miércoles, 8 de mayo de 2013

Capítulo 10 – Sueño lisérgico (Mario)

El sueño es brutal. Quiero, como queremos todos instintivamente, penetrar de alguna forma en el corazón de las cosas, acurrucarme en su útero y sentirme seguro de nuevo. Y para ello necesito ahogarme en el alma de esta mujer, llegar a ella a través de la maraña de velos de su carne. Tiene los ojos verdes más salvajes que he vislumbrado en mi vida, su pelo agitándose como bucles vivos de goce, ciervos rojos aturdiendo su cutis. Pero ya estamos en la despedida. Ella no es diferente de otras muchas mujeres que son capaces de apartarte de su pensamiento como quien se cambia de abrigo. Resulta inquietante la facilidad que despliegan: un día existes, al siguiente te han olvidado. Aniquilado. Fagocitado por la nada.

Y así, siguiendo hasta el final todos los gestos orquestados, tras una docena de pasos nos volvemos –el amor es un duelo, los sentimientos las balas-, y nos miramos por última vez, como un último acorde reverberando en una sala de conciertos ya vacía.


Me despierto sobrecargado. He vuelto a soñar con Sara. He vuelto a soñar con la sensación que me producía. Sara, de ciclotímica belleza. El hecho de que quisiera divorciarse -apenas dos años después de casarse-, porque se había enamorado de un chico al que apenas conocía da una imagen bastante clara de ella. Por un lado valiente. Pero otro lado irresponsable, dejándose llevar por sus impulsos sin tener en cuenta los sentimientos de los demás, como si el hecho de estar enamorada de la idea del amor le diese patente de corso para hacer cualquier cosa sin consecuencias.

Cuando me dio más detalles de su pasado entendí el motivo. A fin de cuentas solo somos pequeñas piezas de un puzzle muy básico. Los niños son muy sensibles con su entorno, notan la frialdad, el desapego, el rechazo -aunque sea sutil- de sus padres. Ahí se crea el primer germen de esa ansiedad. La ansiedad por tener una relación con alguien que consolide tu lugar en el mundo. Necesitas ser amado. Y dan igual tus relaciones posteriores, si has disfrutado de una adolescencia feliz, si has tenido amigos… al final caerás una y otra vez en lo mismo. Quizás sea a través del sexo, o de ideas peregrinas sobre el romanticismo que sólo son posibles en la literatura o en el cine. Camuflando esa dependencia e inmadurez con una sensible fragilidad que confunde con su pretendido candor.

Sara se divorció. Intentó tener una relación con el muchacho en cuestión. Pero sólo hubo rechazo. Seguramente le asustó tanta pasión, tanta intensidad. Se separaron. Pero ella siguió obsesionada, como si sus sentimientos hicieran girar el mundo, ¿cómo es posible que él no me corresponda, cómo puede seguir con su vida como si no hubiera sucedido nada? Pasó casi un año, volvieron a quedar un par de veces, y ella, mi frágil mariposa, acabó llorando en una acera con las bragas amoratadas.

En ese momento aparecí yo, una idiotez, porque el final estaba auspiciado con un neón de grandes colores con la palabra dolor. Quizás con otra persona hubiera tenido podido disfrutar de más tiempo, pero ella quería el golpe en el estomago, las mariposas izándola, creía que ahí afuera existía alguien que conseguiría la transmutación de su alma, que la convertiría en Audrey Hepburn o Amélie, que la salvaría dentro de una burbuja de amor perfecto.

Y así seguimos adelante con el ridículo guión del amor. Tuvimos el escenario. Las palabras. Los gestos. Incluso tuvimos la despedida dramática en el aeropuerto. Sentimientos de saliva que se secan demasiado rápido.

Pero, ¿a quién quiero engañar? Leía hace poco un poema de Bukowski que terminaba así: “Todos mis poemas eran falsos” Y es cierto, los escritores somos los mayores mentirosos que existen, somos un gran fraude, sodomizando la idea del amor, del orgasmo imperecedero cuando sabemos mejor que nadie como es la realidad. Después de Sara vino Laura. Y luego Montserrat. Y luego Domi. Y luego la siguiente musa que fue mejor que todas las demás. El dolor de la perdida se olvida fácilmente con cada nueva compañía. El amor se diluye, se transforma. Sólo el cuchillo al rojo vivo de la soledad cubre de sentimentalismo las cenizas poéticas de algunas. Solo el tedio existencial de volver a casa de un trabajo sin sentido, de un atasco sin sentido, de la mezquindad que te rodea, del fingimiento social. Ver que cada día es igual que el anterior y que nadie te está esperando para hacerlo diferente. Eso es lo que hace que busques compañía, aunque solo sea en una especie de falsa espera despreocupada. Porque deseas lo que no tienes, aunque conseguirlo lastre tu libertad, tus horarios, tus metas. Sí, el sexo. Claro. Puedes follar sin tener pareja, de hecho suele ser más divertido, ¿algo más?

Sara abre sus piernas ante gañanes más hermosos que yo que le sacuden el alma a golpes de cadera. Y ríe, orgasma. Y luego pierde, sufre. Y todo continúa. Continúa aunque no quieras. Y todas suspiran mientras alguien bombea encima de ellas, porque de alguna forma mágica y especial sienten que están llegando a su corazón. O quizás solo sea esa copa de vino que han tomado de más. Es más fácil pensar eso, entrar en el juego. El amor: una hoja de otoño atrapada en un libro que nunca volverás a leer. Olvídame. Olvídame. Olvídame

Pero después de pensar de forma tan cabal sobre todas estas cosas, como soy una persona muy incoherente y representativa de lo peor de la humanidad, saco mi enorme monstruo púrpura y me masturbo violentamente hasta eyacular sobre las sabanas todo el amor blanco y ponzoñoso que siento por esa mente de adorable imperfección.

(…)

Llaman a la puerta. Cuando abro un mensajero me entrega una carta certificada. Firmo el resguardo. Es un texto muy breve:

“Le informamos que debido a sus múltiples ausencias en el trabajo y su reiterante incapacidad para desempeñarlo de forma conveniente nos vemos obligados a prescindir de sus servicios. Naturalmente consideramos el despido procedente y objetivo por lo cual su finiquito se reduce a las horas trabajadas este mes. Un cordial saludo.”

Bah, tampoco tiene importancia. Comer está sobrevalorado. Lo mismo que tener casa. Es una buena época para ser vagabundo. Escucho como Kirk ronronea en el sofá sin demasiada convicción. Vuelven a llamar a la puerta. Espero que está vez sean buenas noticias. Son dos policías.

Policía: ¿Mario Kovacs?
Mario: Sí, soy yo.
Policía: (Me enseñan una foto antigua de Ana): ¿Conoce usted a esta mujer?
Mario: No, bueno, sí, he estado con ella un par de días, ¿le ha sucedido algo?
Policía (se miran durante un segundo): Vístase y acompáñenos a comisaria. Hablaremos allí…

Fin del capítulo 10.


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