Alicia: Estoy nerviosa…
Mario: No te preocupes, no esperes ver parejas follando,
fisting, lluvia dorada... Todo es mucho más elegante, como un local normal pero
con más de un cuarto oscuro. Quédate arriba, en la zona de baile, yo me
encargaré de bajar abajo, a la mazmorra.
Alicia: ¿Mazmorra? (suspiro) Prefiero no conocer más detalles.
Cojamos un taxi, no quiero estar con esta ropa en la calle más tiempo del
necesario.
Una lástima, está tremendamente
atractiva. Miguel es un hombre con suerte. Cogemos ese taxi. Nada más llegar
vemos a Natalia en la puerta. Está vibrante, una autentica dominatrix. Todavía
ejerce influencia sobre mí, no creo que eso desaparezca nunca. Nos da unos
pases y entramos. Deciden ir juntas y buscar algún conocido de Ana en la planta
de arriba.
Miro a mí alrededor y
sonrío, quizás sean reminiscencias de mi etapa gótica adolescente pero me encanta
la estética BDSM, resulta perturbador ver a tantas mujeres desbrozando su rol
de sumisión o dominación con unas botas altas, un uniforme, llevando solo ropa
interior por exigencia de su Amo. Imagino el sonido del azote, como se
humedecen ante el dolor posesivo de la fusta o el látigo pequeño recorriendo su
cuerpo, azotando piernas, pechos, sexo, consiguiendo que lleguen al orgasmo sólo
con eso. Esa clase de poder me fascina.
Suspiro. Concéntrate. Bajo
las escaleras, voy a la zona de juegos, al jardín de tortura como les gusta
llamarlo aquí. Abro la puerta que da al interior. Sí… ese olor a cuero, sudor,
sexo, almizcle, lo echaba de menos. Es pronto pero ya hay varios grupos
divirtiéndose, esclavas cedidas a otros Amos, la cera caliente cayendo sobre
sus cuerpos, sus pezones atrapados por unas pinzas con cadena. Avanzo
lentamente contaminando la mirada, enfebrecido, queriendo unirme. Alicia me manda
un whatsApp escandalizada: arriba están haciendo una subasta con varias chicas.
Le respondo que es un juego normal, ellas también disfrutan, todo está consensuado.
Me responde con un emoticón de perplejidad.
Una joven Domina me mira
con arrogancia mientras practica trampling con su sumiso, clavándole sus tacones
rojos en la entrepierna y el estómago. Un juego intenso. Supongo que estar
rodeado de este atrezzo de cruces de San Andrés, jaulas y látigos provoca que resulte
más fácil dejarte llevar. Al fondo dos dominantes someten a su desnuda sumisa.
Antes la han exhibido por todo el local con un cepo en el cuello y las manos.
Dejan su culo expuesto sobre una especie de potro moderno o silla de spanking y
empiezan a azotarla con fuerza. Pequeños gritos. Piel encarnada.
El pitido del móvil me
saca del sopor: Alicia ha encontrado a Ana. Subo lo más rápido que puedo. Cuando llego han apagado las luces, en un pequeño escenario están
cubriendo con cuerdas y nudos a una chica: van a alzarla, una performance de bondage de suspensión. Las
cuerdas son de algodón, teñidas de un rojo agrio. Hace juego con la pintura que
cubre su cuerpo, cicatrices, lágrimas de sangre que recorren su cara, sus
pechos y se pierden entre los muslos. Reconozco a la mujer: Ana.
Alicia se pone a mi lado,
de momento no podemos hacer nada. Terminan los nudos: profesionales, clásica
posición hogtied, aseguran la cintura y el torso con manos y pies y la alzan desde
un solo punto. Poleas. Música de fondo, ¿Carmina
Burana? Flashes. Sube un metro, dos… Se alza por encima de todos nosotros,
el pelo cubriéndole la cara, las manos a la espalda, las piernas formando un
ángulo recto, su cuerpo convertido en arte. La música in crescendo, gira en el
aire y se pone boca abajo. Abre los ojos y me mira fijamente, a mí, como si
fuera consiente de mi presencia desde que entré en la sala. Sonríe. La música
nos cabalga. Su cuerpo sigue girando. Hay varios focos iluminándola. Estamos
todos extasiados. Hasta Alicia está impactada por la belleza del momento. De
pronto la música se agrieta, los focos se apagan, sólo queda uno a ras de suelo
golpeándola con una intensa luz roja, iluminando el maquillaje visceral de su
rostro mientras gira cada vez más deprisa. Pasan unos segundos y va poco a poco
apagándose. Fin. Murmullos. Alicia intenta acercarse al escenario. Se encienden
las luces de improviso cegándonos: no hay nadie en el escenario. Es
imposible, no hay ninguna salida, ni siquiera una ventana. La gente sale de su
aturdimiento y empieza a aplaudir.
Alicia: Joder, ¿dónde está?
Natalia habla con el
responsable de la fiesta. Se muestra hermético: Ana le envió unos vídeos con la
performance para participar. Aparte de eso no sabe nada de ella. Es como un
fantasma de la red que aparece en cualquier evento europeo, participa y luego
desaparece. Alicia está desquiciada. Justo cuando empieza a subir el tono de la
conversación recibe una llamada de Miguel.
Alicia: No es un buen momento, Ana ha estado aquí y nadie
quiere ayudarnos…
Miguel: No importa. Acabo de hablar con la policía: han
retirado los cargos. Ana se presentó esta mañana en comisaria y tiene una
coartada solida. Habló desde allí con sus padres, locuaz y alegre al parecer. Estamos fuera. Ya
no hay caso.
Fin capítulo 27.
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