paraíso a ratos no ayuda, pueblo pequeño como es. No, qué coño, ni eso, aldea. Aldea en la que comentar es obligación y los cotilleos sobre las vidas ajenas son casi tan obligatorios como las procesiones nocturnas. Y mi vida da para especulaciones y cotilleos. Y a ratos jode.
Y mientras la tristeza atenaza, a ratos me olvido de cuánto me divierto, de lo feliz que soy a veces.
El otro día hablando con un amigo que me lee por donde quiera que escriba, él me fue (sutilmente) haciendo recordar grandes momentos de este verano, fogonazos de felicidad sobre los que he escrito. Y, coño, tiene razón, ha sido un verano cojonudo, por lo menos a ratos. Y con eso ya me sobra. Fue como aquel blog que tuvimos, en que buscábamos algo bueno que nos hubiese pasado cada día, por pequeño que fuese.

Este verano he subido a un toro mecánico. Aguanté como una jabata mientras los niños me aplaudían y me gritaban que aguantase. Cuando al final caí, me ayudaron entre todos a bajar de la colchoneta y me decían que era una campeona. Mi hija sonreía orgullosa mientras me abrazaba.
Y subí a un tobogán hinchable a rescatar a mi hija, y luego muchas veces más por pura diversión (el de los hinchables me adora por lo del toro mecánico, creo, no hay nada como sonreir). Me quemé el codo izquierdo por el roce de la primera caída, pero fue muy divertido lanzarme con mis enanas, escucharlas reir.

Este verano mi hija ha descubierto que su canción preferida es “El perro verde”, de Marea. Y que eso sea así con 4 años me devuelve la fe en el mundo. Escucharla tararear la primera vez que me la pidió, mientras yo me hacía la tonta para que siguiese canturreando, incrédula y fascinada, fue muy divertido. Y si quiero que se duerma le pongo “Golfa” de Extremoduro y cuando está acabando la canción es como si la desconectaran.


He paseado hasta el puente, a oscuras, escuchando las ranas, los autillos, los grillos.
He buscado moras y encontrado arañas gigantes. He visto más luciérnagas que en años. Y lo curioso es que empezaba con dos o tres enanas (mis hijas y mi sobrina) y acababa con la mitad de los niños del pueblo buscando luciérnagas en mitad de la noche, o buscando caracoles, o mirando salamandras. Móntate una ludoteca o algo, me dijo uno de los padres. Vale, así os cobro, contesté muerta de la risa. A ratos eran demasiados niños, eso es cierto. Pero a ratos me he divertido mucho.


Hemos descubierto que los caracoles franceses nos están invadiendo, enormes y llamativos.
Mi hija le ha cogido el gusto a la bici, y paseamos juntas. Las dos patinan y yo muero de envidia. Nunca aprendí a patinar, y nunca llega para los patines. Puede que sea mejor, así no me mato, torpe por naturaleza como soy.


He enseñado a nadar (vale, por ahora bucea y sale a respirar, pero se defiende) a mi hija pequeña, igual que enseñé a mi hija mayor. Ahora hacemos el muerto las tres juntas en la piscina helada.
He bailado con mi hija sobre los pies, he cantado cocinando, tendiendo, mientras hago monederos con mis vaqueros viejos.


Empecé descongelando una nevera prejurásica y acabé montando una guerra de bolas de nieve en agosto.


Diluvió y mi monzón interno llovió tanto como hacía años no lo hacía, pero fui capaz de volver a reir con una llamada de teléfono, y con la risa de mis hijas.


Atardecí en la feria, muerta de la risa con mi hermana, viendo a mis hijas y mi sobrina en los coches de choque, en las camas elásticas.


Sí, recuerdos, fotos, risas. Hablad, queridos vecinos. Esa a la que los niños paseaban en bici era yo. Un verano cojonudo, sí, aunque sea a ratos.

  El Perro Verde by Marea on Grooveshark Golfa by Extremoduro on Grooveshark

lunes, 26 de agosto de 2013

Vidas cruzadas (ficción)

A él le gustaban los gatos y las series antiguas. Leía cómics que nadie recordaba, y coleccionaba frases de sobres de azúcar. Algunas le parecían una mierda, patadas en el estómago de la lucidez, pero aun así necesitaba reunirlas. Tomaba siempre el café sin azúcar en los bares, pero pedía doble sobre, ante la mirada cabreada de los camareros. Por la noche le gustaba tocar la guitarra. Sus vecinos no siempre estaban de acuerdo, pero él ignoraba sus gritos y sus golpes en la pared emulando solos de Slash. O si estaba triste escuchaba a Miles Davis, o música clásica para la melancolía. Su vecina del quinto había empezado a pensar que en aquella casa vivían 4 ó 5 personas. No era posible, opinaba alzando demasiado la voz en el rellano, que una sola persona escuche todo eso. Y eso que el casero dice que sólo vive uno, las narices, decía casi gritando, como si eso le diese la razón. Él la escuchaba y recordaba a su tío, que siempre decía que si necesitas levantar mucho la voz para defender tus razones a lo mejor es que no tienes demasiadas. Nunca saludaba a los vecinos, porque era un borde, opinaba la vecina del tercero. En realidad era demasiado tímido. Nunca entendió los tiempos en las relaciones, cuándo hay que saludar y cuándo está de sobra. Los ritmos sólo se le daban bien en la música.


Había conseguido un trabajo en una tienda de animales hacía tiempo. Algo para un par de meses, pensó, luego buscaré algo mejor. Pero nunca buscó otra cosa. Al principio pensó que era su eterna pereza, su miedo a los cambios. Luego se rindió a la verdad. La razón por la que no buscaba otro trabajo era ella.


Ella era delgada, pelo largo, nada en ella llamaba la atención. Le gustaba el rock. Aprendía idiomas escuchando grupos ingleses, y había empezado a entender algo de alemán gracias a un grupo extraño de folk metal. Le gustaba el principio de una canción que hablaba de la luna llena, con un arpa sonando en mitad de todo aquel bullicio. Estaba fuera de lugar, un poco como ella. Siempre llegaba tarde a todo en su vida. En realidad era excesivamente puntual, para compensar sus destiempos en las relaciones. No, no entendía a los seres humanos. Nadie entendía su gusto por los datos inútiles, por las palabras difíciles. Coleccionaba palabras perfectas en cualquier idioma. Largas, sonoras, con un significado rotundo,… No, a nadie más le interesaban.


Cada día al salir de clase pasaba por la tienda de animales, para ver a los conejos enanos. Había tenido uno, Momo, que había muerto en medio de una historia rocambolesca protagonizada por su vecino, el hijo de puta. Sólo lo había visto un par de veces, pero ahora sólo deseaba que no estuviese vivo, y eso le hacía sentirse mala persona y le aliviaba al tiempo. Entraba esperando encontrar uno igual al que rescatar. Momo era un fallo en esos cruces que hacen buscando el conejo perfecto. Debía tener las orejas muy largas y caídas, pero una de ellas se negaba a acercarse al suelo, lo que le daba un aspecto despeinado, muy punk, creía ella. Nadie lo había querido en la tienda, y cuando ella lo compró (a mitad de precio) era ya mayor. Lo imaginaba triste esperando que alguien se lo llevase de aquella puta pecera que los niños golpeaban con saña, viendo cómo siempre preferían a otros. Un poco así se sentía ella.


Al principio ni se fijó en el dependiente que andaba siempre medio escondido entre peceras y jaulas. Alguna vez se había cruzado con él en un pasillo estrecho y él había hecho movimientos extraños para evitar un roce mínimo. Qué curioso, pensó ella. Tal vez le moleste que le toquen desconocidos, como a mi. No sabía que él la observaba desde el primer día que la vio entrar, la chica con los ojos más tristes que había visto jamás. Cuando se cruzaba con ella en el pasillo, nada accidental, alardes de valentía, de tardes enteras reuniendo el valor, no la tocaba por miedo a besarla. Si la rozo siquiera no podré evitar besarla. La asustaré y huirá, y nunca más volverá.


Ella seguía observando conejos, esperanzada al ver alguno  con una oreja un poco girada, mirando al techo, pero pronto la bajaban, y ella perdía interés. Poco a poco fue advirtiendo detalles del dependiente. Le gustaba cómo atrapaba con cuidado a los diamantes mandarines antes de entregarlos a algún cliente, o cómo acariciaba furtivamente a las cobayas cuando les ponía de comer. Le gustaba cómo pasaba las hojas de los libros, como en trance, y se preguntaba qué leería. Pero nunca se atrevió a preguntarle, ni a saludarle. Ni siquiera sabía cómo sonaba su voz.


Un día acabó la facultad y tuvo que volver a su ciudad. Se acercó a la tienda de animales, esperando reunir el valor para hablar con él, pero ese día estaba enfermo, así que cuando no le vio se fue sin más, convencida de que el destino no quería ese encuentro.


Han pasado 5 años. Ella camina por el andén del metro, pensando a qué empresa puede ir a entregar su currículo. Mira el plano, se gira, y se choca con alguien. Disculpa, dice, y de repente ve los ojos de él, inconfundibles, observándola. Ella está muy cambiada, pelo corto, otra ropa, pero esos ojos tristes…


Hola, cuánto tiempo, ¿te acuerdas de mi? Soy el dependiente de la tienda de animales.


Joder, es verdad, cuánto tiempo. ¿Qué tal todo?


Bien, ¿y tú?


Bien.



Quiere decirle que de puta pena, que acaba de dejar una relación difícil y se ha mudado, cambiado de corte de pelo, de estilo de ropa. Quiere decirle que si le apetece tomar una cerveza y ponerse al día de una vida entera, porque nunca han hablado. Pero calla, asustada por sus destiempos, convencida de que, como su ex le dijo, nadie más que él la puede querer.


Él quiere besarla, sin más, ya hablarán luego, cuando deje de hablar la piel, cuando el dialogo de cuerpos haya cesado. Quiere acariciarle la nuca, desprotegida ahora de su larga melena, acompañarla a tomar todos los cafés del resto de su vida. Total, nadie le espera, sólo tiene un rollo informal con la tarada de la tienda de videojuegos. Ni siquiera hablan. Sexo. Punto.


Llega el metro. Titubea. Espera que ella de el primer paso. Ella espera una señal, que él se acerque un milímetro más. Nada. Bueno, adiós. Y sube al metro cuando ya se cierran las puertas. Ni siquiera sabe en qué dirección le lleva.


Putos destiempos.


No le intereso.



Pd: Así se libran de fracasos, de dolor, de conocerse y decepcionarse. O no. Tal vez no.


Vidas cruzadas - Quique González con Ivan Ferreiro

viernes, 16 de agosto de 2013

Cierra los ojos mientras abrazas

Fiestas en el paraiso. Yo sonrío y bailo, hablo con la gente, bebo cerveza, y finjo que mis pespuntes no se descosen, que nada me preocupa y que todo va bien. Mis alas no parecen descosidas, aunque se caigan a pedazos por el peso de la escarcha que cada noche las cubre.


Vivo momentos de felicidad verdadera, de esos que te pierdes si sólo te fijas en Ítaca. Disfruta el camino, me dijo alguien sabio regalándome ese poema. Eso intento. Así que me siento en la puerta de mi casa, bajo las estrellas nítidas, libro en mano, un vino en la otra, mi hija sentada al lado jugando con su tablet (meses ahorrando cada euro para chuches para comprársela, ahora le cuenta a todo el mundo que se la ha comprado ella). Mi otra hija ya dormida, esperando que me tumbe con ella para achucharme. Sí, a veces soy muy feliz. Lo mejor es que me doy cuenta. A veces es difícil apreciar esos pequeños placeres mientras los vives, perdidos como estamos en busca de la gran felicidad, esa que creo que no existe. Todo se reduce a pequeños fogonazos de felicidad. Últimamente los aprecio mucho, los paladeo, y ellos agradecidos me acarician en las noches de soledad, cuando el monzón de mi interior amenaza con inundar todo.


Me planto en las fiestas y aguanto preguntas constantes. ¿No viene? ¿No tiene vacaciones? Y yo contesto que no tengo ni idea, incapaz como soy de mentir sin que mis ojos me delaten, esos pequeños cabrones tristes.  Te has cortado el pelo, me dice una casi desconocida. Sí, necesitaba un cambio, contesto. ¿Cuánto tiempo llevabas con el pelo largo? Más de veinte años, contesto. Te estás separando, ¿verdad? Pregunta bajando el tono. Lo estoy intentando. Y ella contesta que eso se hace, no se intenta. Es sencillo, dice.Y yo río. Eso es que no le conoces,digo.


Río mucho. Casi nadie aquí me ha escuchado reir de verdad. Casi nadie me ha escuchado reir de verdad en más de 20 años. Mi risa era molesta, estridente, lo peor de lo peor. Debía avergonzarme de ella. Ayer sufrí un ataque de risa en medio del único bar de mi lugar y a nadie pareció molestarle. De hecho varias personas rieron conmigo, contagiadas por mi risa boba.


Río y bailo, como si fuese feliz. Bailo con mi hija, con mi hermana. Mientras él en medio de un abrazo me observa.


Mi primer amor se dedica de modo casi profesional a cabrearme por whatsapp. Le gusta que le insulte, creo. Es como aquel compañero de trabajo que me hacía comentarios sobre mis tacones y cómo se movía mi culo. Yo siempre le llamaba capullo, hasta que me confesó que le ponía mucho cuando se lo decía. Dejé de contestarle, de insultarle, de escucharle. Mi cabrón particular quiere cabrearme, dice. Me propone cosas que sabe que nunca aceptaré, me cabrea, usa frases que sabe que me sacan de quicio, y luego me sonríe.


Algo me golpea mientras ceno. Miro y allí está él sonriéndome, poniendo caras raras para que me ría. Mientras su pareja no ríe para nada. Pasa por detrás para empujarme, se acerca, me roza. No me dejas pasar, dice. Los cojones, contesto cabreada. Pero entonces sus ojos me sonríen, y mi mente vuela a aquella época en que me abrazaba en un concierto, o me acariciaba mientras mirábamos las estrellas tumbados en la carretera, mi cabeza en su ombligo. Y todo parecía fácil, todo parecía posible. Pero nada es fácil, nada es posible, nunca lo fue, supongo, porque yo soy yo, y nada es posible, nadie es posible. Él menos.


Su hijo viene a casa y ríe mientras yo canto haciendo la comida. Me trae bichos o me arregla el ordenador. En las fiestas viene a saludarme. Él cuando me ve con su hijo sonríe de una forma que me da escalofríos.

Y él mientras sigue cruzándose conmigo, noto su mirada cuando río, mientras bailo. Me giro y la está abrazando, mientras me mira. ¿Por qué no cierras los ojos mientras la abrazas? ¿Por qué no la miras a ella? No me mires, coño. No me mires mientras la abrazas, que me descentras, y me olvido de reir. Los descosidos se abren un poco más, mientras yo me siento momentáneamente rescatada por otro imposible, que me hace reir con sus mensajes. Hasta que me doy cuenta de que llego tarde, de que mi cometido en la vida es llegar a destiempo, siempre pronto, o tarde, nunca cuando debería llegar. Lo mio son los desfases temporales. Y los imposibles. ¿Qué más da? Ya lloro en la cama si eso, cuando nadie me vea. Mientras sigo riendo, bailando, besando a mi hija en la cabeza mientras baila subida a mis pies. Ya lloro luego si acaso.


Buscando una luna - Extremoduro

viernes, 2 de agosto de 2013

La diferencia


Llama. Ponme en marcación rápida, llámame y me presento en un momento en cualquier rincón del mundo en el que estés, dice cuando le miento que estoy lejos, porque no ha querido escuchar mi no. Y entonces comprendo todo. No, a veces nada depende de las palabras que tú digas, de lo bellas o sinceras que sean. A veces depende de la voluntad del que escucha. Casi nunca la vida depende de nosotros.
Como no me llamas tengo que llamarte de vez en cuando. No lo hagas, contesto. Bueno, llámame, dice. No lo haré. Vale, dice, yo te llamo.
A veces las conversaciones son de sordos con mudos. Odio haber sido la sorda. No, la vida nunca depende del todo de nosotros.
Hace unos días tuve una certeza. La vida disfruta gastando bromas pesadas, equivocando direcciones. Confundimos amor con cualquier otra cosa. Imaginamos más al otro de lo que lo conocemos. Un amigo siempre me recuerda una frase que yo siempre me encargo de olvidar, para hacerme entender que es más fácil seguir queriendo a quien no conocemos, porque no nos ha dado tiempo a odiar sus defectos, sus imperfecciones. Ahora creo que al final la he entendido. No conocemos a nadie en absoluto. Yo imagino más que conozco, desventajas de soñar despierta. Miro a la persona con la que he compartido casi 20 años de mi vida y no le conozco en absoluto. Ni él a mi. Somos 2 desconocidos que han compartido un espacio, una cama, un hogar, pero nunca sueños, creo. No le conozco. Como tú a mi, desconocido. No me conoces, no sabes de mis defectos y manías. No te daré opción a odiarlos, no te preocupes.


A veces no somos importantes para quien queremos serlo. Pero tal vez seamos la diferencia para alguien, lo que hace que todo valga la pena, y ni siquiera lo sabemos. Tal vez nunca lo sepamos. Esas cosas pasan.
Quizás para alguien eres lo primero en lo que piensa antes de tomar el primer café, el pensamiento justo antes de dormirse, después de masturbarse para combatir el insomnio. Puede que para alguien el mundo sería un lugar inhóspito sin ti. Aunque no importe. Aunque nunca lo sepas.
Pero eso debería bastar, ¿no? Eso debería ser importante. O no.