Y así durante años, ese ser gris -del que Momo huiría aterrorizada-, se las ingenia para hacerse pasar por normal, aunque a veces se observe desde fuera y solo vea alguien ajeno y asustado que asiente a todo como un autómata.
Julio –por fin soy capaz
de decir su nombre- ya no está en mi vida, y aunque sea una tontería hoy me he
dado cuenta que vuelvo a vestir de negro. Él lo odiaba, y por eso mi armario se
tiñó de azules, lilas y colores claros. Lo importante era parecer feliz. Ahora
intento simplemente ser yo misma.
Suena el móvil, lo miro distraída.
Un mensaje de María: “Alicia necesito
verte. Te espero donde siempre. Es MUY importante. Beso.”
Al llegar a la puerta de “La pequeña taberna del infierno” siento
una mezcla de nostalgia y ganas de huir. Abro la puerta y espero a que los ojos
se acostumbren a la penumbra. Diez años. Más de diez años sin venir y ella
escribe “donde siempre”. Hay algo tranquilizador en esas palabras, como una
vieja rutina a la que llamar hogar. Durante años viendo a la misma gente, el
rincón favorito para tomar el café mientras la ciudad despierta, el saludo de
todos los de la barra. Sin preguntas: el café por la mañana, la cerveza al
mediodía, el tequila vespertino. Y sí, lo sientes como tu refugio personal. Un
lugar que no sé si estoy profanando o recuperando.
¿Es el mismo camarero? No puede
ser. El mismo que me tiraba los tejos sin pudor, que me hacía sonreír en mi
fuero interno todas aquellas mañanas grises de lunes.
Camarero: (me observa
como si fuera un fantasma, tartamudea al hablar) Alicia… cuanto tiempo…
Alicia: (le contesto
con una sonrisa) ¿Aún recuerdas cómo me gusta el café?
María está en un rincón
apartado. Cuando me ve se levanta y espera a que llegue a su encuentro. Abrazo
cálido. Joder. Cuanto echaba de menos estos abrazos. Nos sentamos. El camarero
me mira de reojo, casi ruborizado, cuando trae mi café a la mesa. María espera
a que vuelva a la barra para empezar a hablarme en voz muy baja, casi un
susurro.
María: Ana ha desaparecido…
Alicia: Ana siempre desaparece... Le habrá dado otro de sus
ataques de pánico. O quizás ha encontrado alguien con quien perderse.
María: No, esta vez es diferente. Sabes que ella siempre
termina llamándome, mantiene el móvil encendido. No sé, aunque solo sea una
simple postal cada tres o cuatro semanas, pero intenta mantener el contacto. No
tanto con mis padres, pero sí conmigo.
Llevamos más de ocho meses
sin saber nada de ella. Lo único que ha logrado descubrir la policía es que
estuvo viviendo hasta hace un mes en Londres. Y ayer casi de casualidad
averiguaron que estuvo el domingo aquí, en Valencia, en la playa. Y ni siquiera
nos llamó. Se ha mezclado con gente muy peligrosa, quizás la mantienen
secuestrada.
Alicia: (¿el domingo,
la playa? No. Imposible. Demasiada casualidad. Aunque sí, se parecía a ella.
Joder. Quizás lo era) María, te quiero como a una hermana, pero
sabes por todo lo que he pasado el último año… Ahora mismo no me siento capaz
de nada…
María: ¡Pero la policía no ha conseguido nada! Mis padres
están desesperados y yo también estoy asustada… (Se le quiebra la voz) Alicia, por favor, ayúdanos, mis padres confían
en ti, eres casi de la familia, no queremos contratar a un desconocido. Por favor…
Alicia: (Es la
primera vez que la veo tan alterada. Cierro los ojos: realmente no me deja
ninguna alternativa.) Está bien, haré
todo lo que pueda por ayudaros. Pero llevo demasiado tiempo alejada de todo
esto, no se… (Suspiro) ¿Se sabe algo
de esa persona con la que estaba?
María: (me mira
sorprendida) No te había comentado
ese detalle, eres muy intuitiva. Sí, no estaba sola, los dos vinieron en coche.
Conseguimos las cámaras del aparcamiento. La matricula es de Madrid. Mis padres
ya están allí. (Me da un dossier y un
sobre. Dentro del sobre hay una cantidad escandalosa de dinero)
Alicia: Joder María. Somos amigas, es demasiado dinero. Sólo… sólo
necesito una cantidad pequeña, para los gastos del viaje y el hotel.
María: No quiero discutir sobre eso. Es mi hermana. Lo único
que siento es no haberte avisado antes. Quizás ahora no estaríamos en esta
situación.
Es inútil discutir. Me
facilita los teléfonos de Emilio y Carla, sus padres. Iré mañana mismo a Madrid.
Nos despedimos con otro abrazo. Siento como la responsabilidad hace temblar el
dossier entre mis manos. Odio estar asustada. Pero me mantiene alerta, siempre
funciono mejor bajo presión.
Llego a mi casa. Marco su
número. Aún lo recuerdo.
Alicia: Estoy buscando a alguien.
Miguel: ¡¿Alicia?! Pensé que estabas muerta. Joder, estaba
seguro de que estabas muerta.
Alicia: Tal vez lo estoy.
Miguel: (empieza a reír
a carcajadas) Coño Alicia, no sabes
cuánto he echado de menos tus frases. Sigues siendo la misma.
Alicia: Lo intento Miguel, no sabes cómo lo intento…
Miguel me espera en
Madrid. No lleno demasiado la maleta. Vivir con un controlador me hizo aprender
a viajar con el equipaje justo. Estaría orgulloso, pienso. Y meto en la maleta
una bola de Navidad. Cuando la agitas miles de calaveritas flotan en el
líquido. Me parece de lo más adecuado. Necesito algo superfluo, algo poco
apropiado. En mi mente su cara de orgullo desaparece. Sonrío…
Fin capítulo 12.
Fin capítulo 12.
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