miércoles, 20 de noviembre de 2013

El héroe de lo diminuto



Estás destinado a salvarme, le digo en uno de esos arranques de sinceridad tan inoportunos que sufro. Con media sonrisa me contesta: "Sí, en plan superhéroe." Y sé que lo dice con ironía, restándose importancia. Pero, qué coño, la importancia que tiene ese instante para mi se la otorgo yo. Sí, en plan superhéroe. El héroe de barba. El superhéroe de lo cotidiano, de lo diminuto, de eso que (casi) nadie ve.
Últimamente me rodean, los veo casi a diario.

Como ese niño que cuando su padre se niega a dedicarme un minuto, de forma un poco desagradable, me mira a los ojos y frena en seco, obligando al ogro gruñón y malhumorado que tira de él a parar. "Hola, yo me llamo Carlos", dice sonriendo. Yo le sonrío y contesto: "Hola Carlos, yo soy Nuria. ¿Te enseño una cosa muy chula?". Y levanto mi boli. En el extremo tiene un corazón que se ilumina cuando lo golpeas (oh, metáfora perfecta, juas).


 El niño lo mira con los ojos de asombro con que sólo miran los niños, sonriendo con todo el cuerpo. Y yo le sonrío. El padre me mira, asustado por si aprovecho para intentar convencerlo ahora que está parado. Pero Carlos no es una excusa. No le sonrío para aprovecharme. Le sonrío porque sólo él es mejor persona que casi todos los adultos que conozco. Le sonrío porque es mi superhéroe de lo diminuto.

Como ese tío que apenas te conoce y te saluda, se sienta contigo en la puerta de un hospital para ver cómo estás y pierde su tiempo, ese que sí vale, en echarte una mano.
Y yo, inmersa en el enésimo ultimátum, acostumbrada a caminar por la cuerda floja sin esperar una mano, me agarro a la que me tiende y le escucho sonriendo. Porque, joder, me ha hecho feliz. Durante media hora he vuelto a creer en el ser humano. Y cuelga el teléfono, una llamada importante, como si yo fuese lo más importante.
Y es cierto en ese instante eso que me explica de que cuando te abres a una persona es como abrir una presa. Es todo o nada. Abierto o cerrado. Para él no hay medias tintas, y cuando habla contigo te sientes el centro. Hace sentir a la gente especial, importante. Supongo que ahí reside su superpoder. Y cómo se agradece. Mi propósito para el resto de mi vida es intentar ser así.

Tengo gatitos superhéroes que me acompañan noches enteras cuando no quiero mostrar el miedo, porque soy una adulta y los adultos no sentimos eso (juas, juas, juas). Pero él lo ve, y se queda, siempre se queda, y consigue que ría, por encima del miedo, del hastío, de la tristeza.

Tengo una gatita que se ovilla conmigo, superheroina que siempre sabe cómo me siento y nunca me juzga.

Tengo una superheroina que acude en su caballo de cartón, con su espada de madera, a pelear mi guerra como si fuera suya, porque la siente suya.

Tengo superhéroes desconocidos, que me ofrecen su ayuda, su mano o una palabra, un mail preguntando si estoy bien. Y, coño, a veces no estoy bien, y al recibirlos todo cambia.

Como ese que deja comentarios cortisimos, pero me deja uno largo para mostrarme su aprecio.

Como ese que me pone marcas en la calzada para que no me pierda, y yo me siento Dorothy siguiendo las baldosas amarillas que él me va colocando, segura de que llegaré a ver al mago.
O aquel que firma siempre como "soy el del árbol", en un gesto de una ternura infinita, como si yo no supiese quién es. Y me recuerda a una canción de REM (tú siempre dices tu nombre cuando dejas un mensaje en el contestador, como si yo no fuese a saber que eres tú).

At My Most Beautiful by REM on Grooveshark

Como ese abrazo en una estación de tren. O una llamada el día de mi cumpleaños. O esas películas y libros recomendados.

O ese "te quiero" por whatsapp, inesperado y certero. Aquí, justo aquí, a la izquierda de mi pecho, ahí acertaste.


O un dibujo hecho para mi.

O que alguien abra tuiter para leerme cuando casi he desaparecido, y me mande café, sonrisas, canciones de Bunbury y chuches.

Como quien encuentra una canción perfecta, montaña rusa como yo, sólo para mi.

Como quien me rescata a base de café y ofreciéndose a susurrarme cuentos al oido cuando tengo fiebre.

Como quien me da consejos de marketing para un blog desconocido y casi moribundo mientras me hace reir.

Como esos mails sólo para mandarme un abrazo, un besazo, o un "¿Cómo estás?". Sabes que te confiaría mi vida.


Como esos dibujos con un "te quiero mami", o los corazones pintados en las manos, o el amor escrito con servilletas en el suelo.

Cariño. Creo que a veces olvidamos lo que genera, lo importante que puede llegar a ser ese diminuto gesto. Como llamarme así, como nadie más me llama.
Llenais mi vida de actos superheróicos y creo que ni os dais cuenta. Abrís ventanas al cielo. Y, no sé, me apetecía decíroslo.

 Gracias, en serio.


 Alguien se tambalea by El Hombre Viento on Grooveshark

martes, 5 de noviembre de 2013

Quien bien te quiere... los cojones

Siempre tuve mucho carácter, siempre. Era muy tímida, me daba miedo todo el mundo, pero cuando me enfadaba... Y me enfadaba. Mucho.
Borde es la palabra que más he escuchado desde bien pequeñita. Borde y rara. Ay, es que Nuria tiene ese carácter. Ufff, borde, borde, más imposible.
Hace un año y pico una compañera de trabajo me preguntó por qué me definía como borde. No lo eres para nada, me dijo. Pues cuentaselo a mi padre, contesté. Claro, me dijo, te lo han dicho tanto que al final asumiste que lo eras.
Ojalá lo fuese. Os lo juro. Ojalá fuese aquella adolescente enfadada con el mundo, borde y contestona. En algún lugar del camino dejé de contestar, de demostrar cualquier sentimiento que no fuese agradable, a tragar hiel y masticar enfados para que fuese más fácil tragarlos. Perdí la capacidad de expresar opiniones en voz alta si diferían lo más mínimo. Me convertí en una sombra. Me dejé el carácter en el bolsillo del pantalón que ya nunca usaba, y no supe recuperarlo.
Cuando dije hasta aquí mi madre se puso de su parte. Claro, yo ahora era eso adorable, callado y sin opinión. Era eso que no se enfadaba y lloraba a solas, eso siempre "feliz". No fuiste persona hasta conocerle, ahora dejarás de serlo. Eso dijo mi madre. Yo, convencida de que si la persona que más me tenía que querer opinaba eso todos creerían lo mismo, lloré. Mucho. Y le dije que no nos vería más, ni a mi ni a las enanas. Ya, hice mal, pero sentía como si me hubiesen arrancado en corazón, sentí que él tenía razón, que nadie me podía querer. Ni mi madre, pensé.
Ya, ya, muy dramático. Pues no sé, a mi me jodió infinitamente que mi madre tomase partido. Todo esto, dijo, pasa porque te ha consentido demasiado. Jajajaja Toma! Eso va a ser. Consentida, que rima con sometida. Y ahora lo pienso y me da la risa triste. Entonces no. Ni eso. Mantenía el tipo y luego lloraba a solas, o con mi hermana, mientras ella se cabreaba y decía burradas para hacerme reir.
Mi madre es muy buena, me ayuda tanto que no sé cómo agradecérselo. Pero le sigue creyendo, allí, al fondo, todo esto es culpa mia, porque soy un desastre, no sé cocinar, y no he hecho nunca lo suficiente. A la más mínima se le escapa la mujer tradicional y machista y yo soy la culpable por no ser una mujer como debe ser, como Dios manda. Y le dan igual las evidencias. Ya puede mentirles en su propia cara, llorando, mientras ellos saben que miente. Ya puede ver los vasos con agua y nuestros nombres dentro, la madera quemada con un lazo rojo, mi foto boca abajo, las cruces con fotos en los cajones. Ya puede saber por otros (mi palabra no es muy fiable) los desastres y las deudas. La culpa es mia, por no ser una señora de bien, por no seguir asintiendo a todo. Calladita estás más guapa Nuri. Y si además sonríes mejor.
Mi padre es distinto. Se opuso. No quería ni oir hablar de nada. Pero empezó a observar, a hablar conmigo. Un día me dijo que esta era yo. Esta eres tú, no eso que no era capaz de conducir, ni de hacer nada sola. Yo no te eduqué para depender de alguien. Eres lista Nuria. ¿Qué coño te pasó? ¿Cómo has dejado que te haga así de pequeña?
Y ya no ha habido ni un resquicio. Quiere darle de hostias. Quiere que acabe ya con todo y me separe.
Mi madre no. Mi madre monopoliza el dolor. Supongo que es difícil esto para ella. Está asustada, se siente frustrada. Yo lo entiendo. Pero... ¿y yo?
¿Qué he hecho yo para merecer esto?, repetía un día una y otra vez. ¿Y yo?
Hace poco nos dijo que si hubiese sabido esto no nos hubiese tenido. Mi hermana y yo nos miramos y nos dio la risa, por lo absurdo, por lo cruel.
Hoy me ha dicho que sufriría menos si yo viviese a mil kilómetros. Juas. Ojalá. Ojalá pudiese coger a las enanas y huir. Pero, ¿dónde?
Me recuerda constantemente que le dije aquello horrible. Pero ella no cree haberme dicho nada malo, nada. Eso cree.
Llevo un par de semanas (quizás más) invadida por la tristeza. No recuerdo nada igual desde la adolescencia. Y yo, que escribo compulsivamente cuando estoy triste, no he podido apenas escribir. Me faltan ganas, y cada vez que me pongo empiezo a llorar y no puedo parar. Pero no puedo permitírmelo. Ya vendo poco sin tener cara de monstruo de ojos hinchados. Y no puedo ser esa madre. No puedo. No pueden vivir acostumbradas a verme llorar.
Y no. No cuento esto por dar pena, o por llamar la atención, o por preocupar a nadie (aunque eso ya lo he hecho, disculpa j., y gracias por aguantar el tirón). Ya ha acudido parte del séptimo de caballería a ayudarme, porque encima todo lo de la demanda se retrasa. Estaba preparada para la parte difícil, para la lucha. No creía.que seguiría en el puto modo espera que me está matando. Gracias a que María está para asistirme y echarle broncas a mi abogada (y hacer el trabajo que ella no hace).
Escribo esto porque hoy he discutido con mi madre, y era esa maldita gota que le faltaba a mi puto vaso.
Y encima sigo sin ordenador, juas.
Pasará. Sonreiré. Reiré. Mírame vida hija de puta. Te estoy esperando. Pega aquí. Te espero.
¿Dónde acaba uno mismo y empieza a ser sólo una sombra (de lo que fue)?