miércoles, 29 de agosto de 2012

Recuerdos, poco más





Cuando era pequeña mi referencia en el mundo era mi abuelo. Siempre lo fue, siempre lo será, supongo.
Él me trataba como si fuese valiosa, como si lo que yo decía fuese importante. Me sentaba a su lado y él me enseñaba a contar hasta mil o canciones que le gustaban.
En invierno encendía la lumbre y nos sentabamos a jugar a las cartas. Le encantaba jugar. A los 6 ó 7 años yo sabía jugar a casi cualquier juego de cartas.
Era inteligente y tenía un sentido del humor tan peculiar como el mio. Y por más mal que fuesen las cosas (que lo iban, porque su vida fue especialmente jodida, rodeada de enfermedad y muerte) siempre estaba dispuesto a reir. Tenía una voz fuerte y una risa franca, desnuda casi. Y cuando perdía la risa y se ponía serio todo el mundo le temía. Temor de verdad. Respeto. Estaba demasiado acostumbrado a tratar con buena y mala gente.



Y luego al muy cabrón se le ocurrió morirse. No fue de repente. Se murió en una eternidad que duró, dicen, seis meses. Para mi fue a la vez una vida y un momento. El momento más triste de la historia. Seis meses viéndole sin verlo, porque aquel ya no era él. Murió demasiado joven. Gajes, supongo, de no cuidarse, del vino y los caliqueños. Y de una vida de mierda, que lo trató como no merecía. Imagino que al final decidió marcharse y reunirse con el amor de su vida y con tres de sus hijos. Una mierda.
Y me dejó sin mi misma, desamparada. Nunca me sentí tan sola como en aquella tarde. Primero cuando lo preparaban, mientras yo observaba sentada a su lado. Después mientras esperaba a que se lo llevasen, sentada en un tronco, acariciando a su perro, del que me separaron también aquella puta tarde.
Todos parecían demasiado ocupados para preocuparse de mi tristeza, de mi soledad. Recuerdo que el de la funeraria sonreía inoportuno. Los odio sinceramente contra toda lógica desde entonces.
Hace casi 30 años. Todavía jode infinito. Todavía hablo con él. Todavía las lágrimas desbordan si le nombro. Todavía me parece escucharlo cantándome "La Zarzamora". Nunca más he jugado a las cartas.
Este verano extraño le recuerdo como nunca. Le echo de menos, como siempre.


viernes, 24 de agosto de 2012

Las 11 y ocho



Cuando publique esto ya no será 23 de Agosto. Mejor. Hace 20 años y un día de la primera despedida. En realidad 20 años y un par de horas, como mucho, tal vez menos. Da igual. Casi todo da igual.
Y finjo que no importa. Y no importa, pero importa. Soy dos. Hoy más. A una ya le resbala todo. Otra sigue jodida.
Hace mil años, o más bien unos meses que han pasado lentos (para mi), te mandé un rastro de alguna planta en una piedra. Un copo de nieve, te dije. Tú contestaste que a ti te parecía una neurona. Sí, asentí, un astrocito. Los astrocitos son fascinantes. Son básicos para el mantenimiento del sistema nervioso, para la alimentación de las neuronas, para la regeneración en lesiones, para limpiar de desechos el cerebro. Antes se creía que no hacían más que rellenar huecos. Material de relleno.
A veces hay cosas en la vida a las que no damos la importancia que realmente tienen. Material de relleno, pensamos. Poco más. Pero si observas con mayor detenimiento te das cuenta de lo importantes que son. A veces pasa eso con las conversaciones. La gente habla y habla, sin darle demasiada importancia a lo que dice. Pero a veces esas conversaciones inócuas, poco importantes, vuelven una y otra vez, inoportunas y recurrentes, a golpearnos.



Seguro que ni recuerdas esa conversación, igual que yo no recuerdo muchas otras que he mantenido en mi vida. Pero seguro que algo que has dicho casi sin pensar, algo que para ti no es trascendental, para otra persona es casi vital, o no. Tal vez solo sea recurrente.
Nunca te llegué a contar por qué recordaba el nombre de los astrocitos, cómo lo había aprendido. No importa, eso me llevaría a otra historia triste. Otra mala historia. No importa.
Hoy he recordado de nuevo los astrocitos. Hoy te he recordado de nuevo. Porque hoy es hoy. Hoy es ese puto día que fue importante, o no. Un día más, una despedida más. Nada vital.
Y no importa, casi nada importa. Me alegra que seas feliz, ahora sinceramente. Ya no te odio por serlo. Pero hoy es hoy. Hay días...
Este agosto está siendo un reencuentro/desencuentro constante con el pasado.
Son las estrellas, y los atardeceres, y esos paseos en bici escuchando cigarras, viendo lagartijas serpenteantes cruzando la carretera.
Cada noche paseo hasta el puente. En la oscuridad escucho a los grillos frotando las patas traseras. Escucho el río, y el guardarrail haciendo un sonido metálico de vez en cuando, supongo que víctima de los cambios de temperatura. Y miro las estrellas. Y estoy allí tumbada hace 21 años, o hace 20 y un mes, a punto de pasar el primer agosto lejos de mi lugar en el mundo.
Luego le siguieron muchos más. Me disfracé de urbanita, de alguien que odia su origen, su lugar, ese que trae recuerdos que duelen. Fingí que odiaba esto, me autoconvencí, porque me desgarraba, porque me dejé convencer.


Pero una mariposa, por más que se disfrace de hoja sigue siendo una mariposa. Y yo seguí siendo esa que se perdía en los cambios de luz de la tarde, esa que observando las montañas verde oscuro, o la tierra rojiza era ella, esa que miraba a las estrellas y soñaba. Sólo fingí no serlo.
Pero cuando te descuidas te das cuenta de que el disfraz aprieta, o pica, o te tira de sisa. Te das cuenta de que estás cansada de intentar ser otra que no eres.
Ahora vuelvo a tener mi lugar en el mundo. Y duele mucho, pero también me hace feliz. Me hacen feliz los atardeceres rojos.
Y sé que los últimos post son raros. Y este más. Perdón.


martes, 21 de agosto de 2012

Anónimos



Llevo relativamente poco tiempo en blogger. Todo es nuevo para mi. Es una especie de submundo fascinante, un gran observatorio de comportamiento humano. Me pierde observar. Leo varios blogs, no muchos, la verdad. Me gusta leer las entradas y todos los comentarios. La gente interactua, puedes aprender mucho sobre las personas por cómo comentan, pero no sólo en tu blog, si no en varios, te haces una idea del todo, de cómo es realmente. Al final esto parece un barrio, casi todos nos conocemos. Me encanta observar pautas, intentar adivinar a qué se dedicará tal persona, o qué contestará. No es espionaje, es que me encanta observar.
Luego están las relaciones. Se hacen amigos. ¿Amigos? ¿aquí? Yo creo que se pueden forjar amistades, aunque el medio no te convenza, aunque no creas en la amistad así. La chispa surge en el lugar más inesperado. Tengo un amigo, al que confiaría casi cualquier cosa (sin el casi), y aunque le conozco de verdad, casi toda nuestrarelación ha discurrido via mail y chat. Y no diría que es "amigo". Es AMIGO, de los de verdad. A los pocos minutos de conocerle supe que lo sería. Luego la vida nos separó, y perdimos contacto. Por cierto, 23:08, una hora como otra cualquiera, o no.
Se hacen amigos, se forman parejas. Me divierte observar el cortejo. En ocasiones es como leer una novela, pero en directo, más emocionante.
Luego están los anónimos. A algunos blogeros les molestan mucho. Algunos han escrito post. A algunos les han desquiciado. No lo merecen, no merecen (en general) atención. Se dedican a criticar, o a dar consejos, o a juzgar, normalmente sin detenerse a observar cómo son esas personas a las que molestan.
Yo no me puedo quejar. Sólo tengo una anónima que me intriga y acentua, pero no me molesta, para nada. Este blog es pequeño.
Yo mis anónimos los tengo en la vida real. He tenido un desconocido que me llamaba durante más o menos un año. No decía nada, sólo llamaba. Al principio le colgaba. Después opté por insultarle. Más tarde le cogí cariño, por raro que suene. Ni una palabra, pero aun así a veces le echo de menos. Era alguien muy oportuno, en serio. Me acompañó en los peores momentos. Por ejemplo, nunca llamaba de noche (muy cortés, siempre), excepto una noche cuando volvía del hospital con mi hija, después de una tarde muy asustada en una sala de espera. La segunda vez que me llamó de noche era una noche aciaga, con tintes de El Resplandor en mi casa. Era la una de la madrugada, y casi lloro de alegría de sentirme arropada de alguna forma. También acabó con una de las discusiones más cruciales que he tenido, llamando justo en el momento álgido. Oportuno, sí. Acabó con la discusión y yo me lié la manta a la cabeza y pasé el mejor fin de semana de mi vida, cuando la felicidad decidió rozarme. La siguiente vez que llamó le di las gracias, por supuesto. Me llamó también en Año Nuevo, supongo que para desearme feliz año. No lo está siendo, gracias. Y luego aguantó estoicamente mi silencio tras decirle, en el final de los finales de la felicidad, tan efímera, que escapaba mientras yo no podía reaccionar, que si pensaba hablarme alguna vez ese era el momento. No lo hizo.
Luego dejó de llamar, un par de meses después. Supongo que ahora se dedica a ser feliz, si no me equivoco en Paris. Seguramente nunca lo sabré.
Un amigo me preguntó cuando le hablé de mi desconocido si no me daba miedo. Es extraño, pero nunca me lo causó. Me reconfortaba de una forma extraña.
Ahora han vuelto los anónimos. Pero estos no son tan oportunos, ni tan agradablemente silenciosos. Estos me envían sms sin molestarse en ocultar el número. Son 2, aunque supongo que en realidad es uno. Me dice que espabile (tía, joder, tía), o me pregunta "rencor, miedo, ira?". Hoy me ha dicho de nuevo que espabile (tía), que se me acaba el chollo. Si esto es el chollo... que acabe ya, coño.


Pd: por cierto, han vuelto a talarme el lionero. Pero no podrán con él, no podrán con nosotros.
Pd 2: siento que esto sea un post para descargar la mala leche que me produce que me crezcan los anónimos cabrones en la vida vida.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Luciérnagas, arañas, agosto.


 

Paseo por la carretera desierta, observando las estrellas. El cielo es distinto en mi lugar en el mundo. Al menos para mi lo es. Lo bueno de estar alejado del mundo, de tener poca iluminación y menos habitantes, es que la contaminación lumínica es tan baja que no impide ver las estrellas. Aquí casi puedes caminar por la vía Láctea, de tan sólida como parece. Las estrellas se ven nítidas, miles y miles de puntos que iluminan mi tristeza mientras paseo.
Cuando era pequeña para mi el universo ni existía, y las únicas estrellas que me interesaban eran las luciérnagas, iluminando los bordes de la carretera. Puntitos fosforescentes aquí y allá. Las buscaba para observarlas, como si mirando su brillo pudiese descifrar aquello que me parecía mágico. Ahora que ya tengo una explicación sobre el por qué de su luz, una de esas que ansías descubrir hasta que caes en la cuenta de que la magia desaparece con su llegada, ahora no encuentro luciérnagas. De repente parecen esconderse. Me temo que no, que están desapareciendo. Todo cambia. El año pasado aparecieron lobos de las abejas. Nunca había visto ninguno por aquí. y de repente en un par de días encontré dos. Y con mi fe ciega en la sabiduría de los que viven la tierra, le pregunté a mi tío si sabía qué era aquel avispón gigante. Come abejas, me dijo. Fue una de las últimas cosas que me dijo. Lo busqué en mis libros, en internet, en… daba igual, sabía que él tenía razón. Siempre la tenía.
Hace 21 años sí miraba las estrellas. Me tumbaba en esta misma carretera, usando un ombligo de almohada, y buscaba estrellas fugaces a las que pedir deseos. En agosto es fácil. Todo parece más fácil. No caí en lo traicioneras que son. Me di cuenta al año siguiente, cuando todo lo que había pedido empezó a cumplirse… justo al revés, y todo cambió, y dejé de mirar a las estrellas, y empecé a dejar de ser yo, a equivocar todas las elecciones, a coger trenes equivocados.
Ahora vuelvo a mirar las estrellas, y si veo una estrella fugaz caer no pido nada. La insulto en silencio. Poco más.
Pero no es culpa de las estrellas, ni de los meteoritos, ni de los cometas, es culpa de la vida, que cambia todo, hasta la naturaleza.
Este verano el hijo de aquel ombligo-almohada me trae bichos, sabe que me gustan. Me trae libélulas rojas, mudas de cigarras, cangrejos de río (y sonríe mientras yo blasfemo por la desaparición de nuestro cangrejo de río), escarabajos y serpientes. Yo luego le obligo a soltarlos. Y me sonríe. Siempre me sonríe.



Y de repente aparecen mis arañas, a ellas no me las trae nadie, vienen solas, creo que os he hablado de ellas.
Cuando aparecen las arañas aparece la tristeza, la desesperanza.
El verano pasado las arañas salían a mi encuentro cuando paseaba.
Y empecé a estar triste, a sentir una desesperanza que me desgarraba las entrañas. Perdí toda fe en casi todo.
Después empezaron a poblar mi alfombra. Las encontraba felices,  saltarinas, mientras a mi me invadía la desolación.
Así fue como las empecé a asociar con mi tristeza. Arañas-tristeza, tristeza-arañas. No sé si es causalidad o puta casualidad. Pero es.
Ahora vuelven las arañas. No esos opilones inofensivos, que sólo comen insectos. No.
Volvieron las arañatristezas, las melancoliarañas, enormes, mirándome absurdas con sus muchos ojos, formando múltiples imágenes de mi desolación. Las imagino divertidas, montando una especie de collage de Nurias desesperadas y tristes.
Y sí, vuelve la puta desesperanza.
Pero no puede conmigo, no sabe que estoy curtida en mil batallas, y que sólo me gana pequeñas escaramuzas. La guerra aun no ha terminado.
 Lástima que escogiese mal mis trenes. Lástima que mi almohada particular también los escogiese mal.
Pero queda esperanza para la naturaleza. Espero.
Talaron mi lionero, un árbol que me miraba con dos grandes ojos. Me dejaron en su lugar un tocón triste. Y cuando volví a mi patio, el tocón se había llenado de ramas. Los lioneros siempre renacen, dice mi padre. Quién fuese lionero.



Postdata: Esto, como todo lo que cuento, es mi versión de lo que pasa. Es subjetiva. Siempre habrá, por lo menos, otra versión, otro punto de vista. Será distinto, siempre lo es. No digo que esté equivocado, sólo que no es el mio. Todo, me temo, es subjetivo. Perdón por divagar. Perdón por el desorden.
Postdata 2 (como en aquellas cartas largas que nos enviabamos): gracias por el mail en ese día en concreto. No sé si fue casualidad, gracias de todos modos.

domingo, 5 de agosto de 2012

Destruyendo prototipos




¿Qué tipo de personas te gustan? No sé, nunca me lo había planteado.
Pues eso, no me lo había planteado. Pero ahora que lo pienso, creo que no tengo un prototipo concreto. Podría decir, por ejemplo, cómo me gustan los hombres. Me gustan altos, de manos grandes y voz profunda. Ya ves, no soy muy exigente, o sí, yo que sé. Pero eso tampoco es así, no lo es. Los prototipos están para que venga alguien y te los joda. Durante muchos años estuve enamorada de un tío que tenía una voz … peculiar, muy aguda para su constitución, para su altura, para su personalidad, así en general. Cuando le escuchas hablar te dan ganas de preguntarle “¿en serio? Me estás tomando el pelo, ¿no? Esa voz no puede ser tuya.” , `pero no pregunté, porque estaba perdida en sus ojos, y en su personalidad extravagante.
Y el último hombre en el que me fijé era más o menos de mi altura, o sea, bajo. Seguro que si me quito las zapatillas y él sigue con esos zapatos que parecen los más cómodos del mundo, siempre tan pulcros y bien cuidados, me doy cuenta mientras le beso de que soy más alta que él. Supongo. Y encima era rubio. No me suelen gustar los rubios. Sólo salí una vez con un rubio, ojos de un azul intenso, como su voz. Pero no era eso lo que me atraía. Era su forma de caminar, y la manera en que pronunciaba mi nombre, y, sobre todo, cómo explicaba la historia. Era único guiándote por cualquier época, encontrando conexiones entre civilizaciones en apariencia inconexas, buscando similitudes entre otras épocas y la actual… Quería ser profesor de historia. Hubiese sido un profesor de historia increíble, de esos que te marcan. A última hora  le dio la vena práctica y decidió estudiar económicas. Ahora trabaja en un banco, creo. Tienes que elegir una carrera práctica, Nuria, de algo tendremos que vivir, me decía. Pero yo nunca fui práctica. Así me va.
Pero éste era también rubio, y por mi como si hubiese sido calvo. Me fijaba más en lo que me contaba, en cómo me miraba mientras me escuchaba. Nunca me atrajeron los de ciencias, pero encontré algo reconfortante en hablar con él de mareas, de ciclos de Krebs, de cómo seguiríamos siendo energía cuando muriésemos, entrando a la cadena trófica, y de egagrópilas. Ya es difícil encontrar a alguien que sepa qué son. Mucho más encontrar a alguien a quien no le parezcan repugnantes.



Y con la gente en general podría decir lo mismo. Podría pensar que me gustará gente similar a mi. Pero tengo amigas que no pueden ser más distintas a mi de lo que lo son. Una de mis mejores amigas es una gallega con muy mala leche y un corazón que no le cabe en el cuerpo. No sé si a priori debería gustarme o no, pero me encanta. Nunca te juzga, jamás. Le podrías contar la burrada más gorda del mundo sin ver reproche en sus ojos. Siempre intenta ponerse en tu lugar mientras escucha. Es una rara cualidad. Y cuando te da un beso, o un abrazo, estás perdida para siempre, ya va a ser tu amiga de por vida. Es sencillamente única.
Tengo otra amiga que más rosa no puede ser. Es toda positividad. Y habla de una forma que sé que debería molestarme, bastante pija. Pero es sincera y leal, y su amor es incondicional.
Lo que pensamos está para ser rebatido. Nunca me he cerrado pensando en un solo tipo de personas como idóneas. Es más cuestión de piel, de química. Si me gustas lo sé al instante, aunque no encuentre una razón coherente que lo explique.
Supongo que con la gente soy como con la música. Mis gustos son eclécticos. Siento debilidad por la gente perdida y atormentada, pero también por la positiva y fuerte.
No, no me van los prototipos, no soy de seguirlos.
Hace tiempo un amigo trabajaba en una empresa de seguridad de mi ciudad. Es conocida por ser un nido de neonazis, de radicales xenófobos y violentos. Mi amigo volvía a casa todas las madrugadas con uno de sus compañeros, que se dedicaba a intentar adoctrinarlo con sus monsergas de cerebro rapado. Mi amigo siempre le decía que no entendía cómo podía ser tan cerrado de mente. Y aquel dale que dale con la raza y las hostias. Hasta que un día se enamoró de una marroquí. Se quedó sin amigos, eso por supuesto, pero ahora está felizmente casado y es padre de dos niños mitad marroquís. Toma esquema mental claro. El karma, justicia poética o como quieras llamarlo tiene esas cosas.
Pd: Hoy no cuelgo fotos que mi conexión penosa en mi retiro espiritual no da para más.

jueves, 2 de agosto de 2012

Estaciones



Tienen algo las estaciones, ya he hablado de ello, me fascinan. Ese encanto de perderse, de marcharse, lejos o cerca, qué más da. La magia del reencuentro, lo desolador de las despedidas. Es como si las paredes estuviesen impregnadas de historias, testigos mudos de sentimientos, de alegrías y dramas.
No las veo como simples lugares de tránsito. Son sitios propicios para besos furtivos, para abrazos interminables, para promesas que (como buenas promesas de andén) no se cumplirán; para adioses que uno se niega a creer definitivos, por más que la intuición grite lo contrario. Para comienzos, para finales, para esperas que se hacen eternas, de tan desesperadas; para esperas cotidianas, llenas de rutina y legañas.



 Para observar a ese chico que toca la barra del vagón como si fuese un bajo imaginario, o una guitarra, quién sabe. Para perderse en el ritmo de esa chica que mueve levemente los hombros, mientras con los labios tararea en silencio la canción que suena en su mp3. Para imaginar la pena que habita los ojos de esa mujer que observa la nada sentada en un banco en el andén, como una absurda Penélope, la mirada más triste del mundo. Para escuchar la risa del que habla por teléfono. Para intentar conocer a las personas a través de los libros que leen, o de los zapatos que llevan.
Se puede saber mucho de alguien por sus zapatos. Te puede estar contando que es desordenado y despreocupado (supongo que porque cree que es lo que quieres o necesitas escuchar), pero sus zapatos te cuentan que es pulcro, de pocos adornos y de menos acumular polvo, de un desorden ordenado muy sugerente.



Puedes sentir una ráfaga de fe en el ser humano al ver a ese adolescente que (lo juro) besa a su madre en la espalda mientras suben al vagón, mientras ella sonríe feliz y despreocupada.
O puedes perderla definitivamente cuando nadie se levanta para dejar que se siente esa madre con un bebé en brazos, o en su útero, da igual.



Las estaciones, como los trenes, los metros, los autobuses, son lugares llenos de vida y muerte, de alegrías y tristezas.
Pero todos transitan por ellas adormilados, o llenos de prisas. Nadie parece ver su magia.
Yo observo. Antes de volver al mundo real.