jueves, 28 de junio de 2012

El maldito ángulo muerto



Hace un par de días estuve a punto de estrellarme contra otro coche. El otro vehículo se incorporó a mi carril sin verme, y yo tuve suerte de que por el carril de mi derecha no venía nadie, y buenos reflejos. Por la cara de susto y perplejidad del conductor me di cuenta de que era culpa del maldito ángulo muerto. No le puedo culpar, a mi también me ha pasado alguna vez.
Ese ángulo es el que hace que no veas algo que evidentemente se está acercando.
Lo peor es que ese puto ángulo muerto también me ocurre a veces en la vida "extravehicular", si es que esa palabra existe. Por más que mire, algunas circunstancias aparecen como de la nada cuando ya es inminente la colisión, cuando estrellarse es irremediable.
Y entonces da igual mi instinto, da igual lo que observe el mundo, da igual casi todo. Golpe, colisión, sangre, heridas abiertas, cristales clavados en la carne, piel que se desgarra,... Daños, gritos desgarrados, olor a muerte, a morir un poco, sólo un poco, por dentro.




Noto como si me arrancase la piel. No es culpa de nadie. Es el cabrón del ángulo muerto. No lo he visto venir. Colisión, sangre, gritos desgarrados,...
Absurda me desangro por nuevas costuras, remiendos que desconocía. Y mientras mi piel se empeña en regenerarse, yo me empeño en crear nuevas heridas, en llenarme de cicatrices.
Y no importa, pienso. Son sólo mis nuevos sueños, que se  me escapan entre los dedos, mientras yo me afano en recogerlos.
Eso te pasa por perseguir imposibles, absurda.








No os preocupeis. Me recupero, siempre, creo nuevas cicatrices, piel entrelazada con piel.
Es sólo un mal día, sólo eso. Escribo más cuando los tengo, escribo más cuando estoy triste.
Mañana sobrevivo. Soy mala hierba. Siempre sobrevivo.




lunes, 25 de junio de 2012

Estaciones, cicatrices, mariposas negras.




Sangre a borbotones. No me alcanzan las manos para pararla, para intentar taponar la hemorragia. Me desangro, y veo acercarse a las mariposas negras, con sus garras afiladas, dispuestas a desgarrar mis entrañas, a sorber mi sangre con sus probóscides hirientes. Siempre vuelven, siempre. Cuando más débil me ven más me acechan, siempre regresan.



Y por más que lucho contra ellas, a manotazos, intentando ahuyentarlas, no encuentro la forma de alejarlas. Y cuanto más me resisto más se abren las heridas, y me desangro sin remedio.



Pero de repente un día, sin motivo aparente, las heridas dejan de sangrar, van cicatrizando. Esta vez no pienso arrancarles la costra para que no curen. Me niego. Veo una foto con ella, y me sorprendo pensando lo feliz que parece, y lo que me alegro. Y es sincero. Ya, fin, al fin el fin.
Ya no hay odio, nada. Lo querré siempre, eso sí. No se puede dejar de querer a un ser tan cojonudo. Y seguramente siempre echaré de menos eso que no hizo por mi, eso que no escribió por mi. Pero las heridas ya no sangran, y me puedo acariciar las cicatrices. El fin, al fin.





Siempre me gustaron las estaciones, los aeropuertos. Me suenan a cambios, a alejarse de todo, hasta de una misma, a reinventarse.
En una estación de autobus me dieron el mejor abrazo de la historia de los abrazos. Cuando lo recuerdo tiene hasta banda sonora, y un tono verde lo cubre todo. Siempre será el abrazo, siempre. Ojalá le pueda dar otro igual, que no pasen 7020 días.
En una estación de metro desapareció el monzón, las mariposas, espero que tarden en volver.
 Ahora estoy en reconstrucción.


jueves, 21 de junio de 2012

Instinto



Hablo mucho del instinto. Creo mucho en el mio, tal vez demasiado. Antes lo veía como algo poco científico, como una cosa demasiado subjetiva, demasiado peregrina como para confiarle mis decisiones. Pero el ensayo y error en la vida me ha llevado a creer en él, casi ciegamente. Muchas veces no sabría por qué alguien no me gusta. O por qué huyo de determinadas situaciones. Pero lo hago, no confío en los que no me gustan, aunque no sepa por qué. Y no suelo tolerar determinadas circunstancias, por inocuas que parezcan. Me repelen, y eso sobra para que mis pies se pongan en movimiento.
Cuando no le he hecho caso a mi instinto no ha resultado bien. He tenido cegueras temporales que me han durado años. Y cuando de repente recupero campo de visión siempre recuerdo las señales que me dió el cuerpo para que huyera.Tal vez parezca distorsionado, pero es así, para mi es real.



El instinto es algo animal, algo que hemos aprendido a silenciar. Está ahí, sigue ahí, tal vez no tanto como en nuestros antepasados, pero está presente, aunque lo acallemos para no parecer supersticiosos, o raros.
Hay un historiador de arte, Bernard Berenson, que reconoce falsificaciones en pocos segundos. No falla. Pero cuando le preguntan cómo lo hace, la respuesta causa la risa del resto de expertos, aun cuando al final tengan que darle la razón, siempre. Él asegura que lo nota en el estómago, en el malestar que siente cuando ve una falsificación. Ha aprendido a seguir su instinto, a escuchar ese malestar del estómago, a no hacer caso de los que se ríen de él.
Así que de repente una palabra inocente en una conversación hace que yo desaparezca, que evite todo contacto. Y parezco extraña, supongo que lo soy. Es mi alarma interna sonando, gritándome que salga corriendo, que la situación se volverá rara, peligrosa, absurda.
Es lo que soy. Alguien que escucha esa señal de alerta y huye. Llamadlo cobardía. Es puro instinto de supervivencia.
Últimamente he empezado a escuchar a la tecnología (esto sí carece de toda base antropológica, etológica o lo que sea, pura superstición), aunque aun no le hago el caso que debería. En el futuro se lo haré, advertidos quedais. Si estoy chateando con un amigo y de repente todo deja de funcionar... Nuria, no lo intentes por otras vías, que es la tecnología intentando evitar un hasta nunca. O si el móvil se niega sin motivo aparente a mandar una foto... Nuria, no la mandes, que todo se pone raro. O si blogger se empeña en sacarme de los comentarios de un blog sin dejarme enviar lo comentado... Nuria dejalo y no comentes, que calladita estás más guapa, guardate esos deditos y vete a la cama.
Si hiciese caso me evitaría decepciones, conflictos, situaciones absurdas. Empiezo a estar segura.

Por cierto, a los que os habeis preocupado por mi examen, gracias. Hoy una persona muy feliz gritaba y saltaba móvil en mano en medio de una de las arterias comerciales de Valencia. Si habeis visto a esa perturbada sabed que era yo, loca de contento porque he aprobado, contra todo (mi) pronóstico.



viernes, 15 de junio de 2012

La conversación





Es la conversación. Hace unas entradas hablaba de lo difícil que es encontrar a alguien cuya conversación te arranque el móvil de las manos y te haga olvidarte de él.  Pero esas conversaciones existen, son las que marcan la diferencia.
Observo mucho, aunque últimamente también hablo mucho, antes era difícil arrancarme un par de palabras, aun así siempre ha existido gente con la que me ha resultado más fácil hablar, con la que la confianza surge casi en el mismo momento de conocerles. No me ocurre mucho, eso sí. Pero cuando ocurre es algo mágico, que se mantiene en el tiempo. Pueden pasar años sin hablar con esa persona, a los pocos segundos de reencontrarlos todo es igual, como si se hubiese detenido el tiempo. Es algo químico, un tema de piel.
A los dos minutos aproximadamente de hablar con alguien ya sé si me llevaré bien o no con esa persona. En algunos casos sé, no me pregunteis cómo, si esa persona será o no importante. No suelo dar segundas oportunidades después de esa primera impresión (que no tiene nada que ver con el físico de la persona, o con cómo va vestido). Cuando las he dado han acabado haciendome daño, mucho. Jodiendome, esa es la palabra. Y siempre he acabado arrepintiendome de no hacerle caso a mi instinto. Por eso le hago caso casi ciegamente.
Así que es cuestión química, de piel, y es la conversación. No recuerdo exactamente el color de sus ojos. ¿Cómo recordarlo cuando te miran de esa forma? ¿Qué coño importa si son marrones o color miel? El tono de voz grave lo recuerdo bien, y la risa. Y ese sentido del humor peculiar, entre serio y cínico. Y cómo me observa mientras escucha lo que digo como si fuese importante.
Sí, lo vital es la conversación. Definitivamente. Las palabras flotando sobre la mesa, ocupando el espacio que nos separa, uniendonos. Las palabras siempre son importantes. Pero si me mira así me olvido.
No es fácil mantenerme la mirada. Es porque observo mucho, sin pudor. Observo de forma descarnada, y pongo nervioso a quien se sabe observado.
Me mira a los ojos. Dos horas. Podrían decirme que fueron 5 minutos. Hubiese deseado que fuesen 2 días. Por lo menos. Y que llueva afuera. Que dentro amaine y el puto monzón se olvide un poco de cómo son mis entrañas.
Buena conversación. Muy buena. No saqué el móvil del bolso, para nada. Una de esas que dejan huella.




martes, 12 de junio de 2012

Te odio

Te odio. Te odio en la misma medida que te quiero. Pero sí, hoy te odio. Mucho. Porque duele ser nieve, humo, cristal. Porque hoy soy tan pequeña que no necesito ese bolsillo espacio-temporal que tanto anhelaba para acurrucarme hecha un ovillo hasta que el dolor pasara. Hoy soy tan diminuta que creo que podría desaparecer sin que nadie se diese cuenta.
Y sí, es jodidamente cursi, igual que es jodidamente hermoso. Ojalá hubieses sido así de cursi... Qué más da, ya casi todo da igual.
Y supongo que esto echa por tierra cualquier posibilidad de amistad. Pero es que ya sabes que soy absurdamente sincera, un mal vicio, qué vamos a hacerle. Y hoy necesitaba decirte que te odio.
Y ahora ya callo. Calladita siempre estuve más guapa.
Hoy afuera luce el sol, ese que siempre vuelve. Pero adentro hay tormenta, lluvia, monzón.
Mañana saldrá el sol, seguro. Siempre vuelve, no importa una mierda si yo lo espero.








lunes, 11 de junio de 2012

Pesadillas, café e insomnio




Si analizasen la tasa de café en sangre, cualquiera se asustaría de la mia. Seguramente soy más de un 75% de café, igual que el resto de la gente es un 75% agua.Café corriendo por mis venas y arterias, movilizando mis células, activando mi circulación. Últimamente tomo demasiado, una media de 9 al día. A veces más.
Es, sobre todo porque hago como que estudio, y hasta para fingir necesito estar despierta. Estoy descentrada, no consigo concentrarme, estoy desmotivada. Pero no creo que al tribunal le sirva como excusa que me bulla el cerebro, ni que me de por intentar sobrevivir a este mundo caótico.
Así que necesito estudiar, y dormir más. Si alguien inventa algo para aprender mientras duermes que me avise, me presto como conejillo de indias.
Tomar tanto café y la falta de sueño gastan malas pasadas al cerebro. Cualquier día acabo como el protagonista de este corto de animación (una pequeña obra de arte).


Además, hace unos días volvieron mis pesadillas, el jueves por la noche, para ser más exactos. Siempre han estado ahí, siempre me han acomppañado, desde que recuerde. Pesadillas apocalípticas, desastres naturales, o nucleares, meteoritos que acaban con nosotros (qué descanso para la Tierra, joder), asesinos en serie que me persiguen,...
Este otoño desaparecieron, creo que porque en un momento de imbecilidad transitoria volví a creer en el ser humano. El jueves mi fe se perdió un poco, y mis pesadillas volvieron. Estaba tan acostumbrada a ellas que las echaba un poco de menos. Lo de no soñar o no recordar lo que has soñado me es ajeno, no me acababa de hacer a la idea. Mis pesadillas son tan nítidas, tan reales, que a menudo me persiguen durante el día. Son parte de lo que soy, de mi idiosincrasia, pero el respiro de unos meses se agradece. Supuestamente los sueños son la forma que tiene el cerebro de resolver conflictos, organizar recuerdos y conocimientos, etc. Yo debo tener muchos conflictos que solventar, qué se le va a hacer.


Como habreis observado, si es que habeis llegado hasta aquí, este es un post extraño, un post relleno-explicación. Quería aclarar que si desaparezco unos días y no comento mucho, o estoy un tanto ausente es porque voy a intentar hacer un esfuerzo final, a ver si no suspendo tan catastróficamente. No creo que pueda mantenerme ausente del todo, me teneis enganchada. Lo escribo en parte para tener una cierta obligación... "moral". En una semana soy toda vuestra (seguro que esta semana también un poco, me entrará mono de leeros y volveré).
Siento el post. Ya, ya, no es muy...
Os dejo la canción que me acompaña últimamente, porque me encanta, y porque es la realidad, otra noche sin (apenas) dormir.

Y para empezar a estudiar un rato, una canción en alemán cuyo video, tiene una estética muy... profe dominatriz, no sé, me hace gracia.



La canción pregunta si sueñas conmigo esta noche... No, si no eres un asesino en serie no, no sueño contigo.

jueves, 7 de junio de 2012

Raices



Algunos árboles, como los pinos, tienen raices profundas, verticales, que les anclan a la tierra, que les sujetan erguidos de forma firme.
Otros árboles, como el eucalipto o el ficus, tienen raices incluso más grandes, pero superficiales, que crecen en horizontal. No alcanzan gran profundidad, se extienden casi a ras de suelo, ocupando un gran espacio alrededor del árbol. Estas raices no dejan que casi nada crezca alrededor, porque consumen todos los nutrientes que hay en el suelo. Son árboles solitarios, separados unos de otros.


Además, son árboles en cierto modo frágiles, porque no soportan bien vientos fuertes. Sin anclajes profundos es fácil caer, gigantes con pies de barro.



Creo que en las relaciones, sean del tipo que sean (amor, amistad, etc), pasa lo mismo. Algunas tienen raices profundas, tan profundas que no importa que alrededor crezcan nuevas relaciones, nuevos árboles. Esa relación queda firme, intacta. Son como los pinos. Son relaciones que dejan espacio a nuevas amistades, a nuevas relaciones, sin que por ello pierdan fuerza, sin que el árbol se vea afectado.


Esas relaciones fortalecen la vida, el carácter, la felicidad, son como las raices de los pinos, protegen de la erosión del tiempo, igual que las raices de este protegen al suelo de la erosión de los elementos.
Hay otras relaciones que no dejan que crezca nada alrededor. Son como esas raices superficiales, absorben todo, los nutrientes, el agua, todo. Absorben la vida, la libertad, aislan a la persona, no dejan sitio para nada más. No toleran competencia de ningún tipo, cualquiera se convierte en un intruso, da igual si es un amigo, un compañero de trabajo, o un hijo. Cualquiera que compita por la atención de la persona no es tolerado. El árbol queda aislado, solitario. La persona no puede tener a nadie más, no puede querer a nadie más.
Con estas relaciones, creo, pasa como con esos grandes árboles con una base poco profunda. Tienden a caer, tarde o temprano. Sólo hay que esperar a que llegue un viento lo suficientemente fuerte. Y el viento siempre llega, siempre.
Prefiero ser pino, con raices profundas, capaz de crecer en cualquier sitio, de resistir tempestades, que ser eucalipto, y quedar aislada del resto, a merced del viento.


domingo, 3 de junio de 2012

Palabras...






Las palabras son poderosas. Pueden emocionar, herir, traer recuerdos, evocar, hacer reflexionar, doler, saciar, pueden enamorar, o hacer odiar, o las dos cosas al tiempo. Pueden ser lentas, rápidas, entrecortadas. Creo que hasta pueden acariciar.
Cuando escribes tu alma queda un poco al descubierto. Cuando lees se descubre del todo.
Quizás te enamores perdidamente de las letras de alguien que apenas conoces, tal vez sea posible, tal vez triunfe el cerebro, tal vez no, seguramente no.


Quizás los imposibles sean sólo eso, imposibles.
Pero tienes razón, es difícil dejar de querer a quien no conoces. O no, tal vez sea así de fácil. Depende, ya sabes, siempre depende. De si para ti, de si para mi.
Las palabras tienen ese poder. Te hacen sentir más allá de lo que lo logran algunas caricias. O quizás es que yo funciono de oido, no sé.





Lo peor es releer las palabras que te enamoraron. Puede que te hayas vuelto lo suficientemente cínica como para sonreir, para aparentar indiferencia. Puede que corras el riesgo de volver a enamorarte. Nunca supe aparentar. Soy de cristal. ¿No ves a través de mi? Nunca supe mentirte.
Mis palabras supongo que no tienen ese poder. No subyugan, no enamoran, no creo ni que consigan emocionar.



Supongo que no triunfó en cerebro (al menos el mio no). No suele hacerlo.
Ahora escribe. Escribe cosas bellas que desgarren. Yo te leo, en la distancia.